martes, 20 de enero de 2015
El alcoholismo
Práctica 6; Críticas sociales.
Mi amiga Laura era una joven sombría, a sus dieciséis años
de edad parecía abarcar toda una vida. Tenía los ojos de un azul irresistible,
como el mar embravecido, quebrando todo en lo que detenía unos instantes su
atención. Parecía juzgar y sentenciar cada objeto o persona que se cruzara en
su mirada. Tal vez por eso mismo era que me atraía tanto. Yo la quería, algo
muy extraño en mí, una persona egoísta, insensible y fría como el hielo. En la
escuela me llamaban la insípida, cuando llegué al instituto cambiaron el apodo
a zorra. Puede que en parte se debiera a mi abundante vida amorosa, puede que
en parte fuera por mi despreocupación por lo que pensara el resto.
Laura nunca me miró de forma especial, el vacio de sus ojos
me hacía sentir escalofríos y cuando su pálida piel rozaba la mía, sentía como
mi cuerpo se entumecía y tiritaba. Ella no parecía inmutarse, parecía que me
traspasaba, como si no estuviera ahí, como si nada estuviera…
Yo sabía que no era alguien corriente, después de todo se
reconocer a mis iguales. Muy a menudo quedábamos y me encontraba con algún que
otro moratón en su blanquecina mejilla, en su cadera o pecho, en lugares
ocultos que cantaban a kilómetros por un ligero cojeo, un breve suspiro ahogado
o una leve inclinación en su firme porte. Yo no la preguntaba, se ha ciencia
cierta que eso no ayudaría sino a incomodarla.
Una noche la invite a mi casa, pensé inocentemente que ese
día mi madre no aparecería, llevaba una semana sin verla, al parecer estaba
contenta con su nuevo novio y se había largado durante un tiempo, o eso ponía
en el posit que dejó en la nevera. Había veces en que su ausencia alcanzaba un
mes, fue por eso que quise que Laura durmiera conmigo aquel día.
Estábamos preparando una cena a base de pan de molde y
anchoas de lata (en efecto con esto me refiero a que la estaba preparando un sándwich,
yo no habría sabido cocinar algo comestible por mucho esfuerzo que pusiera en
ello, era un desastre) cuando de pronto apareció en escena mi madre. Olía a
alcohol a diez metros de distancia, no quería mirarla asique me miré los pies y
a continuación vi los de Laura:
-
Dame el vino- dijo sin poder enfocarme, sus ojos
parecían dar vueltas y luchaba por mantenerse en pie, sujeta fuertemente a la
puerta de la entrada
-
Primero vamos a la cama, luego te lo traigo-
dije sabiendo que de negarme montaría el espectáculo
Me dejó llevarla a su dormitorio, la hice una limpieza rápida, coloqué un cubo al lado de la cama, recostándola de lado para que no se ahogara con su vómito y volví a la cocina. Laura me miraba de reojo pero se abstuvo de interrumpir el silencio, algo que me alivio considerablemente. Le preparé un te rojo, en su estado no sería capaz de distinguirse a sí misma en un espejo, asique como habitualmente hacía, le di el brebaje intentando asentar su estomago. Ya de vuelta y sin ni un ápice de apetito, hablé a Laura:
- ¿Siegues queriendo quedarte?- Laura no parecía
afectada por lo que acabada de presenciar
- Si vuelvo a esta hora mi padre me mata, si
vuelvo mañana tal vez se haya olvidado de mi ausencia de hoy- la dediqué
entonces una sonrisa amarga, asentí y la llevé a mi cuarto
Ambas, recostadas una al lado de la otra, aliviamos nuestro
pesar. Laura ya no estaba fría, desprendía un calor reconfortante que me hizo
sentirme querida.
Al día siguiente sonreíamos al mundo, mirábamos el cielo
despejado como si este reflejara nuestra misma emoción, fue el mejor día que
pude recordar hasta después de conocer a Juan, años y años después de aquello.
Laura no apareció al día siguiente a la escuela, ni al
siguiente…Desesperada, fui en su busca, sabía donde vivía, no era un lugar
acogedor, nunca se le pasó por la cabeza invitarme y había un motivo para ello,
pero el miedo de que le hubiera pasado algo era cien veces mayor al daño que yo
pudiera recibir, asique corrí y corrí hasta alcanzar mi destino.
Llamé al timbre, agitando mi mano una y otra vez, me
temblaba todo el cuerpo, empecé a aporrear la puerta desesperadamente y fue
entonces cuando noté que no estaba cerrada. Intenté recomponerme aunque mi
estado era deplorable y entré insegura al domicilio. “Boom boom, boom boom”, mi
corazón iba tan rápido que pensé que se me saldría del pecho y entonces…Me
quedé paralizada, el frío se apoderó de mí. En el suelo yacía el cuerpo inerte
de mi única amiga, con los ojos abiertos, mirando horrorizada el mundo que la
oprimía.
Nunca superé aquello, nunca conseguí olvidar la furia que se
apoderó de mí ese instante, la impotencia y el dolor que no desaparece en el
tiempo, me acompaña como mi misma sombra, recordándome el pesar de una muerte
injusta.
Cristina Torres
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Me ha gustado el relato, muy crudo pero durante la mitad consigues darle un toque de dulzura que le hace un contraste que le viene muy bien. Sin embargo, para mi gusto al final te precipitas un poco, y el suicidio de la amiga llega a toda velocidad, sin contexto ni marco que diga por qué esta vez se ha suicidado, ni qué la ha hecho cruzar la línea. Así evitas caer en la lágrima fácil, pero también pierde algo de peso la crítica, en la medida en que deja todo un poco en el aire.
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