lunes, 19 de enero de 2015
Joven panda sabio
Práctica 6; Críticas sociales.
Hoy Mamá me llevó al Zoo. Llevaba
dos días diciéndome que teníamos que ir allí, y se empeñó en acercarnos el
domingo, decía que me iba a gustar mucho.
¡Cuántos colores! ¡Qué personas
más sonrientes le hablaban a Mamá mientras pagaba la entrada y qué bien me lo
pasaba tan sólo de ver a los loros posados sobre el hombro de aquellos
expertos! Era divertidísimo ver a los distintos animales: los delfines dando
graciosas vueltas en su piscina, y allá abajo el tigre tumbado al sol. Unos
elefantes movían la trompa acompasadamente mientras pasábamos frente a ellos,
¡eran enormes! Cuando llegamos a la jaula de los chimpancés rompí en
carcajadas: ¡qué graciosos estaban ahí sentados, mirando al infinito como si no
tuvieran nada mejor que hacer!
Pero lo mejor llegó después de
comer. Mamá me cogió de la mano y me condujo entre la multitud hasta una jaula
decorada con miles de detalles, y tras la que había dos bultos negros y
blancos. Al acércame se me cortó la respiración: ¡era una mamá panda y su
hijito! En un enorme cartel anunciaban: “Conozca a Xing Bao la cría de oso
panda de tan sólo 6 meses”, aunque casi no se podía leer por la cantidad de
gente que se arremolinaba en torno a él. Reían, charlaban y señalaban a los
ositos, aguantándose las ganas de hacerse una foto.
Al llegar hasta el cristal, posé
las manos sobre él y miré fijamente a Xing Bao, ¡qué bonito era! De pronto noté
cómo él también me miraba a mí, y se acercaba tímidamente hacia el borde de su
jaula. Ahora que veía sus ojos de cerca, parecían cansados, o tristes, como si
les faltara luz.
— Hola— dije.
El osito miró a su mamá y se
volvió hacia mí, torciendo la cabeza.
— Hola.
Miré a Mamá, pero ella no había
hablado. El resto de personas estaba demasiado ocupado charlando sobre la mamá
panda y su hijito.
— Hola— repitió el osito panda.
— ¿Sabes hablar?— pregunté,
sorprendida. Miré a Mamá y le dije— Mamá, Mamá, ¡el osito sabe hablar!
— No hija— dijo con su dulce
sonrisa— Eso tan sólo es gruñir.
Me volví hacia el osito y le
pregunté:
— ¿Cómo es que mi Mamá no te entiende?
— Los adultos humanos sólo
entienden lo que creen que pueden entender, al menos eso dice mi mamá— dijo el
osito mirando hacia Mamá y luego hacia el resto de adultos sonrientes que le
prestaban atención, riéndose a carcajadas— Pero tú me entiendes, ¿verdad?—
Asentí— Eso quiere decir que también sabes hablar.
¡Qué osito más listo! De pronto
recordé el cartel y me invadieron las preguntas.
— ¿Es cierto que vienes de China
y que te llamas Xing Bao?
— No vengo de China— dijo negando
con la cabeza, en tono triste— Nací aquí, y mi mamá dice que viviré aquí toda
mi vida, porque no se puede salir. Y tampoco me llamo Xing Bao, mi mamá no me
puso nombre porque dice que no le necesito, que yo soy yo, y nadie me tiene que
llamar de una manera. Pero los humanos se empeñan en que me llame Xing Bao, y
me he acostumbrado a mirarles cuando dicen eso.
— ¿Y cómo tengo que llamarte
entonces?
— Puedes llamarme o no llamarme,
me da igual. Mi mamá siempre dice que lo importante no es cómo te llamen, sino
para qué te llamen.
Me empezó a dar mucha pena que el
osito no fuera ir nunca a China, ni que no hubiera conocido ese lugar.
— ¿Te gustaría ir a China?
— ¡Claro!— respondió emocionado—
Mi mamá siempre me habla de los inmensos bosques de bambú en los que vivía
antes de que la capturaran y la trajeran aquí. Dice que echa mucho de menos
poder andar por donde quiera, elegir su comida y el lugar donde dormir. Echa de
menos caminar sin rumbo y descubrir nuevos lugares, relacionarse con otros
animales y ver los días pasar a su manera. Dice que todos los animales aquí
sienten lo mismo.
— ¿Todos?— no me lo podía creer—
¿Incluso los delfines juguetones, el tigre, los elefantes y los chimpancés?
Al recordar a estos últimos me
entró la risa, ¡qué graciosos eran! Pero los ojos tristes del osito seguían
ahí.
— Todos y cada uno. Mi mamá sabe
que los delfines añoran la libertad del mar, jugar con las corrientes marinas y
decidir su rumbo. El tigre se siente solo sin presas a las que cazar ni sitios
a donde ir. Los elefantes mueven la trompa así para olvidar que no pueden andar
todos los kilómetros que necesitan sus piernas, ya que están encerrados.
— ¿Y los chimpancés? ¡Esos se lo
deben pasar en grande!— pregunté desesperada. Ese osito parecía tener razón, y
eso no me gustaba.
— Los pobres chimpancés, según
dice mi mamá, se pasan el día sentados, sin comprender por qué unos animales
que se parecen tanto a ellos los encierran y se ríen de ellos, cuando tan sólo
añoran pasear de árbol en árbol sin nadie que los mire. Por eso tienen esa
mirada perdida, triste.
De pronto Mamá me cogió de la
mano y me llevó lejos de ahí, había empezado a llorar en silencio. Sin saber
qué otra cosa decir, grité:
— ¿Podré hablar otra vez contigo?
— Depende de cómo me llames
cuando te hagas mayor— me respondió antes de perderse entre las piernas de la
gente.
Cuando Mamá me secó las lágrimas
fuimos hacia la salida del Zoo: los delfines ya no jugaban en círculos, sino
que se paseaban tristes. El tigre bostezaba deprimido mirando los pájaros, y
los elefantes se cogían la trompa los unos a los otros mientras la balanceaban.
Cuando pasamos por la jaula de
los chimpancés vi en todas sus miradas la incomprensión de la que había hablado
el osito, y ya no me parecieron nada graciosos. Me avergoncé de haberme reído
de ellos como si fueran payasos.
— Mamá— dije al salir de ahí—
Creo que no me gusta ir al Zoo.
Montag
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Me ha gustado bastante el relato, me parece que consigue retratar la cotidaneidad de los zoos con un toque a la vez original y mágico gracias al truco de hacer que el oso panda hable. Le da un toque especial a una situación que, la verdad, en efecto está lejos de ser ideal.
ResponderEliminarSin embargo, creo que para mi gusto al relato le faltó un poco de golpe emocional. Es cierto que el objetivo del ejercicio era no crear historias lacrimógenas, pero la descripción de la niña de todo (después de la conversación) se me antoja ligeramente distante y fría. Y eso hace que la crítica pierda un poco de fuerza.