martes, 27 de enero de 2015
Justificando Emociones
Práctica 6; Críticas sociales.
Otro día más. Otro día aburrido en la panadería de mi pueblo
viendo las mismas caras pasar a las mismas horas de todos los días. Como cada
día, me saludaban con las mismas palabras preconfiguradas y yo respondía con la
misma sonrisa y me interesaba por sus vidas. Sabía que la mayoría de ellos me
respondían por cortesía, fingiendo que me escuchaban con asentimientos y
palabras huecas de toda emoción, pero yo seguía interesándome por el bienestar
de mis vecinos. No me entendían, nunca lo harían, pero no me importaba. No eran
ellos los que tenían que vivir mi vida.
“Buenos días, Ana.” dijo una anciana mujer, de aquellas
orondas, mirada afable y cristalina y maraña de pelo blanco, tan menuda que
tenía que estirarse para llegar al mostrador.
“Buenos días, Dolores. ¿Qué va a ser? ¿Una pistola como todos
los días?”
“Dame hoy dos, hija, que ¿sabes? Mi hijo viene a comer.” lo
dijo con una sonrisa radiante, de las que consiguen alegrar el día.
“Claro, Dolores. En seguida le pongo las dos pistolas.”
Me apresuré a enfundar mi mano en un guante de plástico y
cogí dos barras que metí con la maestría de la costumbre en una estrecha bolsa
de papel.
“Ya sabes que trabaja en Barcelona. Es un buen camino en
coche hasta aquí, pero viene a verme cuando puede el pobre.” el orgullo de
madre la henchía.
“Me alegro mucho. Los hijos tienen que cuidar a sus madres.”
le di las dos barras inclinándome sobre el mostrador y ella me pagó con algo de
chatarrilla de la que llevaba en el bolsillo.
“Di que sí, Ana. ¿Y tú? ¿Para cuando vendrán los niños?”
Esbocé una sonrisa que traté no resultase demasiado hastiada.
La historia de siempre. Las mujeres sólo teníamos dos funciones en la vida,
casarnos y parir hijos, y una mujer que no hiciese las dos cosas era una
especie de criatura rota a ojos de la costumbre imperante. Estaba llegando a mi
treintena y no tenía hijos. Mi abuela seguía hostigándome con ello, aunque mi
madre ya había dado por imposible que algún día fuese a ser madre. No asi la
gente del pueblo que insistía a cada poco en el tema. Lo normal en un pueblo
tan pequeño, donde lo que se salía de lo normal era la comidilla de todos.
“Estoy demasiado ocupada para tener hijos, Dolores. Entre el
trabajo y el voluntariado.”
“Ah, ya.” chasqueó la lengua con cierto toque de desprecio
que no me pasó desapercibido, y puso la expresión de la anciana que cree saber
tanto como los años que ha vivido. “Deberías dejar eso del voluntariado. Es
perder el tiempo, muchacha. Tener hijos es mucho más importante.”
No quise contradecirla. Meterse en una discusión verbal con
una clienta nunca era una buena idea. Además, ella no entendería que traer
hijos a un mundo sobrepoblado no era una opción para mí. Eran gente de pueblo
que no salían de su limitado ecosistema. Pedirles entender los grandes
problemas a los que se enfrentaba la humanidad era imposible.
“Quizás más adelante.” la respuesta que daba siempre para
zanjar la discusión.
“Ya verás como cuando tengas hijos, todo lo demás te parecerá
poco importante.” me dijo con un brillo conocedor en la mirada.
“No lo pongo en duda, Dolores. Disfrute de la comida con su hijo.”
La mujer me dio las gracias y se marchó de la tienda. Yo
seguí trabajando hasta que alrededor de la hora de comer mi compañera y mejor
amiga me sustituyó. Al verme la cara, sus labios se curvaron en una sonrisa.
“Otra vez.” adivinó.
“El cuento de siempre. Nunca lo van a entender.” dije
agachando la cabeza. “Es tan complicado hacerles ver que el único amor que
existe no es el suyo, no es el que ellos consideran normal. A veces me siento
como las parejas de blancos y negros en EEUU. Tener que esconder lo que siento
y cuidar lo que digo para que no me miren mal.”
“¡Al diablo con ellos! ¡Algún día saldremos de este pueblo
infecto y seremos libres!” me cogió cariñosamente de las manos.
“¿Y dejarlos solos? ¡No podría!” dije con vehemencia.
“Habrá más a quienes ayudar allí donde vayamos.” me dijo.
“Lo sé, y eso me pone muy triste.” hice una mueca.
“Shhh. Algún día.” me acarició la mejilla.
Era nuestro mantra. Algún día veríamos un cambio
revolucionario. Algún día la gente dejaría de pensar en ellos, en el
antropocentrismo patriarcal imperante, y verían a través de otros ojos,
vestirían otra piel. Entonces nuestro trabajo habría terminado. Pero aún no
había llegado ese día y había mucho que hacer.
“Corre. Te esperan.”
Miré a mi alrededor. No venía ningún cliente asi que
aproveché para darle un rápido beso en los labios a mi novia y me marché. Otro
secreto. Otra anormalidad a ojos de ese pueblo cerrado en sí mismo y sus
costumbres. Conduje hasta las afueras y, antes incluso de llegar, ya pude oír
el coro de ladridos que me saludaban como todos los días. El refugio era poco más
que un complejo de jaulas de hormigón y hierro. Una mierda, lo sé, pero era la
única forma en la que podíamos ayudarlos.
Mis compañeras voluntarias abrieron el porton y me dejaron
entrar. Los perros me rodearon y yo me arrodillé para recibirlos con los brazos
abiertos. Sus húmedos lametones empaparon mis mejillas y su jolgorio contagioso
me invadió. No me agradaba verlos encerrados aquí, pero ayudarlos me hacía
inmensamente feliz. No entiendo porqué tengo que justificar mis emociones para
parecer normal.
DNH
Gente inadvertida.
Práctica 6; Críticas sociales.
Caminar por la calle se había
vuelto una experiencia desagradable para mí, fuera de mi casa, de mi cuarto,
todos mis miedos parecían salir a la luz. Sé que Madrid es una ciudad demasiado
grande como para cruzarme con gente a la que preferiría no ver por pura
casualidad, pero hay demasiada gente a la que prefiero no ver. Demasiada. A
cada paso que daba, notaba como la gente me miraba, me juzgaba y se reían de mí
al pasar de largo, y a pesar de eso, yo trataba de mantenerme firme, fingiendo
seguridad en mí misma, fingiendo estar orgullosa de algo que he empezado a
detestar.
Cualquier tipo de relación con
otras personas que no fuesen de mi familia más cercana me parecía cada vez más…
no inútil, pero sí desagradable. Todos me juzgaban, y si no lo hacían, no me
hacían sentir bien, hasta que perdí cualquier interés más allá de la
conversación que me daba mi perro. Mis amigos se empezaron a preocupar por mí y
por mi estado de ánimo, siempre oscuro, recelando de cualquier estupidez, hasta
que se cansaron. Y se fueron. Mi familia también se preocupaba bastante,
queriendo saber qué me pasaba. Me preguntaban continuamente, pero a mí cada
pregunta me enfadaba cada vez más; ellos no sabían nada, y aun así no eran
capaces de dejar de molestarme. Solo quería estar sola.
