domingo, 30 de noviembre de 2014
Correos
Práctica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista
Sharona
Sharona miraba de reojo los bancos que había un poco detrás
suya mientras se rascaba una pierna con la otra. Llevaba mas de tres cuartos de
hora de pie y empezaba a estar cansada. Quizá toda la gente que había estado en
la cola antes que ella se habían ido por la misma razón, pero desde luego ella
no iba a ser la que dejase sitio a la siguiente.
Tal y como Sharona lo veía el que la mujer que estaba en el
mostrador llevase todo el tiempo hablando y bloqueando a los demás el que
pudiesen mandar sus cartas, o recibir un paquete como era su caso, no le
importaba demasiado. Después de todo tres personas se habían marchado ya de la
fila, por lo que iba a tardar exactamente lo mismo. Lo único que le molestaba
era el tener que permanecer de pie detrás de la linea blanca, como si fuese una
carrera de atletismo, miró de nuevo hacia atrás un segundo para mirar al
adolescente que estaba sentado tranquilamente con los cascos conectados a su
movil, que no había dejado de mirar. El muy vago llevaba sentado ahí tan
tranquilo, sin ofrecer a que otro se siente, mantenía las piernas completamente
abiertas ocupando al menos dos huecos en el banco. Si fuera Randy, su hijo, le
habría dado ya una colleja de campeonato.
Suspiró otra vez, la mujer del mostrador parecía que aún
tenía algunas cosas que hacer. Sharona no acababa de entender como era posible
que se estuviese dando tantas vueltas y complicándolo todo tanto. Cuando iba a
una tienda sabía siempre lo que quería, si tardaba mas de quince minutos en un
mostrador era que algo estaba saliendo realmente mal, por ejemplo cuando la
chica de la compañía telefónica no dejaba de enseñarle modelos alienígenas en
lugar de sacar el que ella había visto en el catálogo. Y aún así estaba segura
que no tardó tanto como la señora, claro que la vendedora de la tienda seguro
que iba a comisión y no como el funcionario de correos al que todo le daba lo
mismo. El iba a ganar lo mismo hiciese lo que hiciese. Era un trabajo sencillo,
estar sentado y dar cosas. No como ella que se pasaba los días de hospital en
hospital con el maletín, buscando en las consultas o esprando en las
cafeterías. Debería haber estudiado unas oposiciones, con lo que tardaba en las
consultas podría haber estudiado unas… lo bueno de las consultas es que tenían
asientos… no como correos.
Natalie
-El asunto era sencillo, necesito recibir cinco paquetes
uno de ellos está certificado, dos han sido por correo en avión y otro ha sido
enviado por correo certificado y urgente y el último no tiene nada especial,
pero cuando lo reciba lo tengo que reenviar. Por otro lado tengo que enviar tres cartas y dos paquetes, sin contar
el paquete que tendré que volver a enviar, por cierto uno de los paquetes que
tengo que recibir no tengo el resguardo, pero si que he traído el DNI, que me
lo piden de todas maneras y ya me ha pasado antes, aunque se tarda un poco mas.
De los paquetes que tenía que recibir el primero era de su tía Jane, Jane
vivía en Toledo (Ohio) y le había mandado un único paquete que eran en
realidad dos, porque se trataba de una raqueta con un bote con las pelotas, las
dos cosas estaban envueltas y unidas por cinta americana (que en Ohio se
llamaba únicamente cinta), así que aunque en el resguardo indicaba que había un
único paquete en realidad eran dos unidos por cinta. Si no aparecía el paquete
con las pelotas de tenis se enfadaría y pondría una reclamación, que ya le
habían perdido una vez un paquete hacía tres meses cuando su sobrina de Ohio le
había enviado un robotito de juguete y no habían aparecido las pilas, en el
embalaje del robot estaba muy claro “Pilas incluidas” y ese era un paquete que
no había sido enviado por correo ordinario, sino que estaba certificado.-
Natalie tomó aire para continuar hablanddo con el
antipático cartero.
-El correo certificado era la mejor manera de mandar un
paquete, uno de los paquetes que había recibido contenía bombones y como el
correo certificado era tan bueno ni siquiera se habrían derretido. Pero no me
refiero a uno de los paquetes que he recibido, sino a un paquete que recibí
hace tiempo, era de Anne que vivía en Toledo (España) antes de que estuviera
prohibido mandar comida por correo. Lo que me recuerda que este otro paquete…-
Dijo moviendo uno de los papeles que había dejado encima de la mesa y
arrastrándolo de un lado de la pila “Papeles que he sacado al azar del bolso”
al de “Resguardos” -… viene certíficado, así que espero que no tenga ni un solo
arañazo, no se lo que puede ser porque mi amigo Jan le gusta enviar cosas
curiosas y raras para darme sorpresas, es que estuvo un poco enamorado de mi
hace muchos años y aún sigue siendo un poco zalamero, yo creo que aunque está
en Zamora sigue estando un poco demasiado enamorado.- Natalie miró un segundo
el recibo y lo volvió a mover con el dedo arrastrandolo por los diferentes
grupitos de papeles que había ido formando en el mostrador. –Perdone, pero
acabo de darme cuenta que ese recibo no era de Jan en Zamora, sino que es de
cuando el vivía en la calle Zarazamora… mientras miró donde esta el resguardo
de Jan ¿Puede enviar el paquete para Jane? Es este que tengo aquí, tenía unos
sellos en casa que compré hace unos años, así que no se si es lo que costará,
así que si me lo pesa puedo pagarle el resto de lo que falte en efectivo,
siempre que no tenga mas sellos de los necesarios, porque entonces lo que
podemos hacer es poner el mínimo de sellos en el paquete para Jane y pago esa
parte en efectivo y los sellos que me sobren los ponemos en el paquete para
