martes, 24 de marzo de 2015

Cambio fecha Segunda Reunión

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Aunque ya sabíamos que esta semana era difícil tener una reunión en la facultad debido a las huelgas universitarias, queríamos hacer la reunión lo antes posible. Sin embargo en vista de que hoy han cerrado las facultades y mañana no hay previsión de una tónica distinta, nos vemos obligados a posponer la reunión.

Por un lado nos da mucho coraje, pero por otro entendemos la situación perfectamente. Por lo cual tenemos que posponerla a después de Semana Santa (ya que no hubo votaciones para el jueves).

No obstante esta misma noche se enviará el correo con el siguiente ejercicio.

Sentimos todos estos problemas que han podido causaros tantas molestias desde El Taller de Escritura Creativa.

Muchas gracias.

Un saludo.

martes, 17 de marzo de 2015

Segunda reunión del taller.

8 comentarios :
Como ya ha pasado mucho tiempo es hora de reunirnos. Dejaremos abierta las votaciones hasta el domingo 22 para que tengáis tiempo de pensaros cuándo preferís.

Lo más seguro es que la reunión se haga en la facultad de Políticas y Sociología de Somosaguas como ocurrió la última vez.

La hora sería a las 17:00.

  • Martes 24 de marzo
  • Miércoles 25 de marzo
  • Jueves 26 de marzo
  • Dejarlo para después de Semana Santa (en ese caso se haría una votación en un par de semanas).
Ya sabéis que para poder votar sólo tenéis que escribir un mensaje en esta entrada con vuestro pseudónimo del taller y las fechas que preferís para el mismo. Se elegirá siempre beneficiando al mayor número de personas. Podéis elegir varias fechas.
La reunión tendrá el siguiente orden:

  •   Debate sobre cómo está funcionando el taller.
  •   Actividad y corrección de la misma. (2 si da tiempo).
  •   Preguntas y sugerencias.