Al principio lo achacaba a una
fase, al estrés o alguna tontería pasajera que no se me tardaría en pasar, pero
no pasaba. El mundo me parecía cada vez más siniestramente lúgubre y falto de
sentido, cada mañana me levantaba con menos ganas de hacerlo para pasar un día
tras otro viviendo por inercia. No sé hasta qué punto tenía sentido lo que
hacía. Iba a la universidad por la mañana, lo cual parecía ser lo último que me
alegraba en el mundo, y al volver a mi casa, me tumbaba en la cama durante el
resto de la tarde. Aquello era lo peor, mi pensamiento volaba por los
recuerdos, volviendo insignificantes los recuerdos buenos y dándole a los malos
más valor que el que les había dado nunca. Acabé con miedo a tumbarme en la
cama para no ser devorada por todos esos fantasmas, día sí día también.
Antes siempre me identificaba por
ser una gran soñadora, me encantaba volar por otros mundos imaginarios y hacer
castillos en el aire, pero incluso aquello desapareció. Cada sueño dejó de
significar una nueva ilusión y un motor para vivir para transformarse en un
fracaso. Dejé de perseguir aquellos mundos. Dejé de perseguirlo todo. De hecho,
incluso dejé de tratar de estar bien, incluso me había dejado de importar a mí
misma. Recordaba las palabras que uno de mis últimos amigos, “No puedes esperar
que la gente confíe en ti si no lo haces tú mismo.” En algún momento, aquello
había sido una motivación para mí, pero ya no. No me sentía con fuerzas para
nada.
No estaba sola realmente, como me
había estado repitiendo desde el principio. Había alguien dentro de mí, como
dos personas enfrentadas: una era la que me destrozaba a cada segundo, atacando
con miedo cada uno de mis intentos de volver a ser feliz, mientras que la otra,
de la cual no quedaba más que un fino hilo de voz era una extraña versión de mí
que gritaba desde dentro que todo era una gran mentira, y que aún había algo de
valor en mí. Pero aquella persona agonizaba, y lo peor es que era yo quién la
estaba matando.
Pedir ayuda puede parecer un acto
de cobardía, pero requirió todo mi valor, todo mi arrojo y la última esperanza
que me quedaba.
La primera vez que entré en la
sala de espera de la clínica de psicología me sentí aliviada por primera vez.
Allí había gente como yo, cabizbaja, mirando con recelo a quienes estaban a su
alrededor, había hombres trajeados, ancianos, e incluso otra chica de mi edad.
Y me sentí enormemente avergonzada también; avergonzada de pensar que solo yo
tengo derecho a pasarlo mal.
Elllolol
El futbolista
Práctica 6; Críticas sociales,
Aquello sucedió en torno al 22 de
diciembre, día arriba, día abajo. La pantalla verde del móvil de Abdou
parpadeaba al ritmo de una festiva melodía, la cual sonó durante unos segundos
hasta que se decidió a aceptarla. Tuvo que taparse el oído que le quedaba libre
por el ruido que hacía la afición del estadio de fútbol.
La voz de un chico joven le
felicitó las fiestas, casi no le dio tiempo a escuchar un tímido
"gracias" de Abdou cuando continuó. Según la voz, le había
correspondido un regalo fantástico que podrían llevarle a su casa ahora mismo,
sólo necesitaban su dirección y que él abriera la puerta.
-
Lo siento, no estoy en casa - dijo Abdou, muy
seguro y cortante - Estoy trabajando mucho. No puedo atender el teléfono.
Adiós.
Entonces colgó. El ruido de los
aficionados volvió a llamar su atención:
-
Demal!
- gritó Abdoulayé, dejándose la garganta
-
Dawal ron!
- insistía Mor sin apenas reponer el aliento
Abdou estaba listo para volver al
partido, que estaba en un momento complicado: su equipo perdía tan sólo por un
gol y quedaban apenas quince minutos para terminar. Demba Ba, el máximo
goleador del equipo, había sido expulsado por una entrada peligrosísima al
portero del otro equipo. No pasó nada, pero el árbitro se creyó su estupenda
actuación y le sacó la roja directa. Ganar la final se ponía cuesta arriba.
Abdou calentaba, sus músculos se habían quedado fríos después de tanto tiempo
sentado.
Sí que estaba en su casa, con sus
nueve compañeros. No estaban trabajando, de hecho llevaban semanas sin hacerlo.
Simplemente estaban viendo un partido de fútbol, lo único que podían hacer y
disfrutar todos juntos desde que llegaron a esta casa. No reparó en que la
llamada era de una ONG del barrio, para ayudarle a pasar una temporada más
holgada, con alimentos y medicinas... pero llevaba el suficiente tiempo en
España como para desconfiar sistemáticamente de los desconocidos.
Diego Tomé Merchán
La elegancia de batir un palo en la garganta
Práctica 6; Críticas sociales.
El primer recuerdo que guardo de Madrid es el olor
ahumado del denso tráfico navideño al transitar la Gran vía rumbo a Canillejas.
Tenía 14 años y a partir de aquel momento el chalé de ladrillo color tierra y tejado
de pizarra serrana se convertiría en el hogar y gesta de mis triunfos y
fracasos.
La tarde lluviosa nos recibió entre los estruendos
eléctricos que dotaban a la ayudante de entrenadora de un semblante serio mientras
aguardaba impaciente bajo el porche impermeable. Con un marcado acento que
revelaba su origen rumano nos hizo saber cuán afortunadas éramos, pues aquella
noche degustaríamos una cena por tratarse de la primera. Antes de saborear la
merluza hervida acompañada de acelgas sin aceite y tres diminutas zanahorias tuvimos
que enfrentarnos a la báscula, primero las residentes senior y posteriormente las
novatas. Para proceder al vespertino ritual me desnudé, acudí al baño y me tomaron
las medidas escribiendo y mapeando todos los recovecos de mi dúctil y espigado cuerpo.
Peso, altura, índice de masa corporal, estructura ósea y defectos o carencias
anatómicas. Aquellos documentos se convertirían en algo más que un simple
historial médico en el centro, pues sobre dichos papeles se grababa y
sancionaba a fuego la disciplina que cada día tatuaba mi dócil torso.
Poco a poco el chocolate, los batidos, la bollería,
los lácteos e incluso cualquier forma de postre fueron convirtiéndose en recuerdos
del pasado, y como si del síndrome de Estocolmo de tratara yo también comencé a
aborrecerlos. La diferencia entre una décima abajo y la gloria podía recaer en
un simple mendrugo de pan.
Meses más tarde intensificamos los entrenamientos,
habíamos obtenido la clasificación directa para Atlanta 96 y fuimos la
revelación en los mundiales húngaros batiendo a las rusas y búlgaras. Sin
embargo todo éxito requiere algún tipo de sacrificio, y aquello implicaba
perder al menos tres kilos adicionales para ejecutar más grácilmente los
ejercicios y aparatos. No me preocupaba en exceso, para entonces yo ya dominaba
la elegante técnica del batir armonioso del palo en la garganta. La danza caníbal
del agitar la campanilla con tus propias manos mientras el olor a ácido
gástrico inundaba el baño y nublaba mi frágil conciencia.
Sin demasiadas pretensiones llegó el día en que
debíamos brillar sobre el tapiz. Los nervios matutinos se entremezclaban con
las sesiones de maquillaje y peluquería en las que debíamos recuperar la
visible carencia de pelo. Llegó el momento de salir. Como si se tratase de una
droga, los dos minutos que duraba la exhibición final consistían en flotar en
el aire acompañando a los aros y pelotas, sincronizándote con ellos y aspirando
a ser más ligera y liviana que las cintas de colores que pululaban en todas
direcciones. La visión se nublaba ante el sobreesfuerzo físico continuado y la
falta de reservas energéticas. Pero debíamos seguir danzando, tocando el cielo
con nuestros delicados dedos y acariciando las mazas como si se trataran de
volátil seda. El ejercicio culminó exitosamente y aquel día me consagré como
una niña de oro, una campeona olímpica gorda de 43 kilos a la que sus padres
contemplaban con horror mientras una jauría enloquecida jaleaba y nos rodeada de
micrófonos.
lunes, 26 de enero de 2015
Práctica 6; Críticas sociales.