Natalie, que es mi hija, a ella le tendré que mandar el paquete certificado,
que es el paquete que tengo que recibir que era urgente y estaba certificado y
luego yo lo reenviare sin lo de urgente, pero también lo tengo que certificar,
porque una vez Anne le mandó a Natalie un paquete y como no estaba certificado al
final se perdió y eso que fuimos antes de los siete días. Por eso he venido
antes de los siete días para el paquete de Jane, ya le he dicho que tengo el
DNI…-
Adrian
Si me levanto de la silla y le golpeo quizá se calle. Pero
tengo que golpearla con algo que pese mucho para que muera de un único golpe y
no me puedan acusar de ensañamiento. Podría usar uno de los bloques de metal
que usamos de sujeta-papeles, pero no está lo suficientemente cerca para que lo
pueda coger, saltar y golpearla, por lo que no podré decirle al juez que fue un
impulso. Bueno, puedo fingir que necesito el bloque de metal para cualquier
cosa y dejarlo a mano y dentro de diez minutos, si continúa hablando y
hablando, le atizo con el pedazo de metal. Debería empezar a demostrar alguna
clase de Tic, para que los testigos puedan decir que mis nervios estaban
resintiéndose. No creo que ninguno de ellos me pueda recriminar realmente si la
mato, quizá el chico de ahí lo está grabando con el móvil y algún psicologo
puede testificar que mi rección fue la esperada. Si un psicólogo dice que es
porque estaba mal quizá no vaya a la carcel, un manicómio no estaría tampoco
nada mal y con buena conducta en nada vuelvo a casa en… ¿Cuánto? ¿dos años? Si
es una jueza y uso mi sonrisa picarona y, teniendo en cuenta que es mi primer
crimen puede que sea incluso menos.
Jarl
Uranio-235
Práctica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista
Primera parte.
Como un heraldo de estaño, la
campana de la puerta anunció el retorno del hijo prójimo en una época tan
similar al fin de los tiempos como era la Segunda Guerra Mundial. Una lluvia
intensa golpeaba el tejado de la casa de Neils Bohr en Copenhague aquella noche
del año 1941. No había nadie en la calle en aquel momento, como tampoco la
había habido en toda la tarde, ni a lo largo de muchas otras tardes durante
aquel último año, y solo un hombre se había atrevido a cruzarla a esas horas,
montado en un coche del ejército alemán.
Margrethe se apresuró a asomarse
por una de las ventanas de la casa, recelosa de las visitas inesperadas a esas
horas de la noche; cada mes que pasaba la tensión iba aumentando poco a poco en
Dinamarca desde la capitulación del gobierno del país ante Hitler, y aunque las
cosas no iban en principio tan mal como en otros países, sabía que algún día
sería el ejército alemán el que llamase a su puerta. Cuando vio aquel coche
parado frente a su casa, su corazón se detuvo durante un instante, dejándola
completamente inmóvil. Neils, su marido esperaba en el salón, fingiendo cierta
tranquilidad tras una hoja de periódico, como hacía todas las tardes.
-¿Quién es, Margrethe?-la
preguntó, pero ella no respondió, y se dirigió a la puerta para abrir al recién
llegado.
Era un hombre, solo un hombre,
tapado por una gabardina y un sombrero completamente empapados, con las manos
en los bolsillos, resoplando por el frío. Al principio no le reconoció, y su
presencia la causó un profundo miedo. No vestía de militar, lo cual era
extraño, viniendo en un coche del ejército, por lo que quizá fuese un agente
del gobierno alemán, lo que sería casi peor que si fuese realmente del
ejército. El hombre no la dijo nada mientras le miraba fijamente, y finalmente
cayó en la cuenta de quién era.
Un rostro familiar, un fantasma
del pasado que lejos de quedar atrás había traicionado su confianza y su
recuerdo.
-¿Qué haces tú aquí?-preguntó
Margrethe, fría como un témpano por fuera, pero ansiando que aquella indeseada
visita se fuese de aquel lugar tan rápido como fuese posible.
-Vengo a ver a tu marido, Margrethe.-dijo
él con igual frialdad, mirándola directamente a los ojos con
determinación.-¿Puedo pasar?
<<No.>>
-Sí, pasa.-dijo ella abriéndole
la puerta del todo.
Heisemberg entró, y fue
directamente al salón guiado por Margrethe, que esperaba que su marido actuase
con más calma que la que estaba demostrando ella, pero no fue así. Bohr se
levantó sobresaltado ante aquella sorpresa tan desagradable.
-Tú no tienes que estar
aquí.-dijo con enfado, dejando caer el periódico al suelo.
-Sabías que vendría.-respondió
Heisenberg, mostrando también cierta tensión.
Magrethe se resignó, sabía que no
podría hacer nada en aquel momento.
-¿Café?
Segunda parte.
Werner Heisenberg había pecado de
osadía cuando aceptó trabajar como cerebro del ejército alemán en uno de los
proyectos más importantes en el desarrollo de la técnica, y él lo sabía
perfectamente. En un alarde de egolatría, había creído que podría construir él
solo algo que ni siquiera todos los científicos que trabajaban en aquel momento
para los americanos habían conseguido por el momento: la construcción de la
bomba de fisión nuclear, el arma definitiva que señalaría quién ganaría la
guerra y quién sería arrasado por completo. La decisión no había sido fácil, y
sabía que si llegaba a conquistar su objetivo, el mundo no volvería a ser el
mismo, y Hitler la utilizaría para arrasar y conquistar tanto como quisiera sin
que nadie pudiese pararle, pero, ¿y si no lo conseguía? Si fallaba, y el
ejército aliado entraba en Alemania, sería ésta la arrasada por completo, y si
bien la primera opción le resultaba terrible, la segunda le parecía más
terrible aún. En el último siglo, Alemania había perdido ya una terrible
guerra, y cualquier muestra de orgullo había sido reprimida con dureza.