La fuerza del destino

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Práctica 8; Humor.
En mi vida, solo he recibido una carta de amor. Y no era tuya.
Lo intenté, Marta, de verdad que lo intenté. ¡Mírala! Está aquí.
Antonio se sacó un sobre arrugado del bolsillo de la chaqueta. La lluvia lo había empapado de tal manera que en las esquinas inferiores se transparentaban las palabras del papel. El servicio de correos se la había devuelto con años de retraso.
Marta respiró profundamente y miró a un lado. Su perfil altivo le decía que no iba a escucharle. Que aún seguía sentado en el sofá de su casa, pero que la puerta estaba cerrada desde hacía tiempo. Había contestado a su correspondencia solo por amabilidad.
Dame tus mejores deseos para el bebé, y vete.
Que seáis felices.
Contrariado, se levantó bruscamente y caminó hacia la puerta. Su mal carácter era una de las cosas que Marta nunca había soportado, aunque ella lo tuviera aún peor. Pero ya no había necesidad de cambiar, ya no había vuelta atrás. Tres años de distancia y su propia estupidez habían acabado con todo.
Cuando bajó a la calle, la lluvia y la noche cayeron sobre él. Toda la ira de que había necesitado para llegar hasta ahí, en un momento, se esfumó. Esperando que nadie estuviera por la calle a las dos de la mañana, se sentó en el bordillo de la acera y enterró la cara entre las manos. El agua que se dirigía hacia el alcantarillado comenzó a escalar por sus calcetines, pero no le importó.
A unos cuantos metros, un bar aún permanecía abierto y por sus ventanas se escapaban las notas de la última canción de Michael Jackson, She's out of my life.
Marta como madre soltera. Parecía una pesadilla; aunque no le habría extrañado que después de su relación hubiera querido hacerse lesbiana. Asqueado por el devenir de sus pensamientos, negó con la cabeza y se incorporó. Y en frente de él, como en una revelación, vio el cartel encendido de una lavandería.
Había visto esas cosas en pelis yanquis. Extrañado, se acercó. Sus pasos resonaron en la calle solitaria y se sumaron al murmullo de la lluvia. Ya comenzaba a sentirse más tranquilo.
“La lavadora de los deseos. Ven y límpiate por dentro” Era el eslogan, sobre un fondo rosa.
Intentó ver a través de las cristaleras, pero el local estaba casi en penumbra. Se acercó a la puerta y vio que en efecto, estaba abierto. Dudó durante unos instantes, pero se encogió de hombros y entró.
Antonio... - escuchó una voz ronca.
¡¿Eh?! ¿quién es?
De golpe, varios fluorescentes iluminaron la habitación. Un motero gordo y andrajoso estaba apoyado contra la pared de en frente, de espaldas a él.
Perdona, habían vuelto a saltar los fusibles.
¿Cómo sabes mi nombre?
Tu camisa. Trabajas en el McDonald's, ¿no?
Antonio suspiró, aliviado. Aquella no era una de esas historias en que un despechado se encuentra con una adivina que le ayuda a recuperar su amor.
El motero, que llevaba pendientes en ambas orejas, se acercó trabajosamente hasta el mostrador y se sentó. El olor de sus brazos desnudos, llenos de tatuajes, golpeó a Antonio.
Y bien, ¿qué querías?
Eeeeh... Nada, solo preguntar. En el cartel pone que lavan por dentro. Será un eslogan, supongo.
¿Es que te sientes sucio?
Eso es algo privado.
El hombre grueso dio una palmada que casi tiró el mostrador y rompió a reír.
¡Qué poco sentido del humor, Antonio!
Perdona, creo que ya me voy.
Antonio se dio la vuelta, avergonzado y sorprendido por el camino retorcido al que le habían llevado los acontecimientos. Pero cuando tenía la mano en la puerta, el motero dijo:
Entonces, ¿no quieres viajar en el tiempo?
¿Cómo dices?
Nada, es que ahí en la acera, parecías un tanto deprimido. Pensé que necesitarías una ayudita. Si no no habría abierto la lavandería.
¿La has abierto para mí? No entiendo nada.
Solo abrimos cuando sabemos que alguien va a venir.
El motero, que ahora estaba recostado contra el borde del mostrador, se cruzó de brazos y le miró con cara de circunstancias.
¿Si me pusiera un turbante y fuera una mujer negra te convencería más? - inquirió.
Antonio consiguió sonreír.
Es que... no entiendo mucho de qué va todo esto.
Mira, chaval, te metes en la lavadora y te mando a donde tú me digas. Dos mil pesetas el año.
Antonio se quedó mirando las lavadoras que estaban alineadas contra la pared.
Efectivamente, si abría la tapa superior, podía llegar a entrar. Pero no quería acabar dando vueltas con la boca llena de jabón. Y viajar en el tiempo todavía no era físicamente posible.
¿Vas a quedarte pasmado toda la noche, o me vas a pagar?
Lo siento, es que...
¿Crees que te estoy timando?
Me temo que sí.
Bueno, pues ya me pagarás cuando vuelvas. Con un montón de vales de hamburguesas.
El motero se acercó a Antonio y le cogió por los hombros para empezar a empujarle hacia una de las lavadoras. Podría haberse resistido; pero el motero apretaba muy fuerte y Antonio tampoco valoraba mucho su propia vida.
Quítate los zapatos, es más cómodo.
El motero le pidió el carnet de conducir y el DNI, a fin de asegurarse de que volvería.
Antonio acabó en el corazón de esa máquina de metal, abrazado en posición fetal. Le habría gustado estar borracho para poder dormirse, pero supuso que el alcohol no entraba en la tarifa. Escuchó refunfuñar al motero mientras intentaba cerrar la tapa.
Espero que en el futuro cambien el diseño. Estaría mejor con forma de armario y muchos tubos de colores. ¿A dónde te llevo?
Mil novecientos setenta y siete.
¿Solo dos años, eh? Ts, sin el maldito Franco habríamos hecho mejor negocio. Nadie quiere ir más allá de mil novecientos setenta y cinco.
Antes de poder despedirse, el motorista había cerrado la tapa y sumido a Antonio en la total oscuridad. Su corazón comenzó a oprimirse de miedo. Habría sido mejor suicidarse de cualquier otra manera.
Supo que estaba dando vueltas, pero no sentía nada. Como cuando se acostaba demasiado deprisa y le parecía que la cama giraba y giraba. Y, antes de que pudiera palpar mejor cuanto había a su alrededor, la puerta volvió a abrirse y un chico engominado le ayudó a salir.
Son cuatro kilos. - le dijo en cuanto estuvo en el suelo.
Antonio tuvo que mirarle a los ojos para darse cuenta de que seguía siendo el motorista, solo que con camisa y corbata. Y sin tatuajes.
Me dijeron que podría pagar después.
¡Puto yo del futuro! ¡joder! ¡No hace más que arruinarme!
Antonio compuso una sonrisa de disculpa y se dispuso a dejar el establecimiento, cuando el
premotorista le agarró por el brazo y le dio una tarjeta.
Lee esto y no la cagues.
“Instrucciones para los viajes en el tiempo.
Primer paso. Cómprate unos zapatos.
Segundo paso. Aségurate de no encontrarte con tu pasado yo. No aseguramos contra la apoplejía y la muerte instantánea.
Tercer paso. El pasado siempre seguirá intentando ser como era. Las fuerzas del destino tratarán de que todo te salga mal. No te plantees cosas complejas.”
Cuando Antonio salió de la tienda, estaba eufórico. Solo tendría que dejar una carta en el buzón de Marta, que vivía en el edificio de en frente, para que dejara de pensar que se había olvidado de ella durante su estancia en la universidad. Y ya no tendría una aventura con otro hombre, ni estaría decidida a dar a luz a su hijo. Seguirían juntos y probablemente se casarían, sin que el servicio de correos hubiera perdido su correspondencia y lo hubiera impedido.
Se compró las chanclas más baratas que encontró, junto con un taco de folios, un sobre y un bolígrafo. El bolígrafo no pintó, porque era un de un Todo a cien, así que tuvo que acercarse hasta una papelería, pero esos fueron todos los altercados. Al fin y al cabo, la suya era una tarea sencilla.
Cuando hubo acabado, decidió adjuntar la letra de She's out of my life. “He escrito esto pensando en ti. Se lo he enviado a Michael Jackson, pero no creo que me conteste”. Antonio 1; Tom Bahler, 0.
Metiendo el sobre en el buzón, creyó ser el hombre más feliz del mundo. Aunque tuviera que volver a meterse en la lavadora y que darle cien vales al motorista que le costarían más de un mes de trabajo.
Cuando regresó al tiempo presente, ya eran las tres de la mañana. Pero, teniendo en cuenta que Marta seguiría siendo su novia, si es que no vivían juntos, no le importó llamar a su timbre. No respondió, pero insistió, y finalmente una voz somnolienta le contestó por el interfono.
- ¿Es una broma pesada?
- Marta, ¡abre! ¡Soy yo, Antonio!
- ¿¡Qué haces aquí?!
- ¡Ábreme!
- ¡Estás loco!
Un pitido le indicó que ya podía pasar. Marta le esperaba con un camisón de margaritas que ya llevaba con dieciséis años, según podía recordar, y el pelo revuelto. No tenía una expresión altiva, sino confundida, lo que resultó una buena señal para Antonio, que entró sin pedir permiso y se dejó caer en el sofá.
- Tenía ganas de verte. - dijo.
- ¿Después de dos años? - inquirió Marta con ironía.- ¿Has venido por lo de mi hijo?
- ¿Qué hijo?
Marta puso los ojos en blanco.
- Te lo dije en las cartas, ¿no las has abierto?
Antonio se quedó paralizado. Es como si estuviera viviendo, de nuevo, la horrible escena que tuvo con Marta antes de entrar en la lavandería. Pero no, no podía ser. Porque había viajado al pasado y se había asegurado de meter bien la carta en el buzón. Las cosas no podían continuar como si nada. Marta no se podía haber sentido sola, ni haber dado por finalizada su relación. Ni haber intimado con otro hombre.
- Yo... te envié una carta. En la universidad. No entiendo por qué... ¿Por qué ya no estamos juntos? - balbuceó Antonio.
- En mi vida, solo he recibido una carta de amor. Y no era tuya.
Antonio se sintió como si esa frase le hubiera partido por la mitad.
- ¿De quién? ¿quién te escribió?
- Eso no es asunto tuyo.
Marta bajó los ojos y se ruborizó.
- ¿No sabes de quién es? - adivinó Antonio.
- No. Pero era muy real. Me escribió una canción.
Antonio sintió que le faltaba el aire. No había firmado la maldita carta. ¡El destino se la había jugado, no con un bolígrafo de los chinos, sino con su propia estupidez! Y todo lo que había dicho, sus sentimientos en primera persona, eran puro lirismo, puro amor. No había ninguna referencia al mundo material. Marta no había podido suponer que fuera suya, no tenía razones para hacerlo.
- Fui yo. Yo te la escribí. She's out of my life.
- Ya. Justo la que lleva sonando toda la noche en el bar de enfrente. ¿Qué te hace pensar que me escribirían una canción de Michael Jackson?
- Pero es cierto, ¿no?
- Eres patético.
Los ojos de Marta estaban vidriosos. Y Antonio pudo saber que no era solo por el enfado, sino también por la humillación de creer que él había adivinado la canción.
- ¿No vas a creerme, verdad? Es el destino.
- No, Antonio, no te creo. Y no es el destino, es que eres estúpido.
Antonio negó con la cabeza, incapaz de creer lo que estaba pasando, pero se levantó, dispuesto a marcharse. Desde la ventana, todavía veía el cartel rosa de la lavandería.
- Si esa carta hubiera sido mía... ¿Qué habría pasado?
Marta resopló, impaciente. Solo quería que aquel extraño saliera de su piso.
- Nada. No puedes cambiar el pasado con una simple carta.
Julia Concepción Gutiérrez

El viejo y el bar

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Práctica 8; Humor.
 