Práctica 6; Críticas sociales.
Querida Pris.
Seguramente cuando empieces a leer esto tengas 9 años y ya sepas que papá va a viajar muy lejos buscando un trabajo mejor para que mamá, Pablo y tú estéis bien y no os falte de nada. Quédate tranquila porque papá estará bien y, al año siguiente después de que él se vaya volveréis a estar juntos. Tu madre y tú iréis a verle primero, mientras que Pablo tendrá que quedarse en casa porque tiene que terminar su último curso de instituto. Tampoco te preocupes porque todos en la familia cuidarán de él y cuando se gradúe viajará para ir a verte.
Echarás de menos tus juguetes, los fines de semana con los primos, las vacaciones en la casa de la abuela y los cumpleaños junto a todos. Sé también que te vas a preguntar la razón por la que tus padres dejaron todo atrás, por qué dejaron una casa propia y a toda la familia para tener que compartir otra casa con extraños. Por favor, sé comprensiva cuando tengas que compartir una única habitación con tus padres y sobre todo cuando te toque dormir en el suelo, no será por mucho tiempo. Tampoco les reproches el que no puedan darte ropa ni juguetes nuevos, ni cuando tengan que recurrir a la ayuda de otros para que no te falte algo qué comer.
Te vas a extrañar cuando tus padres trabajen en algo que no tiene nada que ver con lo que ellos hacían antes, sobre todo cuando mamá no vuelva a trabajar de profesora, pero tienes que saber que ambos trabajarán muy duro, se esforzarán hasta el límite de sus fuerzas para que no os falte de nada a tu hermano y a ti, así que no te enfades cuando no puedan pasar tanto tiempo contigo.
No te preocupes por tus amigos porque irás a un nuevo colegio, conocerás gente nueva muy simpática. Harás amigos muy buenos que te querrán mucho pero te aviso, a veces te encontrarás con niños malos que no querrán ser tus amigos y te gritarán que vuelvas a tu país. En estos casos haz caso a mamá cuando te diga que no valen la pena, no les hagas caso.
Con el tiempo todo irá mejor, tendréis una casa para vosotros solos y saldréis adelante, ya no os faltará de nada, aun así habrá veces que te sigas preguntando si valió la pena porque tendrás que crecer a la fuerza además de por tener la terrible sensación de extrañeza y desarraigo con respecto a la familia que dejaste, y con el paso del tiempo te preguntarás por lo que podría haber sido. A parte de papá, mamá y Pablo no habrá nadie más y lo peor será que ese sentimiento no te abandonará, formará parte de ti creando un increíble vacío que muy difícilmente podrás llenar.
Es posible que en este momento no entiendas nada de lo que digo y creerás que soy mala al decirte todo esto de una forma tan dura, pero no tengas miedo porque serás fuerte y muy valiente. Un día te despertarás y tendrás casi 25 años, después de media vida te darás cuenta que a pesar de la lejanía y la añoranza, de todo lo que una vez fue y pudo haber sido, tendrás la seguridad de que si habrá valido la pena porque tu vida será maravillosa, estará llena de oportunidades, habrás ganado libertad y estarás alejada de los prejuicios y carencias que te hubiesen tocado vivir.
Nunca olvidarás de dónde vienes ni que a pesar de todo sigues siendo inmigrante aunque tu corazón pertenezca a un nuevo lugar, pero eso te hará mejor persona, te hará valorarlo todo de otra manera. No dudes nunca y sigue siempre adelante.
Fdo: Tu yo de dentro de 15 años.
Asys
Asys
Palabras para Paula
Práctica 6; Críticas sociales.
Los problemas nunca llegan de uno
en uno.
Todos tenemos
momentos en que mataríamos por recibir una carta. Podemos desear un sobre con
la confesión de amor que nunca recibimos, la declaración de admiración que
siempre creímos merecernos o la lista de respuestas que compensaría el vacío de
la incógnita.
Pero la mayoría
de nosotros preferiríamos una carta de auxilio. Un abrazo en sobre instantáneo.
El vaso de agua que nos aclare la garganta ahogada en tierra. Recibir ayuda en
el momento justo en que más la necesitamos.
“¿Y si solo
tuviéramos una carta? ¿cuándo deberíamos gastarla? ¿cómo podríamos saber que
nuestra vida no puede llegar a ser peor?”
Los ojos verdes
de Paula se clavaban en el techo como si este tuviera pintadas todas sus
respuestas. “No te lo puedo decir, querida. No te puedo decir que este vaya a
ser el peor momento de tu vida”
Las dos de la
mañana. El ruido del camión de la basura al levantar los contenedores, abajo en
la calle. Cómplice silencioso de decenas de insomnes que agradecen su compañía.
Paula se bajó
de la cama, abrió la puerta lo más silenciosamente que pudo y se asomó al
descansillo, en la total oscuridad. El sonido de los ronquidos de su padre la
reconfortó, al igual que la luz del flexo de su hermana, que la delataba por
debajo de su puerta.
Le gustaba ver
que las cosas seguían su curso. Que su padre seguía teniendo sobrepeso, y que
su hermana continuaba chateando hasta las dos de la mañana, sin que nada
hubiera cambiado a causa de su desgracia. No lo sabían. Ella no se lo había
contado.
Era mejor así;
menos real. Solo existía en su mundo. En la puerta que volvió a cerrar, el
techo que seguía sin tener respuestas y las horas que no podía dormir.
Fuera de ella
misma, su problema no existía.
Pero en su
cuerpo diminuto no podía caber tanto dolor. Catorce años de vida eran demasiado
pocos para combatir uno de muerte. Y la melena oscura de tristeza ya no podía
crecerle más.
Había crecido
con la ilusión de unos amigos que habían llegado a formar parte de ella. Al
principio, con los primeros insultos y los gestos de mal gusto, seguía creyendo
que se quedarían allí para ayudarla y defenderla. Pero para cuando llegó
definitivamente el invierno, los pájaros se fueron de las ramas porque faltaban
hojas que picotear.
Su madre le
preguntaba por personas que hacía semanas ya no estaban en su vida y otras con
las que solo compartía breves saludos. Pero Paula fingía que seguían siendo las
mismas personas con las que había crecido. Hablaba de fantasmas que, en el
fondo, eran tan fríos como el hielo.
A veces, cuando
volvía del instituto, se daba cuenta de que no había hablado con nadie. Ni una
palabra en todo el día. Entonces decía bajito algunas de las cosas que podría
haber contado, y se reía de las mismas personas que se dedicaban a reírse de
ella.
“Sí, creo que
este es el momento de recibir mi carta” se dijo una noche.
Repasaba viejos
mensajes de internet y de móvil. Viejas confesiones de amistad, cariño
derramado en ingente cantidad de letras. ¿Cuándo aprendería la gente que la
consideración no se mide en longitud de las palabras?
¿Hay algo más
cruel que enviar un mensaje y no recibir respuesta ninguna? Es todavía más
innoble en la distancia. Saber que a través de los kilómetros alguien mira
expectante la pantalla, y decidir dejarle ahí, indefinidamente plantado ante la
luz artificial. Era lo que más le molestaba de sus compañeros de clase. Las
ofensas en persona podían sobrellevarse; un duelo de miradas siempre era más
humano, pero una llamada lejana de socorro nunca podía dejarse sin respuesta.
“Y si recibo
una carta... ¿tengo que contestar?”
“Al final vas a
confundir los sueños con la vigilia” le quería decir el techo. “No hay cartas.
