martes, 27 de enero de 2015

Gente inadvertida.

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Práctica 6; Críticas sociales.

Caminar por la calle se había vuelto una experiencia desagradable para mí, fuera de mi casa, de mi cuarto, todos mis miedos parecían salir a la luz. Sé que Madrid es una ciudad demasiado grande como para cruzarme con gente a la que preferiría no ver por pura casualidad, pero hay demasiada gente a la que prefiero no ver. Demasiada. A cada paso que daba, notaba como la gente me miraba, me juzgaba y se reían de mí al pasar de largo, y a pesar de eso, yo trataba de mantenerme firme, fingiendo seguridad en mí misma, fingiendo estar orgullosa de algo que he empezado a detestar.

Cualquier tipo de relación con otras personas que no fuesen de mi familia más cercana me parecía cada vez más… no inútil, pero sí desagradable. Todos me juzgaban, y si no lo hacían, no me hacían sentir bien, hasta que perdí cualquier interés más allá de la conversación que me daba mi perro. Mis amigos se empezaron a preocupar por mí y por mi estado de ánimo, siempre oscuro, recelando de cualquier estupidez, hasta que se cansaron. Y se fueron. Mi familia también se preocupaba bastante, queriendo saber qué me pasaba. Me preguntaban continuamente, pero a mí cada pregunta me enfadaba cada vez más; ellos no sabían nada, y aun así no eran capaces de dejar de molestarme. Solo quería estar sola.

Al principio lo achacaba a una fase, al estrés o alguna tontería pasajera que no se me tardaría en pasar, pero no pasaba. El mundo me parecía cada vez más siniestramente lúgubre y falto de sentido, cada mañana me levantaba con menos ganas de hacerlo para pasar un día tras otro viviendo por inercia. No sé hasta qué punto tenía sentido lo que hacía. Iba a la universidad por la mañana, lo cual parecía ser lo último que me alegraba en el mundo, y al volver a mi casa, me tumbaba en la cama durante el resto de la tarde. Aquello era lo peor, mi pensamiento volaba por los recuerdos, volviendo insignificantes los recuerdos buenos y dándole a los malos más valor que el que les había dado nunca. Acabé con miedo a tumbarme en la cama para no ser devorada por todos esos fantasmas, día sí día también.

Antes siempre me identificaba por ser una gran soñadora, me encantaba volar por otros mundos imaginarios y hacer castillos en el aire, pero incluso aquello desapareció. Cada sueño dejó de significar una nueva ilusión y un motor para vivir para transformarse en un fracaso. Dejé de perseguir aquellos mundos. Dejé de perseguirlo todo. De hecho, incluso dejé de tratar de estar bien, incluso me había dejado de importar a mí misma. Recordaba las palabras que uno de mis últimos amigos, “No puedes esperar que la gente confíe en ti si no lo haces tú mismo.” En algún momento, aquello había sido una motivación para mí, pero ya no. No me sentía con fuerzas para nada.

No estaba sola realmente, como me había estado repitiendo desde el principio. Había alguien dentro de mí, como dos personas enfrentadas: una era la que me destrozaba a cada segundo, atacando con miedo cada uno de mis intentos de volver a ser feliz, mientras que la otra, de la cual no quedaba más que un fino hilo de voz era una extraña versión de mí que gritaba desde dentro que todo era una gran mentira, y que aún había algo de valor en mí. Pero aquella persona agonizaba, y lo peor es que era yo quién la estaba matando.

Pedir ayuda puede parecer un acto de cobardía, pero requirió todo mi valor, todo mi arrojo y la última esperanza que me quedaba.


La primera vez que entré en la sala de espera de la clínica de psicología me sentí aliviada por primera vez. Allí había gente como yo, cabizbaja, mirando con recelo a quienes estaban a su alrededor, había hombres trajeados, ancianos, e incluso otra chica de mi edad. Y me sentí enormemente avergonzada también; avergonzada de pensar que solo yo tengo derecho a pasarlo mal.

Elllolol

1 comentario :

  1. Una muy cuidada descripción de una enfermedad terrible como la depresión, con todos los autoengaños, falsas apariencias y la lenta autodestrucción que implica. Precisa, cuidada y muy bien llevada, sin hacerse pesada ni cargante. Como mucho, quizás es un poco frío, como si la protagonista estuviese hablando de otra persona, más que las duras experiencias por las que ha pasado. Pero, es eso, un toque, no algo que empañe realmente el relato.

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