Se sentó, aún inquieto, en la
butaca que su antiguo maestro le ofrecía, dejando a un lado el maletín que
traía consigo.
-¿Qué te trae por aquí?-le
preguntó un Neils Bohr que trataba de serenarse. Su rostro reflejaba una
acumulada preocupación.
-¿No lo intuyes?
-No es una visita formal.
Siquiera cuando supe que estabas en Copenhague supuse que vendrías a verme.
Heisenberg se movió en la butaca
nervioso.
-Necesito tu ayuda, Neils.-confesó.
Bohr le miró fijamente sin decir
nada durante un rato, cómo si tratase de estudiarle desde el sofá que tenía
enfrente, con expresión severa.
-¿Ayuda?¿Para quién?¿Para ti o
para Hitler?-preguntó al fin.
-Para Europa, para Alemania. Todo
el mundo se ha vuelto en nuestra contra, otra vez.
-Alemania se ha convertido en un
monstruo.-dijo Bohr alzando la voz.-Una abominación.
-Es el resto del mundo quién la
hizo así. Durante diez años han estado reprimiendo cualquier tipo de iniciativa
nacida en Alemania, y robándonos territorios que nos pertenecen por
derecho.-respondió Heisenberg con el mismo nerviosismo que su maestro.-¿Soy
culpable de querer que las cosas vuelvan a ser como siempre fueron?
-No soy alemán.
-Lo sé.
Un incómodo silencio se produjo
en la habitación. Entre los dos reinaba un profundo respeto y una profunda
admiración, pero en los últimos años el respeto y la admiración parecían ser
cosas no demasiado valiosas. Magrethe entró con una bandeja con dos tazas, y
les sirvió a cada uno una taza de café que dejó sobre la mesa que tenían en
medio. Ninguno de los dos llegó a probar un sorbo en toda la noche. Nadie dijo
nada tampoco en lo que la mujer estuvo allí, ni tampoco en un rato largo
después.
-¿Para qué quieres mi
ayuda?-preguntó finalmente Bohr tomando la iniciátiva. En ese momento,
Heisenberg echó mano de su maletín, en el cual rebuscó entre un montón de
folios hasta sacar un montón de bocetos que le pasó a Bohr. Éste los ojeó
rápidamente.-¿Qué es esto?
-El nuevo arma de Alemania, una
bomba basada en la energía liberada por la fisión del núcleo de átomos de
uranio.-anunció Heisenberg, no sin cierto orgullo.
-¡La bomba atómica!-exclamó
Bohr.- ¿Es eso?¿Cómo has podido aceptar trabajar en algo tan terrible?
-¡Por Alemania!
-¿Cuándo pensaste que iba a ayudarte
en construir algo tan terrible para los nazis, Werner?¿Cuándo?
Heisenberg se puso en pie de
golpe, recogiendo los bocetos que su maestro le pasaba con cierta ira.
-Sé que tienes contactos fuera,
en Inglaterra y en América. Los necesito, Niels, no puedo construir la bomba yo
solo.-exclamó, levantando más la voz que lo que recomendaría la prudencia en
aquella situación.-No puedo.
-Nunca te ayudaré en un proyecto
como ese, y me aterroriza que vayas a ser tú quién lo lleve a cabo. Fuiste una
gran promesa, lo supe desde el día que te conocí. Creí que llevarías la física
a lo más alto, no que la utilizarías para convertirte en un genocida.
Tercera parte:
La preocupación había ido poco a
poco haciendo estragos en Bohr desde que comenzó la guerra. Hacía menos de diez
años, Copenhague se había convertido en el centro de la nueva ciencia, la
física de los cuantos y de los átomos, y allí se habían reunido las mayores
mentes para crear uno de los mayores logros del pensamiento, la Interpretación
de Copenhague. Ahora era una ciudad sombría y aterrorizada de sufrir un destino
como el que sufrieron Austria o Bélgica, y todas aquellas teorías habían sido
tachadas de “judaizantes”. Había pensado en escapar, en abandonar aquel país en
cuanto le fuese posible, y ya tenía trazado un plan para huir en el caso de que
fuese necesario. Pero no quería dejarlo todo atrás, allí estaba todo lo que
había construido, y no quería renunciar a ello si no era completamente
necesario.
-Los nazis entraron en mi
laboratorio.-dijo dejándose caer pesadamente sobre el sofá, recuperando la
calma. Gritando solo empeoraría la situación.-No sé qué habrá sido de él, no he
vuelto a ir desde entonces. Tuve que escondes la medalla del premio Nobel allí,
junto a la de unos amigos, para que no la encontrasen. ¿Sabes qué tuve que
hacer? Disolverlas completamente en ácido y dejarlas en botellas sin
identificar; quizá algún día pueda recuperarlas, no lo sé, quizá se hayan
perdido para siempre.
-Lo lamento profundamente.-dijo
Heisenberg sentándose también.
-Eso es la nueva Alemania,
Werner. Eso es lo que significa, destruir por destruir. Vete si quieres y
destruye todo lo que quieras con tu bomba, pero nunca seré cómplice tuyo, ni de
Hitler.
Heisenberg se levantó sin decir
nada y guardo todas las hojas que había sacado de nuevo en el maletín,
dispuesto a marcharse.
-¿Qué opción me quedaba, Neils?
-La dignidad, Werner, y el amor
por nuestro trabajo y nuestra disciplina. Vete, no quiero saber más de ti
nunca.
Ambos trataron de mantener las
formas, aún conscientes de la severidad de las palabras que intercambiaban. En
otro tiempo habían sido casi como un padre y un hijo. Con un gran esfuerzo por
mantener la dignidad, Heisenberg habló una última vez.