No existen”
“Bueno, eso
depende de mí”
Paula eligió un
acantilado cualquiera. Era sobrecogedor mirarlo y saber que, ocurriera lo que
ocurriera, siempre estaría ahí. Más imperturbable aún que los ronquidos de su
padre, y que la rebeldía de su hermana... El presente no era nada, y sus
problemas tampoco. Que los adolescentes fueran allí a suicidarse era casi una
contradicción.
Lanzó la carta
de papel. El viento gallego la elevó durante breves momentos, para después
sacudirla y torturarla. El precario avión hizo un pequeño esfuerzo por agitar
sus delgadas alas, o al menos eso quiso ver Paula, para caer en picado hacia
piedras y espuma.
– No te
preocupes. Sé que me contestarás. - murmuró.
Pero ya daba
igual. Ya estaba hecho. Las cartas no eran pura fantasía.
Julia Concepción
Gutiérrez
6 millones son un ejército
Práctica 6; Críticas sociales.
Las 9:00, esa es la hora mágica en la que tenía que comenzar. Da igual que me haya levantado hace más de una hora, todo el mundo sabe que las empresas empiezan a poner sus anuncios de trabajo en Internet a partir de las 9 y que los revisan periódicamente la primera media hora; es justo a partir de las 9 cuando es más fácil que alguien lea tu perfil y te llamen para darte un trabajo y un salario. Es algo que todo el mundo sabe, es cosa de visibilidad y publicación, los Community mannager lo saben desde hace una década, así que hay que dejarlo todo para estar frente a la pantalla del viejo ordenador, de hecho es casi mejor estar un poco antes, porque al pobre le cuesta arrancar y puede tardar diez minutos en abrir el explorador y entrar en la web de empleo.
La segunda mejor hora son las 12, por lo visto a lo largo de la mañana en las empresas se dan cuenta que necesitan gente y necesitan un tiempo en crear el perfil, así que en personal preparan el anuncio y esperan para subirlo a las 12, cosas de la visibilidad también, a mí no me viene mal, así me pongo a hacer cosas entre las 10 y las 12 de la casa. No es que tenga mucho que hacer, pero la casa siempre tiene algo de polvo o una chapucilla.
Después de las 12 ya no va a haber nada realmente importante, pero aun así está bien repasar las webs cada tres o cuatro horas, no es que vaya a suceder nada, pero no se pierde nada por mirarlo. Todos saben que después de comer en personal nadie sube anuncios de empleo, lo dejan para las 9 de la mañana siguiente.
Y aquí estoy, a las 9 delante de la web de empleo mirando las ofertas y echando a lo que veo. Siempre me maldigo a mí mismo un poco por mis redaños cuando tenía paro; en aquella época solo echaba currículum a las ofertas que tenían que ver con mi trabajo. Menudo idiota estaba hecho, seguro que dejé pasar más de un trabajo; en algún mundo alternativo hay un Yo que a las 9 está vendiendo seguros en algún sitio. Ya he aprendido, si no piden experiencia hay que intentarlo, y si piden solo un año también puedes optar al puesto. Al igual que no todas las titulaciones son iguales, a ver, está claro que no puedes echar a enfermero o ingeniero sin tener la titulación, pero hay otras en las que sí que te dejan intentarlo, lo sabe todo el mundo, es prácticamente un sistema para dejar fuera a todos los que no están al corriente de lo de las carreras.
Me molesta cuando en las descripciones empiezan a detallar las funciones del puesto y no entiendo absolutamente nada. Por ejemplo: “Motion timing” ¿Se lo inventan? ¿Tienen dados con palabras en inglés y hacen las ofertas? ¿Es alguna clase de prueba retorcida para bajarle los ánimos a la gente? Creo que debe ser lo último, así que, por si acaso, siempre pincho al botón de postulación.
Lo malo de echar las ofertas de trabajo es el tener que esperar después, cuando estoy más de cinco meses sin que nadie me llame para una entrevista empiezo a deprimirme y a contar los días desde la última llamada, la última vez empecé a dejar CVs incluso en las ofertas sospechosas y así me llamaron, ya sé que se trata de estafas piramidales, pero al menos alguien me llama, se interesa, me da una cita y queda conmigo para intentar convencerme de que me quiere en su empresa. No es que vaya a aceptar, no puedo permitirme comprar el producto base que posteriormente hay que vender, pero practico para las entrevistas de verdad y me vuelvo a poner a 0 desde la última entrevista.
Jarl
domingo, 25 de enero de 2015
Alzheimer
Práctica 6; Críticas sociales.
Les dije que se callaran, pero no había
manera. Estaban todo el día: que si el Prestige, que si la batalla de Waterloo,
que si la habitación es demasiado pequeña… Hay días que puede ser interesante,
pero normalmente me vuelven completamente loco. Cuando lo hablo con la gente
del grupo ellos solo escuchan, con la boca abierta, igual que los peces, parece
que no les interesa nada de lo que digo. Los días cada vez se hacen más largos
y repetitivos: me levanto, miro la ventana, salgo a comer, el recreo, el grupo
y vuelta a la habitación a dormir.
Últimamente tengo la sensación de que alguien
coge mi diario, en las últimas páginas que he leído no hay más que sandeces, y
tiene que ser un chico, porque la letra es muy parecida a la mía.
Práctica 6; Críticas sociales
Hoy ha venido a verme un joven que me ha
recordado a mí en mis años mozos, era casi como mirarme a un espejo. No sabía
exactamente lo que quería, pero era muy agradable, así que agradecí su compañía
dando un paseo por el jardín. Me habló de que tenía dos hijos, ¡y uno se
llamaba igual que yo!, que grata casualidad, ya casi nadie usa el nombre de
Aldegundo, está cayendo en desuso. Era médico, si yo hubiese tenido hijos me
hubiera gustado esa profesión, siempre habrá enfermos, por lo que siempre habrá
trabajo. Ya llegaba la hora de la comida, así que me tuve que despedir, no me
dijo su nombre, si le veo otra vez se lo preguntaré, se más de sus hijos que de
él.
Me senté a comer pero Al no venía, así que
comencé sin él. Es raro que no le haya visto en todo el día. La portera dice
que se fue hace ya mucho tiempo, pero no se debe de enterar de nada, ¡ayer
mismo comí con él!, estoy seguro de que vigila más esas plantas negras que
tiene siempre colgadas que la gente que pasa. Cuando le pregunté a la chica de
la ventana que dónde estaba Al puso cara de atontada y me dijo “está muy alto,
en las nubes”. ¡Como si Al pudiese volar!, al final va a ser cierto que aquí
están todos locos.
Aitor
Pequeños Grandes Sacrificios
Práctica 6; Críticas sociales
Ella no era tonta, puede que fuese pequeña, pero
nada estúpida. Y se daba cuenta que algo raro estaba pasando a su alrededor. No
era nada concreto y no acababa de entenderlo exactamente, pero algo ocurría. Todo
el mundo le sonreía y jugaba con ella cuando estaban cerca, haciendo como si
nada pasase pero ella sentía la tensión que había detrás de sus gestos como un
zumbido inconsciente: algo raro pasaba. Y eso le quitaba el sueño, o al menos
le costaba conciliarlo más de lo habitual, no importaba que la arropasen con un
cuento. Incluso aunque fuese su favorito, Winnie the Pooh.
Fue
unas semanas después cuando, por primera vez, oyó discutir a sus padres en voz
queda en el dormitorio de al lado. No entendía las palabras que decían debido a
la pared que los separaba, pero la presión en las voces era innegable por mucho
que fuesen susurros. Y a la noche siguiente se repitió, también la de después y
la que la siguió. Así toda una semana, noches de inseguridad mientras el día
transcurría con aparente normalidad. Una calma falsa ante las tempestades
contenidas en la oscuridad.