-Venga, necesito que me diga algo convincente. Necesito saber si mi carrera como escritor tiene futuro o si debería retirarme ya, suicidarme, esas cosas que hacen los escritores.

-Tenga paciencia, que sea vidente no significa que mis servicios sean exprés. Le voy a decir lo que veo en las cartas, y a partir de eso iremos desentrañando su futuro. ¿De acuerdo, señor H.?

-Sí, sí, venga.

- Veo que fue usted soldado, lo que, supongo, le proporcionó bastante material para escribir. 

-Ese camino se agostó. He escrito sobre guerras, sobre heridas de guerras, sobre amor en la guerra…

-¿Por qué no le escribe historias de amor a su esposa? O poemas, o pequeños relatos…

-¿A cuál de todas?

-Pues a la actual, supongo… Cómo va usted a escribir a su ex mujer, hombre de Dios.  Eso hágalo solo si quiere aumentar la lista de ex esposas. 

-Qué se yo. Necesito inspiración más rápido. Ya se nos han ido los veinte dólares de la primera hora.

-Vamos a necesitar unas cuantas, me temo… A ver, cuénteme más cosas de su vida, qué le gusta hacer en sus ratos libres, cuáles son sus pasiones…

-¿Eso no se lo dicen las cartas?

-Claro, claro. Mire, El colgado y la Emperatriz. ¿Le gustan los toros? ¿Por qué no escribe sobre corridas de toros?

-¿Pero usted ha leído alguno de mis libros? Escribí sobre los Sanfermines y tuve que darle todas las ganancias de ese libro a mi mujer para poder irme con otra, con la que ya no estoy, por cierto, así que no me hable de toros, leñe, y siga pensando.

-No guerra, no amor, no toros. ¿Por qué no una historia sobre un escritor fracasado que pierde a su mujer? 

-Hubiera sido una buena idea, pero se me ocurrió a mi solito en los años 30. Dígame algo que no sepa, señora.

-Que harán película. Con Ava Gardner como esposa muerta.

-Ojalá mi esposa se hubiese parecido a Ava Gardner.

-Escuche, señor. Ya lo tengo: dedíquese a la pesca.

-¿Tan mal ve mi futuro…?

-No, no. Ganará el premio Nobel por escribir sobre un viejo que pesca, señor Hemingway. Siga escribiendo. Son 43 dólares con 58 centavos. Que tenga un buen día.

Black Maiden

Night Club

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Práctica 8; Humor.


Mi amigo Mitch, algo preocupado, no dejaba de insistirme en que volviésemos al hotel. Nos habíamos pasado la noche en los locales de moda de la ciudad tratando de ligar, pensando los dos que nuestro acento y anécdotas resultarían irresistibles.

Durante la noche nos habíamos acercado a un grupo de amigas que se reían continuamente mirándonos y que, interpretamos como una señal perfecta. Nos tomamos una copa para soltarnos y nos acercamos a ellas, solo para descubrir que 4 personal trainner (que aparentemente es gente que te enseña a sudar, por si la naturaleza no ha logrado darte sobacos), parece ser que habían estado haciendo comentarios sobre la forma en la que llevábamos los pantalones. La moda es llevarlos bajos ¿qué mas da que se vea la autopista a Despeñaperros si nos agachamos un poco?

Después vi a una chica que llevaba unos auriculares enormes, eran tan grandes que parecía la Dama de Elche. Una persona que se pone semejante armatoste para estar en un pub solo puede querer no estar ahí ¿Y que le puede dar una buena excusa? Ligar con un chico guapete como yo. Así que una copa para quitarme la timidez después, algo cargada de algo que no era precisamente de marca. Por no alargar el sufrimiento: a ella no le interesaba estar ahí, no le interesaba hablar con nadie y no le interesaba yo. Sobretodo yo. Especialmente yo.

Mitch y yo estábamos ya en ese momento en el que solo había dos opciones, tratar de continuar la fiesta y descubrir hasta donde te lleva o rendirte y volver a casa con los pantalones oliendo de alguna manera inadecuada. Así que tomamos la opción mas inteligente y entramos al siguiente local, un irlandés especializado en vodka.

Quizá fue por el alcohol, o quizá por una deuda karmika aún sin pagar, pero Mitch tuvo un golpe de suerte cuando comenzó a hablar con un uno de los gorilas del sitio. El hormonauta resultó ser una persona bastante divertida que nos invitó a un trago mientras Mitch y él hablaban de una extraña banda de Folk con clavicordios. Aprovechando la amistad del gigante alegre le pedí que me presentase a la camarera. Viendo que mi amigo estaba siendo mucho más interesante que yo, gracias a conocimientos inesperados acerca de músicos que habían hecho una competicion de extravagancia entre sus bigotes y sus instrumentos, intenté demostrar un poco de cultura hablando de algún pensador sueco. Resultó que la camarera estudiaba filosofía, habría sido un punto a favor para intentar ligármela (u otro trago gratuito) de no ser porque rápidamente la conversación derivó en cómo las mujeres son usadas como objetos por los hombres. Tras dos copas extra, esta vez sin garrafón, y sintiéndome muy malo conmigo mismo por haber intentado hablar con ella Mitch y yo salimos del local para que nos diera un poco de aire fresco.

Y eso nos lleva a este momento. Mitch me estaba diciendo que estábamos demasiado borrachos para continuar y yo le explicaba que lo único que necesitábamos era vaciar la vejiga contra unos cubos de basura para poder volver a llenar el tanque de combustible. Mientras hacíamos esto le explicaba que si estuviéramos tan borrachos que tuviésemos que irnos a casa no podríamos saberlo, porque estaríamos demasiado borrachos. Así que, por pura lógica no estábamos lo suficientemente borrachos para retirarnos. Entonces Mitch miró con cara rara mis pantalones.