-¿Qué debo hacer?-preguntó.
-Lo sabes bien.
Abandonó la casa y se montó en el
coche que le esperaba a la salida para desaparecer de aquel lugar tan rápido
como le fue posible. Las cartas entre el uno y el otro cesaron desde aquel
momento, y no volvieron a recuperar el contacto en ningún momento.
La lluvia parecía no tener fin
sobre el tejado de la casa de Neils Bohr en Copenhague.
Elllolol
Un hombre sin amada, un capitán sin tesoro y un cuento sin princesa.
Practica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista
–
¡Más rápido!
Sentí
el frío filo del machete apoyarse amenazador contra mi espalda. Avancé por la
pasarela hasta que ya no hubo más madera, y contemplé largamente el rugido
amenazador de las olas. Estaba decidida a tirarme, pero mis pies no respondían.
–
¡Vamos!
Un
humillante gimoteo escapó por mi garganta. ¿Por qué no lo hacía? Al fin y al
cabo, sería lo mejor. Tenía que hacerlo antes de que Rick apareciera e intentara
salvarme aun a costa de su propia vida.
Eso
es lo que hacía siempre.
Miré
las olas negras como la pólvora y me convencí a mí misma de que eran las mismas
sábanas con que mi doncella me arropaba de pequeña. Me imaginé el aliento
salado del mar como la brisa marina que entraba en las noches de verano cuando
abría la ventana. Cerré los ojos y me preparé para sumergirme en ese placentero
abrazo de la muerte.
Uno
de mis pies descalzos ya se aventuraba al vacío, como una pequeña pieza blanca asomando
entre la tempestad, cuando una mano se enroscó en mi pelo y me sujetó
violentamente.
–
Mira a quién tenemos ahí.- murmuró un pirata junto a mi oreja.
La
proa de una enorme nave se perfiló entre las brumas lejanas como si se tratara
de un fantasma. Hicieron falta apenas unos segundos más para que la bandera con
el escudo de mi reino se distinguiera en lo más alto del mástil.
Ya
estaban ahí.
Con
un grito, intenté zafarme de mi captor, revolviéndome y saltando sobre la
pasarela, que osciló. Sin embargo, maniatada como estaba, solo conseguí hacerle
perder el equilibrio, y ambos caímos, abrazados. El pirata fue lo
suficientemente diestro como para agarrarse a los bordes de la pasarela, antes
de que nos resbalásemos y cayésemos al mar. El golpe no lo había atontado,
pero...
–
¡Ay! - se quejó.
Aproveché
para patalear, buscando su punto débil, pero no acerté a dar ningún golpe consistente.
El pirata me llamó ramera y me golpeó en mitad de la frente, estampándome el
cráneo contra la pasarela.
Las
nubes tormentosas chisporrotearon en cientos de lucecitas blancas que eran solo
un producto de mi mente. Sentí que me mareaba y que perdía las fuerzas.
–
¡No tan rápido, debilucha! Te quedarás aquí hasta que tu amorcito pueda verte
morir.
Volví
la cara, rehuyendo su aliento pestilente, y lloré. Tenía que haberme tirado.
Debí haberlo hecho en su momento. Por mi culpa, habría un derramamiento de
sangre.
Sí,
yo era la princesa de los cuentos a la que siempre tenía que rescatar alguien.
La que solo sabía llorar y patalear, la que no tenía fuerzas para levantar un
mosquetón, la que no hacía nada para peinarse.
Deseé
que la pasarela y mi espalda se rompieran al mismo tiempo. Deseé que el ojo
negro de la tormenta que nos sacudía me aplastase con sus huracanes. Deseé que
una bala envenenada me atravesara de arriba a abajo, y luego otra vez.
“La
próxima vez seré valiente, me lo prometo. Me tiraré.”
***
Oteé
en el vendaval y no encontré nada.
–
¡Más rápido, maldita sea!
Agotar
a mis hombres no era la solución, y yo lo sabía. Pero mi corazón me decía que
Jane debía de estar allí, en alguna parte, y tenía que salvarla.
–
¡Capitán Rick!
Me
volví. Ver a mi comodoro tiritando y calado hasta los huesos me removió la
conciencia. Descuidé el timón por un momento.
–
¡Es la tormenta, capitán! ¡Está encantada!
Llevábamos
casi dos días envueltos en aquellas nubes negras. La humedad había penetrado en
aquel cascarón de madera hasta dañar la quilla. La nave, mi nave, el barco que
siempre me había sido fiel, tenía los días contados.
Pero
no era lo tangible lo único que se podría. El ánimo de mis camaradas estaba tan
oscuro como el mismo cielo.
–
No caigáis en viejas supersticiones, amigo mío. Mirad más allá.
–
¡Pero si no se ve nada!
Pasé
un brazo por sus hombros para frenar sus aspavientos y le señalé el lluvioso
horizonte.
–
Ahí está.
–
No veo nada. - repitió.
La
verdad era que yo tampoco. Pero mi voluntad de encontrar a Jane era tan fuerte
que ya no sentía ni la misma lluvia. Si estaba empapado, no lo notaba; si el
hambre me mordía, yo lo ignoraba.
–
Capitán, habéis perdido el juicio.
Entrecerré
los ojos, y encontré la silueta del casco de un barco. Era apenas una fina
línea entre las brumas, pero ahí estaba. Respiré hondamente para mantener la
calma:
–
¿Vos creéis en mí? - pregunté.
–
Por supuesto, capitán.
–
Y yo creo en vos. ¿Veis algo entre la niebla?
–
No, mi señor.
–
Pues creo tanto en vos que os pediría que continuarais mirando. Porque creo
que, si me brindáis vuestra voluntad, acontecerá un milagro.