Pero
incluso la tranquilidad del día fue perdida ante lo que pasaba. Fue una mañana
que dejó sus juguetes en el dormitorio porque tenía sed. Al llegar a la cocina
iba a llamar a su madre para pedirla un vaso de agua, cuando la escuchó llorar
del otro lado de la puerta. Se quedó paralizada, como una estatua en el
pasillo, ¡lloraba! Eso era imposible, las madres no lloran, ¡son las que se
encargan de arreglarlo todo cuando son las niñas las que lloran! Y, sin
embargo, silenciosamente, lo hacía, escondida en el fondo de la sala, en el
rincón de la nevera.
Ella
huyó y se refugió en el cuarto, corriendo a jugar como si nada hubiese pasado.
Pero, a partir de ese día, prestó más atención a lo que decían sus padres en la
comida y se repetía la misma palabra: "crisis". Al principio
pensó que era algo que le pasaba a su tía Cristina, quizás estaba malita o algo
así, pero cuando la tía vino de visita todo era normal.
Así
que fue a por el libro gordo de las palabras y la buscó. No fue fácil
encontrarla y la descripción de la palabra era complicada, más incluso que "músculo",
¡y esa le había costado mucho! Pero entendió que era algo malo y, por lo que
decían sus papás en la comida, tenía que ver con el dinero. No había, o se
había ido, o no se podía fabricar en los cajeros. Algo así.
Corrió
a la habitación como alma que lleva el diablo y, con cuidado, cogió su pequeño
cerdito. ¡Ahí estaban todos sus tesoros! Con una última mirada de cariño, lo
levantó y lo dejó caer con fuerza en el suelo. Desparramados a su alrededor
quedaron las dos grandes monedas brillantes, la cosa redonda azul que reflejaba
la luz, unos lazos de colores y las tres monedas para comprar chuches en el futuro.
Los
pasos llegaron corriendo por el pasillo y mamá entró a toda velocidad por la
puerta de la habitación, preparada para luchar con todos los monstruos que
pudiera haber en el pequeño dormitorio. Pero sólo estaba ella que, levantando
todas sus fortunas, se las ofreció con seguridad:
-Toma mamá, ¡con esto se acabó esa crisis y
podremos volver a ser felices!-
Costán Sequeiros Bruna
martes, 20 de enero de 2015
El alcoholismo
Práctica 6; Críticas sociales.
Mi amiga Laura era una joven sombría, a sus dieciséis años
de edad parecía abarcar toda una vida. Tenía los ojos de un azul irresistible,
como el mar embravecido, quebrando todo en lo que detenía unos instantes su
atención. Parecía juzgar y sentenciar cada objeto o persona que se cruzara en
su mirada. Tal vez por eso mismo era que me atraía tanto. Yo la quería, algo
muy extraño en mí, una persona egoísta, insensible y fría como el hielo. En la
escuela me llamaban la insípida, cuando llegué al instituto cambiaron el apodo
a zorra. Puede que en parte se debiera a mi abundante vida amorosa, puede que
en parte fuera por mi despreocupación por lo que pensara el resto.
Laura nunca me miró de forma especial, el vacio de sus ojos
me hacía sentir escalofríos y cuando su pálida piel rozaba la mía, sentía como
mi cuerpo se entumecía y tiritaba. Ella no parecía inmutarse, parecía que me
traspasaba, como si no estuviera ahí, como si nada estuviera…
Yo sabía que no era alguien corriente, después de todo se
reconocer a mis iguales. Muy a menudo quedábamos y me encontraba con algún que
otro moratón en su blanquecina mejilla, en su cadera o pecho, en lugares
ocultos que cantaban a kilómetros por un ligero cojeo, un breve suspiro ahogado
o una leve inclinación en su firme porte. Yo no la preguntaba, se ha ciencia
cierta que eso no ayudaría sino a incomodarla.
Una noche la invite a mi casa, pensé inocentemente que ese
día mi madre no aparecería, llevaba una semana sin verla, al parecer estaba
contenta con su nuevo novio y se había largado durante un tiempo, o eso ponía
en el posit que dejó en la nevera. Había veces en que su ausencia alcanzaba un
mes, fue por eso que quise que Laura durmiera conmigo aquel día.
Estábamos preparando una cena a base de pan de molde y
anchoas de lata (en efecto con esto me refiero a que la estaba preparando un sándwich,
yo no habría sabido cocinar algo comestible por mucho esfuerzo que pusiera en
ello, era un desastre) cuando de pronto apareció en escena mi madre. Olía a
alcohol a diez metros de distancia, no quería mirarla asique me miré los pies y
a continuación vi los de Laura:
-
Dame el vino- dijo sin poder enfocarme, sus ojos
parecían dar vueltas y luchaba por mantenerse en pie, sujeta fuertemente a la
puerta de la entrada
-
Primero vamos a la cama, luego te lo traigo-
dije sabiendo que de negarme montaría el espectáculo
Me dejó llevarla a su dormitorio, la hice una limpieza rápida, coloqué un cubo al lado de la cama, recostándola de lado para que no se ahogara con su vómito y volví a la cocina. Laura me miraba de reojo pero se abstuvo de interrumpir el silencio, algo que me alivio considerablemente. Le preparé un te rojo, en su estado no sería capaz de distinguirse a sí misma en un espejo, asique como habitualmente hacía, le di el brebaje intentando asentar su estomago. Ya de vuelta y sin ni un ápice de apetito, hablé a Laura:
- ¿Siegues queriendo quedarte?- Laura no parecía
afectada por lo que acabada de presenciar
- Si vuelvo a esta hora mi padre me mata, si
vuelvo mañana tal vez se haya olvidado de mi ausencia de hoy- la dediqué
entonces una sonrisa amarga, asentí y la llevé a mi cuarto
Ambas, recostadas una al lado de la otra, aliviamos nuestro
pesar. Laura ya no estaba fría, desprendía un calor reconfortante que me hizo
sentirme querida.
Al día siguiente sonreíamos al mundo, mirábamos el cielo
despejado como si este reflejara nuestra misma emoción, fue el mejor día que
pude recordar hasta después de conocer a Juan, años y años después de aquello.
Laura no apareció al día siguiente a la escuela, ni al
siguiente…Desesperada, fui en su busca, sabía donde vivía, no era un lugar
acogedor, nunca se le pasó por la cabeza invitarme y había un motivo para ello,
pero el miedo de que le hubiera pasado algo era cien veces mayor al daño que yo
pudiera recibir, asique corrí y corrí hasta alcanzar mi destino.
Llamé al timbre, agitando mi mano una y otra vez, me
temblaba todo el cuerpo, empecé a aporrear la puerta desesperadamente y fue
entonces cuando noté que no estaba cerrada. Intenté recomponerme aunque mi
estado era deplorable y entré insegura al domicilio. “Boom boom, boom boom”, mi
corazón iba tan rápido que pensé que se me saldría del pecho y entonces…Me
quedé paralizada, el frío se apoderó de mí. En el suelo yacía el cuerpo inerte
de mi única amiga, con los ojos abiertos, mirando horrorizada el mundo que la
oprimía.
Nunca superé aquello, nunca conseguí olvidar la furia que se
apoderó de mí ese instante, la impotencia y el dolor que no desaparece en el
tiempo, me acompaña como mi misma sombra, recordándome el pesar de una muerte
injusta.
Cristina Torres
¡Comentarios y blog!
Al principio se utilizaba moderación de los comentarios porque estaban abiertos a que no se necesitase ningún tipo de cuenta para poder hacerlos, pero visto los problemas que sucedían por quedarse estos en el limbo de Internet y no llegar a ninguna parte se quitó todo tipo de moderación casi al principio del inicio del taller. No obstante he leído que algunos seguís teniendo problemas.