En mi mano derecha sujetaba uno de mis testículos, asomado por la bragueta de los pantalones y apuntando a uno de los cubos, mientras la mancha que demostraba que me acababa de mear encima se expandía.

Y entonces Mitch y yo nos volvimos al hotel.
Jarl

Práctica 8

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Práctica 8; Humor.

“¿Qué tal tú primer año de universidad?” me preguntaba mi entrañable abuelita en una de mis visitas, “ahí abuela, sí tú supieras…” pensé para mí misma. El recuerdo del año era sofocante, habían ocurrido tantas cosas que no sabría ni cuál contarle.

 ¿Cuándo acabe metiéndome en una carrera con intención de solicitar el cambio al año siguiente, pero terminé quedándome gustosa con ella hasta ahora? Muchos dudan que me cautivara mi elección inicial, aún cuando les aseguro que el rechazo del cambio de estudios me fue irrelevante para mi permanencia en dicha especialidad. Es cierto que sí, habría preferido otra cosa pero… Estoy bien donde estoy, como cuando yo quería un perro de pequeña y me acabaron regalando un conejo, sustituyendo a mi fallecida tortuga, que de tanto tirarse a la piscina tendría cloro para matar a ocho más como ella. Siempre hay que mirar el lado bueno, mi siguiente mascota no intentaba suicidarse.

 No, aquello era un tema demasiado enmarañado, pensé entonces en el primer día que pisé Somosaguas. Fruto del infortunio tuve un error en mi cuenta que imposibilitó mi matricula online, así que terminé yendo al campus para dicho trámite. Aunque no lo parezca en el inicio, realmente no tengo un mal recuerdo de aquello. En primer lugar, fui el último día de matriculación, tuve suerte de enterarme al fin y al cabo. Pero también se debió a mis desesperanzadoras expectativas, teniendo en cuenta que contaba con un tiempo limitado para matricularme y un tiempo ilimitado para perderme, que con mi escaso sentido de la orientación, era francamente fácil. Tan solo tarde diez minutos en dar con el autobús que me dejaría en la universidad y aún más sorprendente es que me bajé en la facultad que me correspondía. 

Sinceramente, nada después de aquel logró podría deprimirme, ni si quiera la cuesta infernal que subí hasta la parada que me regresara a Moncloa. Las piernas me temblaban del esfuerzo, el calor era insoportable y todo ello se intensificado por la falta de sueño y la resaca… Me explicaré, yo, esperando en el lugar donde me bajé, veía pasar los autobuses uno detrás de otro a rebosar de gente, y pregunté a unos estudiantes que había conmigo si había otra parada, ellos respondieron que arriba. Yo, inocente de mi, rodeé la universidad por fuera hasta alcanzar la facultad de Psicología, donde apareció un autobús. Más tarde descubrí lo mucho que tardé en llegar, rodeando el campus, cuando simplemente debía atravesarse.

Podría hablarle de muchas cosas, pero había anécdotas que nunca le contaría, como mi primer día de universidad. Mi desastroso primer día al que sucedieron una serie de infortunios y absurdos ininterrumpidos. Era el día de presentación cuando me presenté, un poco retrasada, en secretaría, preguntando a donde debía ir. Ellos me enviaron a una sala de juntas donde aproximadamente cinco adultos exponían en qué consistirían los grados. Podría haberlo notado en aquel momento, pero estaba demasiado cansada para darme cuenta… Tras dos horas de charla dinámica, acabamos la reunión e indicaron a los profesores que debían seguir los alumnos dependiendo de sus estudios. Muy a mi pesar, en ningún momento se habló de mi grado, así que pregunté a uno de los maestros. “¿Sociología? Esto es de políticas y relaciones internacionales señorita”, me había equivocado de aula, era todo estupendo. Y, ¿qué me dijo la secretaría?, que estarían dando vueltas por la universidad, que me fuera a buscarles, haber si les encontraba…  Así que había asistido a una aburrida presentación de otras carreras, había perdido a mis compañeros antes si quiera de encontrarles, y me había ido a casa maldiciendo por lo bajo y asegurándome de llegar puntual a los sitios.
A la mañana siguiente llegué en hora punta, deseando empezar las clases, aun que un poco pesimista, teniendo en cuenta los desastrosos acontecimientos del día anterior. Me indicaron el tablón de la entrada, donde se informaba de las aulas que correspondían a cada grupo. Recuerdo haber estado minutos y minutos observando aquel papel, hasta estar segura de saber a dónde debía dirigirme. Con los nervios no había tenido tiempo de pensar como debía actuar en la estancia. Mis amigas me repetían una y otra vez que parecía una niña, que era alucinante que fuera a ir a la universidad. Yo sabía que tenían razón, mi aspecto físico era infantil, parecía tener un año menos del que tenía y eso era significativo en el lugar. También mi carácter despistado y despreocupado desencajaba con la imagen que tenía de la institución.

Al pensar en ello me entraron aún más nervios y me perdí unos minutos en el pasillo hasta dar con la que yo estaba segura de que sería mi clase. Y entré, llevaba diez minutos de retraso, era un espació pequeño donde aproximadamente veinte ojos me observaban expectantes. Parecían muy mayores, pero tras haber interrumpido la lección, en lo único que podía pensar era en sentarme en el lugar más lejano e intentar pasar desapercibida. Y lo hice, me senté al lado de una chica bastante alejada de la pizarra y comencé a tomar apuntes. “Libro de … , como ya sabréis…, esto es interesante…”. ¿Dónde me había metido? Nunca antes había estado escuchando atentamente sin entender absolutamente nada. ¿De qué hablaba? No parecía que tuviera que ver con el nombre de mi asignatura… ¡Me había equivocado de clase!

                        Perdona esto… Psicología social no es ¿no?- le pregunté temblorosa a mi compañera de asiento
                        No, es… – “¿Cuál era el nombre? Lo único que sé con certeza es que no era Psicología social”- de tercero- ¡De tercero! Claro por eso parecían tan mayores
Tenía que levantarme y marcharme de allí pero no tenía la menor idea de cómo hacerlo, al fin y al cabo, en el instituto no me habían preparado para aquello. Decidí levantarme y caminar hacia la puerta lo más sigilosamente que pude, pero la profesora había dejado de hablar y me estaba mirando, esperando una explicación…
                        Me he equivocado de clase- balbuceé
                        ¿Y por qué no te quedas?- me dijo amablemente, era una persona agradable, me sonreía dulcemente, pero yo quería salir de allí, asique caminaba hacia la salida torpemente
                        No…- debía haber mirado al suelo en vez de a la encantadora señora que me invitaba a quedarme, de haber sido así, no habría tropezado con la mochila de uno de los alumnos. Era el centro de atención cuando golpeé el maletín y casi alcanzo el suelo. Me levanté rápidamente y continué andando- Es que tengo que ir a mi clase- Dije una vez situada en la puerta
                        Bueno, vuelve cuando quieras- dijo con dulzura

Francamente me extraño que no hubieran saltado carcajadas tras mi casi caída, pero cuando medité, deduje que sería por que estaban anonadados con el espectáculo que había tenido lugar, ¿qué habrían pensado de mí?