–
Eso es herejía, capitán.
–
¿No decíais que creíais en mí? Quiero que os quedéis aquí y pongáis todo
vuestro empeño en ver algo, amigo. Pongo mi vida en vuestras manos.
–
¡Pero...!
Me
volví, riéndome por lo bajo. Las manos me temblaban de emoción; me apunté mentalmente
que tenía que cargar el mosquetón de pólvora, y busqué la empuñadura de mi
espada con la mirada. Todo estaba preparado para la acción.
Mi
paciencia no se vio sometida a más pruebas, porque los bramidos de mi comodoro
se elevaron hacia el cielo como el tañido de unas campanas victoriosas.
–
¡ESTÁ AHÍ, MI CAPITÁN! ¡LO HE VISTO! ¡Y LLEVA BANDERA NEGRA!
Sonreí,
había recuperado dos cosas: a Jane, y la confianza de mis camaradas.
Giramos
el timón a escasos metros de la otra nave, visiblemente más pequeña y correosa.
Antes de que las cuerdas comenzaran a volar de un lado a otro pude localizar a
mi querida Jane, blanca como un ángel perdido en la tierra, despojada de sus bonitas
ropas y en una enagua del mismo color que su piel. Aguardaba de rodillas al
borde de la pasarela, maniatada, sujetada por la mano de un pirata que, a su
vera, parecía aún más desagradable de ver que de costumbre.
No
fuimos los únicos decididos a abordarlos; varios corsarios hundieron sus botas
en mi cubierta, pero yo les ignoré. Me lancé sin dudar contra la oscuridad de
aquella tormenta eterna, y rodé para frenar el impacto.
Nunca
había sido lento de reflejos. Me levanté de un salto y corté con mi espada de
lado a lado al primer pirata que osó echárseme encima. Di una vuelta sobre mí
mismo para estudiar el panorama y decidí que lo más rápido sería avanzar hacia
Jane. No parecía que aquella tripulación conociera ninguna estrategia
defensiva, y el caos se había adueñado de la cubierta. Mis hombres eran
diestros con las armas, así que presagié pocas bajas, y me dispuse a
desentenderme y a escurrirme entre la multitud.
Llegué
al otro lado de la cubierta sin muchos contratiempos. El corsario que sujetaba
a Jane, estaba demasiado ocupado defendiéndose de uno de mis camaradas con la
mano que tenía libre, y pronto tuvo que rendirse y soltarla. Mi princesa, sin
embargo, no se movió. Su mirada estaba muerta, perdida en el suelo, y sus
brazos descansaban tan inertes como los grilletes que los inmovilizaban.
–
¡Jane!
El
fantasma de una débil sonrisa bailó por sus labios. Me miró, pero sus ojos
estaban vacíos.
–
¡Princesa, he venido a salvaros!
Por
fin pareció reaccionar, levantándose a duras penas. Extendí una mano hacia
ella, una mano que emergía desde el caos sangriento de la batalla, desde la tormenta
oscura, una mano que era todo luz y esperanza.
Pero
ella no me correspondió.
–
No, Rick. Esta vez no.
Jane
sacudió la cabeza, como hablando consigo misma, y se dispuso a cruzar la
pasarela.
–
¡NO! - aullé como un lobo herido.
Sus
pálidos pies se pusieron de puntillas a los bordes de la muerte, se giró sin
perder el equilibrio, y de espaldas al océano se despidió:
–
Esta vez, nadie morirá por la princesa, salvo la princesa.
Su
grácil figura blanca se precipitó hacia atrás y se perdió. El mar no hizo ruido
alguno al engullirla entre sus fauces. Ningún círculo de espuma señaló, siquiera
efímeramente, el lugar de su lápida de olas.
Elevé
la vista hacia mis camaradas. La lucha había terminado. Todos los corsarios
estaban muertos o apresados. Me lo había perdido todo. Había sido muy breve.
Era
un hombre sin amada, un capitán sin tesoro, un cuento sin princesa.
***
Miré
mi reloj digital. Eran las seis de la mañana; pronto sonaría el despertador.
Cerré el libro que me había costado toda una noche de descanso y pensé:
“Menuda
mierda de historia”
Tenía
que reconocerlo, al principio me había intrigado un poco. Había querido saber
qué pasaba con Rick y Jane. Me había convertido en el testigo silencioso de su
historia.
Sonó
el despertador y me levanté.
Me
lavé la cara y me miré en el espejo del lavabo. Menudas pintas. Entre las
ojeras, las espinillas y la gomina, parecía un violador.
Cogí
la mochila y dejé el piso antes de que mi madre se levantara, en bata y con los
rulos puestos, para recordarme que no había desayunado.
De
camino al instituto, localicé a Sara. Hoy, se había puesto falda.
–
Ey, cómo vas.
–
Que te den.
Me
lanzó una mirada de desprecio y apretó el paso. Mierda. Por lo menos, nadie
había visto cómo me daban calabazas. Salvo una señora marroquí con velo, que
aprovechaba para hurgar en la basura antes de que la ciudad despertara.
Esperé
a que sonara el timbre fumándome un cigarro en la entrada. Todavía me sentía
algo alelado por los porritos que habían caído el fin de semana, pero seguía
con ganas de dar caladas a algo.
Mi
hermana pequeña llegó justo cuando sonaba el timbre. Estaba en primero de la
ESO y llevaba una mochila de Violeta, la nueva estrella de Disney Channel. No
quería salir con ella de casa porque me daba vergüenza ajena.
–
Estás fumando.- me dijo.
–
¡¿No me digas?!
Recorrí
con una mirada burlona sus coletitas.
–
Se lo voy a decir a mamá.
–
Haz lo que quieras, mocosa.