Si cuando escribís un comentario no se publica en el acto ¡volvedlo a escribir! Para ello lo mejor es que copiéis el mensaje siempre antes de enviarlo por lo que pudiera pasar.
En caso de que sea imposible, abajo a la derecha en el formulario de contacto podéis pegar el mensaje y enviarlo al e-mail indicando la entrada (sin necesidad de meteros en el correo) y nosotros nos encargaremos de publicarlo. Realmente sabemos que es un auténtico rollo invertir tiempo en un comentario y que éste decida disiparse en el olvido y más por un problema de blogger o del explorador, por ello damos las gracias a los que a pesar de los impedimentos os seguís esforzando.
Un saludo.
lunes, 19 de enero de 2015
Joven panda sabio
Práctica 6; Críticas sociales.
Hoy Mamá me llevó al Zoo. Llevaba
dos días diciéndome que teníamos que ir allí, y se empeñó en acercarnos el
domingo, decía que me iba a gustar mucho.
¡Cuántos colores! ¡Qué personas
más sonrientes le hablaban a Mamá mientras pagaba la entrada y qué bien me lo
pasaba tan sólo de ver a los loros posados sobre el hombro de aquellos
expertos! Era divertidísimo ver a los distintos animales: los delfines dando
graciosas vueltas en su piscina, y allá abajo el tigre tumbado al sol. Unos
elefantes movían la trompa acompasadamente mientras pasábamos frente a ellos,
¡eran enormes! Cuando llegamos a la jaula de los chimpancés rompí en
carcajadas: ¡qué graciosos estaban ahí sentados, mirando al infinito como si no
tuvieran nada mejor que hacer!
Pero lo mejor llegó después de
comer. Mamá me cogió de la mano y me condujo entre la multitud hasta una jaula
decorada con miles de detalles, y tras la que había dos bultos negros y
blancos. Al acércame se me cortó la respiración: ¡era una mamá panda y su
hijito! En un enorme cartel anunciaban: “Conozca a Xing Bao la cría de oso
panda de tan sólo 6 meses”, aunque casi no se podía leer por la cantidad de
gente que se arremolinaba en torno a él. Reían, charlaban y señalaban a los
ositos, aguantándose las ganas de hacerse una foto.
Al llegar hasta el cristal, posé
las manos sobre él y miré fijamente a Xing Bao, ¡qué bonito era! De pronto noté
cómo él también me miraba a mí, y se acercaba tímidamente hacia el borde de su
jaula. Ahora que veía sus ojos de cerca, parecían cansados, o tristes, como si
les faltara luz.
— Hola— dije.
El osito miró a su mamá y se
volvió hacia mí, torciendo la cabeza.
— Hola.
Miré a Mamá, pero ella no había
hablado. El resto de personas estaba demasiado ocupado charlando sobre la mamá
panda y su hijito.
— Hola— repitió el osito panda.
— ¿Sabes hablar?— pregunté,
sorprendida. Miré a Mamá y le dije— Mamá, Mamá, ¡el osito sabe hablar!
— No hija— dijo con su dulce
sonrisa— Eso tan sólo es gruñir.
Me volví hacia el osito y le
pregunté:
— ¿Cómo es que mi Mamá no te entiende?
— Los adultos humanos sólo
entienden lo que creen que pueden entender, al menos eso dice mi mamá— dijo el
osito mirando hacia Mamá y luego hacia el resto de adultos sonrientes que le
prestaban atención, riéndose a carcajadas— Pero tú me entiendes, ¿verdad?—
Asentí— Eso quiere decir que también sabes hablar.
¡Qué osito más listo! De pronto
recordé el cartel y me invadieron las preguntas.
— ¿Es cierto que vienes de China
y que te llamas Xing Bao?
— No vengo de China— dijo negando
con la cabeza, en tono triste— Nací aquí, y mi mamá dice que viviré aquí toda
mi vida, porque no se puede salir. Y tampoco me llamo Xing Bao, mi mamá no me
puso nombre porque dice que no le necesito, que yo soy yo, y nadie me tiene que
llamar de una manera. Pero los humanos se empeñan en que me llame Xing Bao, y
me he acostumbrado a mirarles cuando dicen eso.
— ¿Y cómo tengo que llamarte
entonces?
— Puedes llamarme o no llamarme,
me da igual. Mi mamá siempre dice que lo importante no es cómo te llamen, sino
para qué te llamen.
Me empezó a dar mucha pena que el
osito no fuera ir nunca a China, ni que no hubiera conocido ese lugar.
— ¿Te gustaría ir a China?
— ¡Claro!— respondió emocionado—
Mi mamá siempre me habla de los inmensos bosques de bambú en los que vivía
antes de que la capturaran y la trajeran aquí. Dice que echa mucho de menos
poder andar por donde quiera, elegir su comida y el lugar donde dormir. Echa de
menos caminar sin rumbo y descubrir nuevos lugares, relacionarse con otros
animales y ver los días pasar a su manera. Dice que todos los animales aquí
sienten lo mismo.
— ¿Todos?— no me lo podía creer—
¿Incluso los delfines juguetones, el tigre, los elefantes y los chimpancés?
Al recordar a estos últimos me
entró la risa, ¡qué graciosos eran! Pero los ojos tristes del osito seguían
ahí.
— Todos y cada uno. Mi mamá sabe
que los delfines añoran la libertad del mar, jugar con las corrientes marinas y
decidir su rumbo. El tigre se siente solo sin presas a las que cazar ni sitios
a donde ir. Los elefantes mueven la trompa así para olvidar que no pueden andar
todos los kilómetros que necesitan sus piernas, ya que están encerrados.
— ¿Y los chimpancés? ¡Esos se lo
deben pasar en grande!— pregunté desesperada. Ese osito parecía tener razón, y
eso no me gustaba.
— Los pobres chimpancés, según
dice mi mamá, se pasan el día sentados, sin comprender por qué unos animales
que se parecen tanto a ellos los encierran y se ríen de ellos, cuando tan sólo
añoran pasear de árbol en árbol sin nadie que los mire. Por eso tienen esa
mirada perdida, triste.
De pronto Mamá me cogió de la
mano y me llevó lejos de ahí, había empezado a llorar en silencio. Sin saber
qué otra cosa decir, grité:
— ¿Podré hablar otra vez contigo?
— Depende de cómo me llames
cuando te hagas mayor— me respondió antes de perderse entre las piernas de la
gente.
Cuando Mamá me secó las lágrimas
fuimos hacia la salida del Zoo: los delfines ya no jugaban en círculos, sino
que se paseaban tristes. El tigre bostezaba deprimido mirando los pájaros, y
los elefantes se cogían la trompa los unos a los otros mientras la balanceaban.
Cuando pasamos por la jaula de
los chimpancés vi en todas sus miradas la incomprensión de la que había hablado
el osito, y ya no me parecieron nada graciosos. Me avergoncé de haberme reído
de ellos como si fueran payasos.
— Mamá— dije al salir de ahí—
Creo que no me gusta ir al Zoo.
Montag
La anciana que leía novelas de amor
Práctica 6; Críticas sociales.
La primera vez que la
vi tenía un libro en la mano. Siempre estaba así, absorta entre páginas. A
pesar de que el ambiente no invitaba a la lectura, y el resto de mujeres
preferían leer revistas del corazón,
incluso las empleadas de menor edad, ella siempre tenía en sus manos
temblorosas una novela de amor. A veces un clásico del diecinueve, libros de
poesía, o lo que parecían folletines antiguos guardados durante décadas. Inmediatamente despertó mi ternura, por lo que
en seguida me acerqué a ella.