No quise darle más vueltas, volví al tablón informativo de la entrada y decidí encaminarme ya a la segunda clase, después de todo para media hora no merecía la pena asistir a la primera…

Fue ahí donde comencé a socializarme con mis verdaderos compañeros, con los que aún mantengo contacto y amistad. 

                        ¿Cuántos años tienes?- me preguntó Cristina
                        Diecisiete
                        ¡¿Eres superdotada?!- no pude contener mi risa ante aquel enunciado disparatado; sí, la chica que se mete en otra clase, interrumpe para marcharse y casi se mata en su escapada, la chica que no sabe ni mirar correctamente su aula a pesar de ser lo más sencillo del mundo… Esa chica es superdotada
                        No, es que cumplo en diciembre

¿De qué le hablaría a mi abuela? ¿De la dinámica del curso? Podría contarle la importancia de la participación en clase, de las exposiciones… Aquello me gustaba, las situaciones embarazosas eran tan constantes en mi vida que mi vergüenza estaba prácticamente anulada, eso y que me encanta hablar, a lo que llaman participación, hacían de mí la perfecta candidata para dichos requisitos. Pero, si le hablaba de eso, podría preguntarme por mi primera exposición, algo que no estaría feliz de relatar. Al igual que reconozco que a partir de ese momento fue todo viento en popa, sé a ciencia cierta que mi primera experiencia fue desastrosa.

Mi profesora me había instigado a sintetizar el material que trataría junto con mi compañera en la clase práctica. Yo no estaba nerviosa, estaba emocionada, había escogido el tema del Holocausto con entusiasmo, recuerdo, leyendo el texto de guía, como me enfadaba con el mundo y tomaba apuntes en un papel donde la tinta traspasaba la hoja de la efusividad con la que escribía. Esto podría introducir la catástrofe inminente que se avecinaba, pero yo no me di cuenta, cegada como estaba, en mi tema.

Empecé a hablar yo, un error que tuvimos que haber evitado cuando nos repartimos el trabajo. Lo introduje sorprendentemente bien, las palabras salían de mi boca como vomitadas, no tenía ni que pensarlas, simplemente salían. Mi gran obstáculo, el que desestabilizó todo, fue el tiempo. Habría que haber estado allí para comprender la exhibición que protagonicé cuando la profesora me interrumpió, informándome de los diez minutos que restaban para el fin de la clase.  ¡Me quedaba 1945! Ese año clave, que constataba más acontecimientos de los que tenían los tres años posteriores juntos. El pánico se apoderó de mí, mis papeles de guía volaban por la estancia mientras yo, hablando sin pausas para respirar, contaba los hechos sin preámbulos. Ni yo misma habría conseguido entenderme, no vocalizaba, no terminaba de contar una cosa y ya estaba en otra completamente diferente, sin introducirla lo más mínimo. La profesora, anonadada, intentaba comprender los sinsentidos que enredaba en aquella historia, sumamente inverosímil. Cuando terminé mi sarta de oraciones infinitas, un silencio de confusión fue detenido por mi maestra:

                        Cristina no has explicado muy bien esta fecha
                        Espere que lo vuelvo a explicar…
                        ¡No!, no es necesario- dijo temerosa de que retomara el tema

Lo aparenté fue tan real como las carcajadas de mis compañeros en aquel momento, ¡había aburrido a una profesora! Una que anestesiaba en sus clases a los alumnos con historias inacabables, que agotarían hasta al más apasionado historiador. Mi compañera no pudo enfadarse con migo por haberla dejado cinco minutos de exposición, no pudo regañarme. Después de la cómica escena, solo pudo reírse al unisonó del resto, al acabar la exposición.

Tenía muchas experiencias que contarle a mi abuela, pero opté por lo más sencillo “Muy bien, sacó buenas notas y he hecho muchos amigos”. Ella, satisfecha, me felicitó. El problema vino después, cuando retomó un tema que siempre salía a la luz cuando me veía:

                        Cariño ¿tienes ya novio?
                        No abuela, no tengo prisa, soy muy joven
                        ¡Hay hija!, que preocupada me tienes, nunca me hablas de chicos… ¿Qué pasa?, ¿nadie te quiere?- cuando la gente dice que las abuelas solo viven para idolatrar a sus nietos, me preguntó de dónde se sacaran tal absurdo.

Pero es cierto que adoro a mi abuela, ¿quién no la querría? Es una persona estupenda a pesar de tener un pensamiento diferente al mío.

Cristina Torres

lunes, 16 de marzo de 2015

El Periódico Enrollado

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Práctica 8; Humor.

No estaba teniendo la noche más interesante. Debido a un fiasco dias atrás con otro agente del cuerpo, mi Alpha me había castigado con hacer ronda de noche por una de las calles más tranquilas, tediosas y aburridas de toda la ciudad. Caminé por la acera mirando a un lado y a otro con el máximo interés que me evocaba aquel lugar. Gente sentada en las terrazas de los bares, disfrutando del frescor de la noche veraniega. Grupos de adolescentes comiendo pipas en los bancos y haciendo pavadas típicas de su edad. Familias con perros. Niños gritando en los parques próximos. Nada inusual. Nada de lo que no pudiese ocuparse un simple agente de la policía. Desde luego este no era trabajo para alguien de mi categoría.

En realidad tampoco había sido culpa mía, aunque mi Alpha no lo viese así. Las órdenes se habían cruzado en la cúpula, y los dos agentes nos habíamos encontrado de sopetón en el lugar donde teníamos que capturar al mago renegado. Eso nos había llevado a una situación bastante tensa en la cual ninguno de los dos teníamos claro si estábamos lidiando con un aliado o un enemigo. Tratar con magos renegados era peligroso incluso para agentes como nosotros. Cuando, finalmente, llegamos a la conclusión de que todo había sido un lamentable error, nuestro objetivo había conseguido escapar. Nuestras voces lo habían puesto sobre aviso.