Su
cara rechoncha amenazó con derramar algunos lagrimones. Una punzada de arrepentimiento
me traspasó el estómago vacío y me decidí a decirle algo, pero ya se había marchado.
Tiré
la colilla al suelo y entré, pensando en comprarle alguna chuche o algo en el
camino de vuelta. Si es que tenía dinero conmigo. Llevaba sin revisar la
mochila varias semanas.
La
profesora de lengua y literatura me sonrió al repartir los exámenes.
–
Vaya, has venido.
Se
escuchó una risa general de pupitre a pupitre.
–
Le hice caso, señorita.
Sí,
yo trataba a mi profesora de usted. Y le llamaba señorita. Se lo merecía, era
joven y bonita y no me miraba con asco, como los demás profesores. Aunque yo
solo llevara un cuaderno y un boli mordisqueado, me preguntaba por los
ejercicios del libro como si los hubiera hecho de verdad. No me confundía con
la pared, para ella seguía existiendo.
Mis
amigos decían que se la querían follar y cosas así. Yo también era del tipo de
chicos que hacía esas bromas, pero no sobre ella. Aunque sea una mariconada,
era una de esas mujeres a las que uno no se tira, sino que hace el amor. Pero
claro, esto no lo iba a decir en voz alta. Ni en mi mente. Tenía que mantener
un estatus.
–
Cincuenta minutos. - anunció.
Se
sentó en su sitio, hondeando su melena negra con su habitual sonrisa de serena
felicidad.
Suspiré
y me decidí a terminar de cumplir con lo que me había pedido, hablando a solas
ensu despacho.
-¿El libro tiene
un final abierto o cerrado?¿Por qué?
Garabateé:
Cerrado.
-¿Dirías que los
personajes son planos o redondos? Justifica tu respuesta.
Cambian porque
uno no se espera lo que va a pasar.
Dejé
el boli, asqueado por mi propia respuesta. Ir a ese examen, como a todos los
demás, había sido un error.
–¿Dividirías el
libro en partes? ¿con qué criterio?
– ¿Crees que se
trata de una narración convencional? ¿dentro de qué género lo incluirías?
Al
fin encontré una pregunta que responder.
– Haz una breve
crítica personal de la historia (15 líneas) NO VALE RESUMEN.
Me ha parecido
una mierda.
Me
crucé de brazos y me puse a mirar por la ventana la media hora restante. Estaba
tan ensimismado que no escuché el timbre, y la profesora vino a recogerme los
papeles. Como ya no quedaba casi nadie, hojeó mis respuestas y frunció el ceño.
Pensé
que iba a reprocharme el no haber hecho nada, pero no fue así.
–
¿No has leído el libro, verdad, Pablo?
–
Sí, señorita, lo leí anoche. Yo no le mentiría.
La
profesora sonrió. Qué mona era.
–
Te creo. ¿Y por qué no te ha gustado?
Chasqué
la lengua, y se apoderó de mí una súbita vergüenza. Notaba las orejas
coloradas.
–
Pues, em... No sé, todo el rollo de la princesa y tal, te deja mal, y al final
no sirve para nada.
–
¿Cómo que no sirve para nada?
–
Me refiero a que acaba mal, Rick va a salvarla y al final te deja mal.
–
¿Te puso triste?
–
Bueno... Un poco, señorita.
–
Pero eso es que te gustó. - sonrió.
–
No, yo quería que acabase mejor.
–
Pero la vida es así, Pablo.- se encogió de hombros.- No todo puede acabar bien.
Ya
se estaba volviendo, cuando mi respuesta la sorprendió:
–
Pero por eso es un libro, señorita. Debería acabar bien, porque no es de
verdad.
Me
miró con compasión. Me sentí como si acabara de contarla un secreto muy
profundo. Incómodo y avergonzado, me levanté y cogí la mochila.
–
A partir de ahora, te recomendaré historias con final feliz, pues.- me dijo.
–
Vale, señorita. Las leeré.
Cinco
horas después, mi hermanita me esperaba en el mismo sitio donde me había visto fumar.
–
Tengo que volver contigo.- me dijo.
–
¿Por?
–
Mis amigas se han ido sin mí.
Miré
a mi pequeña, con su barriguita de niña aún tensa bajo la camiseta, las
ridículas coletas, sus redondos mofletes. No me extrañaba que fuera el
hazmerreír de su clase. A su edad, la mayoría de las niñas ya habían aprendido
a ponerse pantis en vez de pantalones para marcar la raja del culo, y salían a
dar voces y provocar a los mayores hasta más de las doce.
Cogí
el paraguas que agarraba torpemente con una mano y lo abrí por encima de
nosotros.
–
No llueve. - me dijo, con retintín.
–
¿No es más bonito caminar así?
–
La gente nos está mirando.
De
camino, paramos en una tienda de golosinas y pude comprarle una bolsa de
chuches para intentar que se olvidara del desaire que le acababan de hacer.
Salí
a la calle, donde ella esperaba, alzando la pequeña bolsa multicolor.
–
Princesa, he venido a salvaros.
–
¿Pero qué dices?
Que
la vida es un hombre sin amada, un capitán sin tesoro, un cuento sin princesa.
Pero ella aún no lo sabía, y esperaba que nunca llegara a saberlo.
Julia Concepción Gutiérrez,
jueves, 27 de noviembre de 2014
Práctica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista
Práctica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista
Nyrox;
Nyrox miró a su alrededor con expresión distraída. La sala,
pese a estar situada en un edificio ruinoso que habían conseguido mantener en
pie gracias al duro trabajo de los colonos, estaba decorada con el exquisito
gusto que caracterizaba a los nargas. En un lado había unos sofás color carmesí
con incrustaciones en piedra y plumas de color turquesa, azul metálico y verde
esmeralda. Junto a este habían colocado una mesita con una lámpara que
irradiaba una luz pálida y brillante que hacía resplandecer las gemas. Hizo una
mueca y estrechó los párpados. La luz le cegaba, era demasiado intensa para sus
ojos de depredador nocturno.