Me contó que se llamaba Emma y que era francesa, su
apellido me sonó muy pintoresco. Su marido había sido médico y ella le había
acompañado a España cuando se mudaron por cuestiones de trabajo. Él había
fallecido hacía unos años y ahora estaba sola, porque según ella, Dios nunca le
había otorgado el regalo que siempre soñó: una preciosa niña. A pesar de su
aparente soledad no parecía triste. Los libros le llenaban, prefería sentarse
horas al sol a jugar a las cartas con los demás ancianos. A pesar de los surcos
de su rostro se podían entrever las facciones que le habían hecho hermosa en su
juventud.
El día que no la encontré en su banco favorito del
jardín, subí a su habitación. Las auxiliares lo habían recogido todo, solo quedaba
un libro en su mesilla que me llevé antes de que lo tirasen. Fui a preguntar a
las oficinas, por si a pesar de lo que me había dicho aún le quedaba alguien a
quien pudiésemos notificarle su muerte. Allí me dijeron que no había fallecido
ninguna Emma aquella noche, solo lo había hecho una anciana de nombre distinto.
Me fui desconcertado y entonces miré el libro que traía en la mano. Madame Bovary. La que había sido mi amiga aquellos meses no se llamaba
Emma, seguramente su marido, si tuvo, no había sido médico. Se había creído
Emma Bovary, y se había inventado una vida para olvidarse de la suya. Nunca
estaba triste porque ya no estaba allí.
Recordé haber estudiado el libro en el
instituto. Supuse que aquella mujer se había ido para reunirse con su amante. Y
el peso de su soledad me golpeó tan fuerte que tuve ganas de salir corriendo.
Black Maiden
lunes, 12 de enero de 2015
Dutch Angle
Práctica 5; Escribir para alguien concreto.
Tuve
mucho cuidado al d e r r a m a r el
aceite corporal sobre mis piernas para no manchar la colcha.
Mis
manos iban r e s b a l a n d o sobre
la piel que tú deberías navegarme y mi pena se anunciaba en primer plano: yo estaba desnuda sobre la cama
y tú te habías ido.
Las
comisuras de mis labios se vencían hacia
abajo como si la soledad
fuera tan densa como el plomo. Me había quedado muda y
con eso decía todo.
Eran
casi veinticuatro los
recuerdos que me invadían por segundo de aquel guión inconcluso. Las historias previsibles nunca
terminaron de ser buenas, aunque sí nos dejaran satisfechos.
Pero
Dios dijo ¡corten!
Y te
arrebató tu papel.
Y le
quitó el sentido al mío.
Vista
general de este desastre: Es
domingo por la tarde y mi alma como el cielo triste está en blanco y negro.
Club de cine.
Lucía Llorente Zubiri
Práctica 5; Escribir para alguien concreto
Práctica 5; Escribir para alguien concreto.
Tuve mucho cuidado al derramar el aceite. Las viejas lámparas
que había en la biblioteca estaban muy gastadas y a veces, se salía el aceite
por los engranajes. Cuando estaban todas encendidas, la biblioteca, antes una
antigua factoría de carbón, parecía respirar de nuevo fuego y su aspecto era
entre grandioso y terrible.
Repasé con cuidado los libros que quería mostrar a mis compañeros,
en uno de ellos estaban las fórmulas que necesitábamos para nuestros planes.
Dividí los libros que había sobre la mesa hasta que toqué sin querer la portada
de un pequeño libro. Estaba soportado en
cuero, muy suave y en su tapa se podía leer, El haz de luna. Como aún
tenía tiempo hasta que llegaran mis
compañeros, me senté a leer.
En todas las
historias hay un protagonista. Todas las historias tienen un inicio, un nudo y
un desenlace y todas las historias tienen un enemigo, un malo al que derrotar y
vivir felices. Si eso es lo que estás esperando ya puedes marcharte, esta
historia no es de esas. Esta es la historia de un Viernes, de no importa qué
mes.
En esta historia
ella es la protagonista.
¿Cómo describirla?
Es francamente difícil, digamos que si trato de reducir su imagen a algo que
siempre pueda recordar, diría que son sus ojos, su mirada. Pero no quiero
adelantar acontecimientos, vayamos por pasos.
Yo soy el aire que
sale de los alientos de los cuenta cuentos. Es probable que pensaras que las
historias se crean solas, pero no es así. Soy yo inspirando a los mejores cuenta cuentos. Soy el susurro que nombra las cosas,
soy el aliento después de que tu personaje favorito casi muera. Soy el te
quiero susurrado que inicia una historia. Soy el viajero errante. Y ella...
Ella era un rayo de
Luna. Cuando la conocí hablaba sin palabras, bailaba sobre las metáforas como
dos gotas de lluvia sobre los cristales. La vi de lejos, la vi moverse y
escuché encantado el tacto de un idioma que no conocía. Cuando terminó de
hablar delante del polvo que se reunía entorno a ella, me acerqué para preguntarle
por su extraño idioma y ella, mientras dejaba que la serena luz de sus
hermanas, otros rayos de luz de luna, la bañasen, giró su incorpórea presencia
hacia mí. Un estallido resonó en algún sitio y yo, asustado, continué hablando.
¿Qué iba hacer sino?
Forcé mi voluntad a
tomar una forma reconocible y desdibujé mis ropas como pude. ¿Puedes, por
favor, mostrarte tú también?
- No sé cómo se
hace, así que no puedo- Me dijo mientras ponía cara triste.
- Sólo tienes que
concentrarte y pensar qué imagen quieres proyectar- Le dije.
- Pero no sé qué
imagen quiero proyectar- Dijo ella.
- Piensa en una
imagen que te haga feliz- Dije con cuidado.
Giré sobre mí para
ver si alguien más nos escuchaba y al volver la vista hacia ella, la miré a los
ojos y mi mundo se acabó. Muchas historias se perdieron aquel día pues mi
mente, mi sino, mi esencia había cambiado y no tenia espacio para historias.
La miré a los ojos y
cambió lo que yo era. Tal era la fuerza de su mirada. Aunque supongo que
necesitaríais una descripción más precisa, me temo que mi lengua está muda y
pese a toda mí labia, no soy capaz de explicarlo. Verte reflejado en esos ojos,
hace que quieras ser mejor en todo, que creas que el universo es mejor sólo
porque ella está en él.
Nos pasamos la noche
corriendo sobre las flores y recriminando a los grillos porque eran,
indudablemente, pesados en su carcomida melodía. Fuimos a buscar unos gatos
callejeros que recitaban historias de aeropuertos y de humanos con los que
nunca habían estado. Fuimos a ver las estrellas por las calles, sin que nadie
nos viera, o quizá nos veían todos pero no importaba.
Caminamos sobre los
ruidos, sobre las sorpresas y la tristeza, caminamos sobre los deseos.
Caminamos sobre todo aquello que no fuera mirarnos a los ojos y vernos
reflejados.
Cuando las luces
despuntaban al alba, tomábamos el hielo que se lanzaban las miradas de otros.
La miré las manos y dije:
- Ven conmigo, vamos
a enseñarle al resto del mundo que ven detrás de las estrellas que encienden
tus ojos.
- No puedo irme con
cualquier persona con la que conecte. Ya veremos- Dijo ella con educada
indiferencia.
Dormimos en algún
sitio indeterminado. Desde que encontré sus ojos, mi memoria es muy selectiva y
olvida donde dormí, pero no olvida la mirada que me envió de soslayo cuando
pensaba que no la miraba. Así es esta historia.
Pasamos el día
viviendo momentos. Cada uno diferente al anterior y aunque los grillos seguían aburriéndonos
con su letanía, nosotros dibujábamos palabras en el viento y hablábamos de la
libertad.
Le conté historias
sobre ella, sobre los murmullos del viento entre su pelo y le dije muchas cosas
más que no se pueden decir en una historia. Ella reía mucho. Le dije que me
encantaba su risa.