Lo capturaron poco después, pero mi Alpha estaba molesto y me culpó a mí por perder al objetivo. He de decir que tampoco fui de lo más cortés. No llevo bien cuando me contradicen y mi lengua corre más que mi cerebro. Quizás mis vehementes protestas también fomentaron que mi Alpha optase por rebajarme a un mero patrullacalles en vez de admitir que la confusión había venido de arriba. Para muchos un destino relajado como este habría sido unas merecidas vacaciones. Para mí era un horror. Ansiaba la acción, estar en el centro del conflicto. Soy Malinois, un guerrero nato, no una mera mascota.

Perezosamente, volví a pasear la mirada alrededor de la gente que poblaba por las calles. Qué pueblo tan tranquilo, tan idílico, tan absolutamente aburrido. Unos crios pasaron corriendo delante de mí y por poco chocan con mis piernas. Me detuve y los dejé pasar. Ellos siguieron sus correrías sin tan siquiera percatarse de mi presencia. Sacudí la cabeza. Ajenos a todo, pensé. Este barrio adormecía los instintos de supervivencia. Sin acción, sin peligros, los enanos se dormían. Si algún día aparecía un peligro real serian los primeros en sucumbir. Bueno, eso era evolución.

El sonido de pasos acelerados hizo que me volviese rápidamente. Un hombre, llevando un bolso en una mano que parecia demasiado femenino como para ser suyo, corria en mi dirección. Detrás suya un segundo hombre, alto, gallardo, vestido con el uniforme azul oscuro de la policía nacional. Al llegar el caco a mi altura me hice a un lado y le dejé pasar. No era asunto mío. Mi trabajo era ocuparme de otros elementos, no de meros chorizos y carteristas de barrio pijo. El policía, sin embargo, me miró con expresión divertida y el breve resplandor verdoso en sus pupilas me llamó la atención.

“¿Demasiado poco emocionante para ti, Fede?” me gritó al pasar a mi lado.

Miré a mi alrededor y me extrañó no ver a nadie detrás del policía. A aquellas alturas debería tener un vigilante pegado a él día y noche. Eché a correr tras él. Mis fuertes piernas no tardaron en darle alcance.

“Buenas noches, Martín.” le dije.

El caco echó brevemente la mirada hacia atrás. Tenía el rostro congestionado por el cansancio y chorretones de sudor corrían por su frente. El hombre abrió los párpados como platos, soltó un desesperado alarido y apretó el paso tanto como se lo permitieron los músculos.

“Buenas noches, Fede. ¿Paseando?” dijo el policía.

“He cabreado a un jefe.” me encogí de hombros.

Martín rió con ganas y sacudió un poco la cabeza.

“Un día de estos te mandarán a Oriente Medio.”

“Me harían un favor. Lamentablemente creo que terminaré dirigiendo el tráfico en Villaburra de Abajo.” hice un gesto con la cabeza hacia el caco. “¿Necesitas ayuda?”

“Normalmente te diría que no, pero hoy tengo una presión aquí que me está haciendo polvo.” se señaló el pecho.

Fruncí el ceño un poco preocupado. Estaba más avanzado de lo que pensaba y su vigilante sin dar señales de vida.

“¿Estás bien?”

“No te preocupes. He ido al médico. Mi corazón está fuerte como un toro. Está relacionado con el estrés.” hizo un gesto con la mano para restarle importancia.

El caco se agarró a una farola para aprovechar la inercia en un cerrado giro y se adentró a todo correr por un laberinto de callejuelas desiertas. El casco urbano era un coñazo si no lo conocías, pero en los últimos días había tenido tiempo de aprendérmelo de arriba a abajo. Martín imitó al hombre y yo, agachándose y usando mis manos para apoyarme, lo seguí. El caco empezó a hacer agudos quiebros entre las esquinas tratando de despistarnos entre callejuelas y callejones. Nosotros le mantuvimos el ritmo sin problema. De hecho, apenas me estaba esforzando y podía ver que mi amigo estaba tan fresco como una lechuga. El chorizo no podía decir lo mismo.

“¿Te has cansado ya?” le pregunté a Martín.

“Yo no, pero si no acabamos con esta persecución, creo que le dará algo.” se llevó una mano al pecho. “O me lo dará a mí.”

“¿Tú o yo?”

El caco nos llevó por otra callejuela.

“¿Estás muy aburrido?”

Me encogí de hombros. “Un chorizo común no es lo que yo llamo diversión, pero me serviría para acabar con el tedio de estos últimos días.”

Martín sonrió y me hizo un gesto con la cabeza. No necesité nada más. Con mis labios curvándose en una mueca, tensé los músculos y apreté el paso. En cuestión de segunos estaba pisándole los talones al caco. El hombre se volvió, me vio llegar. Quizás vio el brillo mortecino de mis ojos porque de golpe palideció, tiró el bolso y entró en rapto. Gritando, trató de escapar encaramándose a un coche para saltar al otro lado. La chapa se abolló bajo su peso. Yo salté sobre él, lo agarré de la cintura y lo arrastré conmigo al duro suelo de asfalto. Una vez allí, el hombre se debatió, arañándome furioso en la piel de los brazos y del rostro. Aguanté estoico mientras trataba de voltearlo para poner sus manos a la espalda. Dolía, pero no tanto.

“¡ALTO!” Martín nos alcanzó en ese momento y desenfundó su revolver reglamentario para apuntar al hombre.

Este estaba más allá de toda cognición. Se sacudió. Se revolvió. Me mordió los dedos. Gritó y pataleó hasta que el cansancio pudo con él y entró en indefensión. Cuando dejó de sacudirse como un poseso, mi amigo volvió a enfundarse el revolver, desenganchó los grilletes de su cinturón y se acercó a nosotros.

“Es la tercera vez que te cojo sólo este mes.” dijo, mientras le echaba las manos a la espalda para ponerle los grilletes.

“¡De alguna manera tengo que ganarme el pan!” protestó el caco, que parecia estar recuperando poco a poco su cognición.

Yo crucé los brazos y le dediqué una mirada incrédula. Me dieron ganas de pedirle el curriculum para mandarlo a Telepizza, pero pude entender que prefiriese ser él quién robaba a que le robasen a él. Una cosa era ser honrado y otra estúpido.

“Hay muchas maneras de ganarse el pan sin tener que recurrir a la delincuencia.” dijo Martín con aquella severidad paternal que lo caracterizaba cuando se ponía serio.

De repente, mi amigo soltó un quedo gemido y se llevó la mano al pecho. Rápidamente, me volví hacia él. El caco, ajeno a todo, prosiguió con sus protestas. Tenía las manos encadenadas a la espalda pero no parecia haberse dado cuenta de que el policía ya no estaba encima de él, sino arrodillado en el suelo, con una mano al pecho, otra apoyada sobre el asfalto y una expresión de dolor en su mirada.