En una de las paredes había un grandioso tapiz que
representaba una escena festiva donde varios nargas, ataviados con sus típicos
ropajes vaporosos, disfrutaban de una grandiosa merendola bajo el abrazo de
unos frondosos árboles. Nyrox no había estado nunca en Erchelon, el planeta
natal de los nargas, pero había oído historias sobre él y no le costó imaginar
que tenía que ser una representación de algún tipo de festividad típica de
allí. Junto a la otra pared había un enorme escritorio que apenas le permitía
ver la plumosa cresta de la narga que, en esos momentos, tecleaba furiosamente
algo en su ordenador. Como todo en aquel lugar, el escritorio estaba construido
en vivos colores y tenía varias franjas de luces que destacaba entre las
incrustaciones de gemas. Justo detrás de este, una amplia vitrina tenía expuestas
antiguas reliquias. Tenía gracia, pensó con una mueca, eran poco más que
vasijas terrosas, feas piezas de vajillas, algunos dispositivos electrónicos
que hacía demasiado que habían dejado de funcionar, y sin embargo se cotizaban
más que la gema más extraordinaria.
Nyrox se acercó a la vitrina y cotilleó un extraño artilugio que parecía ser algún tipo de comunicador muy antiguo o quizás algún dispositivo de transporte de datos. Realmente no era más que una fina pantalla negra y una carcasa deteriorada por el paso del tiempo. Los habitantes de aquel planeta muerto habían sido tecnológicamente lo suficiente avanzados como para disponer de aparatos como aquel, pero no lo suficiente como para escapar y sobrevivir. Ahora eran ellos los que habían quedado atrapados allí, tras el colapso del portal de salto durante la traición de la flota tharunay. Se permitió sonreír. Su desgracia era su éxito. Nyrox se había hecho un nombre como ladrón de reliquias antiguas y, cuando restaurasen el portal, regresaría a Indara, su planeta, siendo un hombre rico.
Nyrox se acercó a la vitrina y cotilleó un extraño artilugio que parecía ser algún tipo de comunicador muy antiguo o quizás algún dispositivo de transporte de datos. Realmente no era más que una fina pantalla negra y una carcasa deteriorada por el paso del tiempo. Los habitantes de aquel planeta muerto habían sido tecnológicamente lo suficiente avanzados como para disponer de aparatos como aquel, pero no lo suficiente como para escapar y sobrevivir. Ahora eran ellos los que habían quedado atrapados allí, tras el colapso del portal de salto durante la traición de la flota tharunay. Se permitió sonreír. Su desgracia era su éxito. Nyrox se había hecho un nombre como ladrón de reliquias antiguas y, cuando restaurasen el portal, regresaría a Indara, su planeta, siendo un hombre rico.
“Por favor, no toques los cristales. Están limpios.” dijo la mujer narga con su habitual y monótona voz.
Con un gesto de aboluta indiferencia, Nyrox se apartó de las
vitrinas y paseó nuevamente por la sala. No se preguntó por qué Thranaxath, el
ministro jefe del ministerio de estudios arqueológicos, le había convocado.
Sólo había una razón por la cual un hombre de su talla se dignaría a hablar con
un tharunay como él. Lo que le embargó fue la emoción que precedía siempre a
recibir las instrucciones de un contrato, el hecho de no saber qué sería lo que
tendría que robar y donde. Nyrox era un traficante de reliquias, el mejor de
todos los que habían quedado atrapados en aquella miserable piedra perdida en
un remoto y extinto sistema solar. Lo que le gustaría saber era qué podría
querer Thranaxath. No sería algo común, sería algo muy especial. Lo intuía y,
esa certeza, hizo que se le erizase el pálido pelaje que cubría su espalda.
“Sí, señor ministro.” la voz de la secretaria resonó en el
silencio y le llamó la atención. “Puede pasar.”
Nyrox hizo un seco asentimiento y entró por unas grandes
puertas al interior de la sala contigua. Tan profusamente decorada como la
anterior, Nyrox se fijó en el narga que había sentado sobre una cómoda silla al
otro lado del escritorio. Era un hombre regio que destilaba autoridad por cada
una de sus iridiscentes plumas azules y rojas. Sus pequeños cuernecitos estaban
decorados con unas cadenas de plata con piedras engarzadas, así como sus
muñecas, sus dedos y su cuello. Las vaporosas prendas dejaban a la vista los
vivos colores del plumaje de su pecho.
“Nyrox.” el narga hizo un seco asentimiento. “No nos andemos
con rodeos. No es mi estilo y tampoco el tuyo.” se inclinó sobre la mesa y le
miró fijamente con aquellos ojos verdes cuya pupila era una simple y fina
linea. “Tengo muy buenas referencias sobre tu trabajo. Algunos colegas no están
satisfechos con el hecho de que les hayas robado en sus propias casas, pero
admiran tu maestría.”
“Se hace lo que se puede, señor ministro.” Nyrox esbozó una
sonrisa sibilina dejando a la vista sus colmillos.
“Desde luego. Pero esta vez no se trata de un robo, al menos
no directamente.” el narga se levantó y caminó por el despacho, sacudiendo su plumosa
cola de lado a lado. “Un equipo de arqueólogos bajo mi mando va a hacer una
expedición a las montañas. Quieren investigar más a fondo sobre la civilización
que habitaba este planeta y encontrar la baliza de donde salió la señal que
recibimos hace varios meses. Las especiales circunstancias tras la traición de
la flota tharunay han pospuesto esta expedición pero, seré franco, la situación
empieza a ser desesperada. Nuestras provisiones se agotan y esa baliza es lo
único que podría sacarnos de aquí.” se detuvo frente a una ventana que daba a
la ciudad, poco menos que un erial desértico donde la ley había colapsado,
sustituida por la supervivencia del más fuerte.