- Mi madre, la luna,
me dice que sonrío mucho, que parezco boba- Me dijo agachando la cabeza.
Nunca seré capaz de
describiros la belleza que existía en ese momento. Perfección es lo más cercano
pero aún así no sería capaz de describirlo con exactitud.
- ¿Puedes hacerme un
favor? Trata de alumbrar al mundo cada día un poquito más con esa sonrisa que tienes.
– Ella se rió mucho y yo fui muy feliz.
Las noches pasaron y
nosotros jugamos a conocernos despacio pero profundo, hasta el tuétano. Echamos
carreras, nos peleamos y me ganó, no por la pelea en sí, sino porque la cercanía
de su esencia me mantuvo alegre por siempre.
Otra vez fuimos a
ver a los toros jugar. Todos se veían como los más importantes y traté de
explicarle cómo funcionaban y porqué se repetían las mismas cosas unos a otros
y quizá yo podría hacerlo diferente. Yo no dejo de ser un susurro de las
historias y algo se me habrá pegado de los más arrogantes, pero también de los más
buenos.
Ella se enfadó
mucho, mentiras y palabrejas vacías es lo que me entregas, yo quiero la
libertad del sol y de los campos abiertos. Su furia fue terrible como las
tormentas, pero la reconciliación mojó nuestras cabezas y nos encontró una vida
con significados conjuntos.
No os aburriré con
más detalles. Llegaron los días fríos, yo escuchaba más historias y ella se fue
a alumbrar con su luz la vida de otras personas con más necesidades que yo.
El tiempo pasa, el
frio se queda. Quizá otro día se dé cuenta de que le gustan mis historias y
vuelva a buscarme, pronuncie mi nombre y sea primavera otra vez. O quizá no.
Quizá otros aires le traigan felicidad y alimento para el sueño de sus ojos.
Entre estas palabras
se esconden secretos, algunos ocultos que preguntará algún día. Otros no tanto.
La sutileza siempre fue su fuerte, no el mío. Yo solo cuento cuentos,
historias.
Esta es la historia
de cómo un haz de luna, cambió mi vida.
Estupefacto ante tal hallazgo, sostuve con cuidado el
pequeño libro y lo guardé en mi zurrón. Para cuando llegaron mis compañeros,
fui incapaz de explicarles por qué estábamos aquí.
Biblioteca Pública
Bellaflor
domingo, 11 de enero de 2015
Práctica 5; Escribir para alguien concreto.
Práctica 5; Escribir para alguien concreto.
Tuve mucho
cuidado al derramar el aceite en el depósito vacío del motor. Lo que menos me
apetecía era manchar toda la maquinaría del vehículo con el oscuro y viscoso
líquido, algo que me haría perder un valioso tiempo y ya había perdido bastante
aquella calurosa mañana de primavera. Poco a poco, dejé que el aceite cayese
dentro del embudo, controlando la cantidad exacta que debía entrar en el
depósito. Hacía bastante calor pero, pese a que llevaba toda la mañana
trabajando en poner a punto el coche patrulla, no estaba sudando como le pasaba
a mis compañeros humanos. No, pensé mientras observaba como el viscoso fluido
se deslizaba lentamente por el estrecho bocal del embudo, yo no era como ellos
aunque no lo supiesen. Era un protector ancestral.
Con un gorgoteo, el líquido terminó de atravesar el embudo y lo retiré del bocal. Tras comprobar los niveles con la varilla, cerré el depósito enroscando el tapón con fuerza y me agaché para coger la bandeja que había utilizado para sacar el aceite sucio. Coloqué el embudo sobre una garrafa vacía que había reservado para disponer del aceite residual y vacié con mucho cuidado la bandeja. Aunque puse precaución de que el líquido corrosivo no me tocase la piel de las manos, esta se encontraba ennegrecida aunque posiblemente las manchas eran más por la carbonilla y la suciedad del motor que por el aceite mismo. Tampoco me preocupaba demasiado, mi extraordinarian capacidad de curación me ayudaba a sobrellevar heridas y quemaduras menores sin ningún problema.
En cuanto
terminé, cerré la garrafa, limpié los pocos restos de aceite que habían goteado
sobre el motor con un trapo sucio y me enjuagué las manos usando una botella de
agua que había traído para ese fin. Satisfecho con mi trabajo, cerré el capó
del coche y procedí a cambiarme de ropa. El viejo chandal estaba bien para
estropearlo, pero necesitaba volver a ponerme mi elegante uniforme verde, con
sus blasones dorados que me señalaban como agente del cuerpo. En realidad, el
mantenimiento del motor de mi coche patrulla no era mi obligación, pero el
viejo Megane era casi como un compañero de trabajo y me gustaba mimarlo.
Mientras me abrochaba los botones de la camisa, un pesado perrazo, pastor alemán con el lobuno cromatismo del pelaje sable, se abalanzó sobre mí y empezó a darme húmedos lametones en el rostro. Riendo, me abrazé a su peludo cuello y le froté los musculosos lomos con vigor.
"¡Atlas!
¡FUSS!" escuché una autoritaria voz femenina.
El pastor alemán, con el automatismo de un soldado, cesó en sus carantoñas y corrió hacia su dueña para ponerse en una perfecta posición de junto. Sus ojillos marrones, cálidos, la miraron con adoración, sin perderla un segundo de vista. Aunque traté de reprimirlo, una sonrisa tiró de la comisura de mis labios al verla, orgullosa, guerrera, con sus ojos grises cargados de hastío y fumándose un cigarrillo.
"Sabes
que no me molesta." le dije.
"No
debe hacerlo. Sé que aún es muy cachorro, pese a su tamaño, pero tiene que
empezar a comportarse. Es un perro del cuerpo, no una mascota." me contestó.
"¿Has terminado ya con el cacharro?"
"Está
a punto. En cuanto repose un poco podemos salir." golpeé el capó del
vehículo. Sonó a hierro hueco.
"Más
vale que salgamos ya. El Sargento está de un humor de perros y como me quede
aquí diez minutos más con él, creo que lo mataré." tiró el cigarrillo al
suelo y lo aplastó con la bota.
"¿Otro
caso extraño?"
"Parece
un caso de violencia de género de libro. Creo que hay un muerto y algo que no
me ha quedado claro sobre un collar eléctrico."
Alcé las
cejas.
"La
chica llamó llorando y no se la entendía nada. Da gracias si tenemos bien la
dirección."
Abrió la
puerta trasera del coche y el pastor alemán se metió dentro. Mientras mi
compañera le colocaba el cinturón homologado, yo me monté en el asiento del conductor
y arranqué el motor para comprobar que todo funcionaba perfectamente. El sonido
parecía correcto y la vibración en la mano también. No me sorprendía, había
hecho eso muchas veces y nunca antes había tenido problemas.
En cuanto
mi compañera se sentó en el asiento del copiloto y se abrochó el cinturón, me
puse en marcha. Quizás íbamos a atender un caso de violencia de género de
libro, pero las cosas nunca eran tan sencillas para alguien como yo... como
nosotros, puesto que ella también era una guardiana. El Sargento no nos lo
habría asignado de no haber creído que era uno de esos casos especiales. En la
ciudad pasaban cosas extrañas, cosas que escapaban al entendimiento de los
humanos, cosas que habían quedado enterradas en leyendas y cuentos de miedo.
Sonrié. Resultaba irónico que nosotros, una de las criaturas más temidas por
nuestra dualidad bestial,fuésemos quienes protegíamos a los hombres. Les
habíamos acompañado desde casi su nacimiento, más de treintamil años juntos y
nunca habíamos dejado de protegerlos. Sencillamente, sin nosotros, los humanos
no habrían sobrevivido.
Policía Nacional
DNH
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