“Martín...” fui hacia él y me dejé caer a su lado. “Respira hondo.” le dije con urgencia, mis ojos volviéndose brevemente hacia el caco.

Si Martín me oyó, no me hizo ni caso. Una nueva sacudida le hizo inclinarse hacia delante y apretar la mandíbula en un inútil intento por reprimir un gemido. Un gemido que no sonó humano y que llamó la atención del ladrón. El hombre, que no había dejado de protestar en todo aquel rato, se volvió a tiempo de fijarse en lo que le estaba pasando al agente de policía. Por un momento frunció el ceño, extrañado y, de repente, abrió la boca en un mudo grito y sus párpados se agrandaron tanto que parecia que se le iban a salir los ojos de las cuencas. No era para menos.

El cuerpo de mi amigo empezó a crecer y ensancharse. La ropa se rasgó con un seco sonido a roto y jirones de tela cayeron al suelo. Ante los ojos estupefactos de Martín, sus manos empezaron a cambiar. Se transformaron en unos extraños apéndices, a medio camino entre la mano humana y funcional y la pata de un cánido, con sus correspondientes y ásperas almohadillas negras. Donde estaban sus uñas aparecieron unas poderosas garras capaces de rasgar la carne sin problemas. Al contrario de lo que mucha gente se piensa las patas traseras de los perros no van al revés. Su estructura ósea esta asentada sobre las mismas bases que las humanas, con la diferencia de que mientras los monos apoyan toda la planta, el cánido sólo apoya los dedos. Pues eso mismo le pasó a Martín. A la vez que su fémur se acortaba, su pie se alargó. De la base de su espalda creció una cola que no tardó en cubrirse de un espeso pelaje blanco y marrón. Su rostro dejó de ser humano, y creo que fue en ese momento cuando el caco dio un alarido y, tambaleándose, con las manos aún a la espalda, echó ya correr y desapareció en la noche. No era para menos, las fauces que habían ocupado el lugar de la cara de mi amigo, con sus colmillos y todo, era una visión realmente imponente.

Cuando el dolor terminó, Martín se miró rápidamente las manos, ahora convertidas en garras. Un agónico gemido escapó de sus labios negros y echó un apresurado vistazo a su cuerpo, totalmente cubierto de un tupido pelaje de doble capa blanco y marrón. El cuerpo de un husky siberiano. Asustado, Martín me apartó a un lado de un empellón que consiguió tirarme al suelo y corrió a esconderse detrás de unos contenedores de basura que había en un fondo de saco próximo.

“Martín, escúchame. Esto tiene una explicación.” dije, echando a correr tras él cuando conseguí incorporarme.

No me hube acercado ni a tres metros de él cuando un ronco y desesperado gruñido me hizo detenerme. No era tan tonto como para desoír una advertencia tan evidente. Martin no podía hacer nada contra mí pero pelearme con él hasta someterlo no me parecia la mejor manera de ayudarlo. ¡Joder! ¡Este era trabajo para vigilantes, no para un operativo como yo!

“Martín. Déjame que me acerque. Te lo explicaré todo y lo entenderás.”

Un gruñido. O un gemido. O quizás un ronroneo. Creo que ni él tenía claro qué era lo que quería hacer.

Agobiado, me apoyé sobre la pared y resoplé. Consideré por un momento cambiar yo también. Quizás eso le daría al menos el golpe de confianza necesario para salir de ahí, o quizás terminaría de asustarlo del todo. ¡Maldita sea! Quizás debería haber dicho algo cuando empecé a ver síntomas, pero lo más probable era que no me hubiese creído. Confiaba en que un vigilante, los encargados de ayudar a los novatos que aún no han atravesado su primer cambio, se hubiese encargado ya de esto, pero aparentemente no había sido así. Tampoco parecía haber ninguno en las cercanías.

“¡Serán gilipollas!” protesté en voz alta. “¡Mira que les avisé hace tiempo! Que estoy apreciando síntomas. Que le brillan los ojos en la penumbra. Que le he visto colmillos. ¡Pero noooo! ¡Qué va a saber un operativo! ¡Como si yo nunca hubiese pasado por esto!”

“Se te ha escapado el perro, ¿eh?” una voz a mi lado me hizo girar la cabeza a tiempo de ver a un señor mayor, encorvado y con una pequeña bestia escandalosa que no dejaba de ladrar.

“¿Cómo dice?” no supe ni qué decir. Había estado tan enfrascado en cómo solucionar esta situación que ni me di cuenta de su presencia hasta que lo tuve al lado.

“Esto tiene fácil solución. Coges un periódico y le das en el hocico hasta que se someta. Estos bichos nos tienen que respetar, que si no se nos suben a la chepa.” dijo el anciano.

La imagen mental de pegarle a Martín en el hocico con un periódico enrollado cruzó de repente mi cabeza y me hizo enarcar las cejas.

“Gra... gracias...” dije, demasiado aturdido como para responder con claridad.

El anciano asintió, satisfecho con su buena obra del día, y prosiguió su paseo con su pequeña bola de pelo y estrés. Yo miré de nuevo hacia los contenedores. Ya no veía la silueta sombría del hombre perro pero sí escuché un gemido amortiguado, débil. Un gemido humano. Inhalé una larga bocanada de aire y, haciendo acopio de valor, fui hasta donde Martin estaba escondido. Mi amigo estaba desnudo, con algunos jirones de ropa aún colgando de su cuerpo, y se miraba las manos con expresión aturdida y algo asustada, como si no entendiese nada. Seguramente no entendía nada.

“Fede...” levantó la mirada hacia mí. “Tú lo has visto. Tú has visto lo mismo que yo. No me estoy volviendo loco.”

Me arrodillé en el suelo y puse una mano sobre su hombro. Una sonrisa calmada y calculada apareció en mis labios. A través de ellos Martín pudo ver mis dientes y los cuatro poderosos colmillos. Abrió la boca en una exclamación de sorpresa y sus ojos azules volaron hacia los míos.

“Creo que tenemos que tener una charla.” dije tratando de sonar todo lo tranquilizador que podía. “Es eso o lo del periódico enrollado, y eso me parece una idea terrible.”

Martín se rió y yo solté un largo suspiro y me relajé. Lo había conseguido. Había roto el hielo. Ahora podía empezar a explicarle con calma lo que le esperaba como hombre perro. No era un vigilante pero después de diez años cambiando cada Luna llena creo que sabía lo suficiente como para prepararle. Al menos mientras los burócratas incompetentes de la cúpula movían su trasero para enviarle, de una pajotera vez, al vigilante que le correspondía.

DNH

Ese Noruego que No era Noruego sino que era Finlandés

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 Práctica 8; Humor.

— Anda, ¡hola! ¿Eres nuevo? Encantado, me llamo Jeff.
—…
— ¿Cómo te llamas?
— Daniel.
Ya podría estrecharme la mano, que llevo ya un rato con la mía levantada. Nada, nada, ante todo no debes olvidar tus modales Jeff, enséñale la casa y así seguro que pierde el miedo.
— Bueno… Pues bienvenido a tu nueva casa. Mira, te enseñaré dónde está todo.
—…
Eres súper hablador, ¿eh?
— Aquí tenemos la cocina, como ya te imaginarás. Tienes estos cajones para guardar lo que quieras, y la nevera está dividida por baldas, para que dejemos en cada una lo que es de cada uno. Ya me entiendes, juntos pero no revueltos, ¿eh? Jajajajaja
— …
Finísimo sentido del humor, por lo que veo.
— Bien entonces, luego está el salón. No es nada del otro mundo, pero tenemos tele de alta definición. Cortesía del casero, fíjate tú jajajaja…
— …
— Como siempre, los cajones a tu entera disposición, para guardar lo que veas. Lo de la ropa en el tendedor es sencillo: si ves que la ropa te da para ello, usa sólo la mitad, así podremos hacer la colada los otros dos. ¡Ah, se me olvidaba! Vive también un chico chileno, bueno, ahora estará en su habitación supongo. A todo esto,  ¿de dónde eres tú?
— Finlandia.
— Vaya, debe hacer un frío que pela ahí arriba, ¿eh? Jajajajaja
— ...
O puede que no, nunca lo sabremos. Por lo menos podría alegrar esa cara, está empezando a darme miedo.
— Aquí tienes el baño, sólo hay uno, y somos tres, así que tendremos que respetar los horarios no sea que por no poder ducharse llegue tarde a clase. Tú estudias, ¿verdad?
— Informática
Y algo me dice que te sabes relacionar mejor con los ordenadores que con las personas, ¿verdad colega del norte?
— ¡Eso está genial! El otro chaval, el chileno, también estudia algo de eso, informática, o programación o algo así. Cuando salga ya te dirá él.
Nunca va a salir de su cuarto, estoy solo frente al peligro, me lo huelo.
— Yo estudio filosofía.
— …
Oh, muchas gracias por interesarte en mi vida, pues me va genial, estoy en 4º curso, haciendo muchos amigos porque les pregunto qué tal les van las cosas que hacen.
— Bien, y ahí está tu cuarto. Sí, ese, al final del pasillo.
— …
De nada hombre, si enseñarte la casa no me cuesta nada. Tú sigue adelante con tus maletas como si yo no existiera, no me ofende ni nada.
— Vaaale, pues me voy a hacerme un bocadillo a la cocina, si necesitas algo ya sab…
— Ven, ven aquí, mira esto.
Qué buenos modales, me encanta este chico, es todo dulzura.
— ¿Qué ocurre?
— La pared de mi cuarto está deshecha. Está todo con humedad, es inaceptable. Y hay sábanas debajo de la cama, sábanas sucias. Me parece una vergüenza cómo está esto.
Vaya, nos salió sibarita el niño.
— No te preocupes hombre, seguro que el casero lo arreglará, tú tan sólo llámale y le comentas lo que ocurre y te dirá algo.
— Yo estoy pagando un precio por un mínimo de calidad. Esto me parece una broma. La pared está que da asco, parece que se vaya a caer. Para esto me voy a cualquier otro lado y no pago tantísimo como estoy pagando aquí.
— Bueno, tienes que reconocer que la casa está bien situada, ¿has visto que se ve toda Casa de Campo?
¿Por qué estoy haciendo de abogado del diablo? Ni que me importara lo más mínimo que se fuese ahora mismo a su tierra…
— Llamaré ahora mismo, vamos, me parece un timo.
— Oye, ¿hace cuánto llegaste de Noruega?
— …
— …
— Finlandia
Este me mata. Me mata y me entierra muy profundo. Menuda mirada asesina que me está echando. Mejor me disculpo antes de que saque un hacha de la maleta… ¿A quién estoy metiendo en mi casa?
— Perdón
— Bueno, llamaré luego. Pero esto es vergonzoso. Mi padre es español y dice que el precio que cobran aquí es muy alto. Y si estoy pagando tanto es por una calidad que no veo aquí.
— Venga, que no es para tanto. Ven, ven al salón. No te preocupes por el cuarto, eso entre hoy y mañana ya está arreglado, ya lo verás.
— …
—…
—…
— Geniaaaaaal, entonces dime. ¿Qué te trae a Madrid?
— Vengo a estudiar, como tú.
Es un genio de la obviedad, me encanta.
— Me refería a por qué Madrid y no cualquier otro lado.
Por mí podría haberse ido a Japón, que para lo que habla…
— Por mi padre.
—…
—…
No me des tantos detalles, por favor, me abrumas.
— ¿Te mandó tu padre aquí?
— No, él vive aquí, en España, ya te lo he dicho.
Mentira, le he dado para arriba a la rueda del ratón y has dicho que era español, no que viviera aquí. Podrías ahorrarte esa mueca que haces con la boca, como si llevaras un anzuelo clavado desde Noruega.
— Ah, que era español, es verdad. ¿Y qué? ¿Te gusta Madrid?
— Acabo de llegar.
Correcto, ya lo veo, era por sacar conversación, pero este ritmo me supera. ¿Por qué no vas a visitar la ciudad y dejas de hacerme sentir incómodo?
— Si quieres que te puedo dar indicaciones del barrio, para que sepas dónde está tod…
— ¿Hay fruterías cerca?
— ¡Claro! Tienes la del Día ahí abajo, y luego más allá tienes el Mercadona, pero…
— Ni hablar, esas no me sirven, necesito fruterías de verdad.
Creo que mis mandarinas son bastante reales, pero puedo darte con ellas en la cara si quieres comprobarlo.
— Pues ahí me has pillado jajaja… No tengo ni idea.
— Ya veo.
¿Eres siempre así? Tanta amabilidad me agobia. Me has quitado el hambre, no te digo más.
— Bueno, me voy a mi cuarto, si tienes cualquier duda tan sólo coméntamela, ¿vale?
— Bien.
Correcto. Esto. De. Hablar. Con. Monosílabos. Es. El. Futuro. Se. Comenta.
— Pues ale, espero que pases unas buenas semanas…
— Seis meses.
Dios mío, ¿qué te he hecho?
— Unos buenos seis meses en Madrid, y que no eches mucho de menos Noruega.
—…
—…
— ¡¡¡Finlandia!!!
Esta vez ha sido a posta.
Montag