“No soy un arqueólogo.”
“Estoy al tanto.” le miró con una expresión extraña, los
nargas no tenían sentimientos y eso hacía que relacionarse con ellos fuese
inquietante. “Una piloto tharunay escapó cuando se capturó y ejecutó a la flota
rebelde. Busca la baliza. Necesito que tú la consigas antes que ella y que me
la traigas. A nuestro regreso a Erchelon te pagaré generosamente por tus
servicios.”
Nyrox sonrió y la excitación de la incertidumbre fue
sustituida por la expectativa del premio.
“Eso puedo hacerlo.”
Xanieth;
“¡El sitio es absolutamente fascinante!” dijo Xanieth, observando
maravillada la inmensa caverna en la cual se habían metido. “Vosotros, quiero
que hagáis una catalogación de todo lo que se encuentre en esta sala. Los
demás, seguidme, quiero mapear todo el complejo.” dijo con voz autoritaria.
Un pequeño grupo de nargas asintieron y se pusieron manos a
la obra. Xanieth guió al resto del grupo a través de la enorme entrada. Los
esclavos tharunay cargaban con el pesado material mientras que los científicos
se afanaban en investigar el lugar. Habían seguido el pulso de la baliza pero
un desprendimiento de rocas dificultó que encontrasen el acceso. Tuvieron que
escurrirse con todo el equipo a través de un entramado de estrechas cuevas y
galerías. Afortunadamente habían llevado consigo un grupo de espeleólogos que habían
pasado los últimos meses estudiando la orografía del planeta. Cuando llegaron
frente a dos sólidas puertas de hierro retorcido y oxidado, que parecían haber
sido destruídas por una detonación, Xanieth supo que habían encontrado el
lugar..
Lo que vieron al otro lado los había dejado sin habla. Xanieth esperaba descubrir algún complejo militar o algo por el estilo, sin embargo, fue mucho más. Era una ciudad, una auténtica ciudad subterránea, una caverna inmensa de altísimos techos en cuyas paredes, cuidadosamente labradas, había una infinidad de puertas y ventanas de cristal que daban acceso a viviendas, tiendas, escuelas y hasta hospitales. La mayoría de los cristales yacían rotos en el suelo, sobre los cuerpos maravillosamente preservados de los antiguos habitantes. Xanieth se agachó junto a uno de los cuerpos y lo examinó. Este se encontraba retorcido, con las manos aferradas a un pecho cubierto con sangre reseca y el rostro congelado en una expresión de dolor y miedo.
Lo que vieron al otro lado los había dejado sin habla. Xanieth esperaba descubrir algún complejo militar o algo por el estilo, sin embargo, fue mucho más. Era una ciudad, una auténtica ciudad subterránea, una caverna inmensa de altísimos techos en cuyas paredes, cuidadosamente labradas, había una infinidad de puertas y ventanas de cristal que daban acceso a viviendas, tiendas, escuelas y hasta hospitales. La mayoría de los cristales yacían rotos en el suelo, sobre los cuerpos maravillosamente preservados de los antiguos habitantes. Xanieth se agachó junto a uno de los cuerpos y lo examinó. Este se encontraba retorcido, con las manos aferradas a un pecho cubierto con sangre reseca y el rostro congelado en una expresión de dolor y miedo.
“Son unos seres fascinantes. No tienen pelo, ni plumas, salvo
en la cabeza, y parece que cuidaban su apariencia. Mirad, en este aún quedan
pigmentos de pintura en su piel.” hizo un gesto con la mano por encima del
cuerpo, pero no lo tocó, no quería estropearlo. “Pensad en todo lo que nos
puede contar esta gente sobre nuestro propio origen y existencia. Una
civilización extinta es una oportunidad única para investigar sobre nuestro
destino como especie.” explicó a su equipo.
Los nargas no eran idiotas. Eran conscientes de que toda
civilización y especie nace, se desarrolla y termina desapareciendo. Lo asumían
como algo natural e inherente a su existencia y no luchaban por evitar el justo
colapso de su propia civilización. Buscar la inmortalidad como especie era una
fantasía absurda sólo apta para seres inferiores, como los inocentes tharunay.
“No resulta un futuro muy halagüeño.” dijo Nyrox encogiéndose
de hombros.
“Para las especies emocionales, quizás no.” Xanieth se
levantó y siguió avanzando. “Para nosotros es el lógico curso de la existencia.
¿Qué ocurriría si desapareciésemos los narga, o los tharunay?” le preguntó.
“Se perderían muchas cosas.” dijo Nyrox.
“No se perdería nada. Al univerno no le importa tu
existencia. El paso circunstancial de civilizaciones por el mismo sólo afecta a
las civilizaciones en sí. Una vez extintas, su relevancia desaparece y el
universo sigue su curso. Estés o no aquí, esa pequeña enana blanca seguirá
siendo una enana blanca, y esta roca muerta seguirá siendo una roca muerta. El
espacio tiempo sigue su curso.” dijo.
“¡Directora! ¡Directora!” un narga se acercó corriendo hacia
ella. En sus manos llevaba un aparato, una espece de contador geiger. “La señal
de la baliza es más fuerte aquí pero he detectado el lugar exacto de donde
proviene. Es por aquel pasillo.”
“¡Vayamos a investigar!” exclamó Nyrox.
“Gracias. Lleva un equipo a ese lugar, que los esclavos
empiecen a colocar el material lo más cerca posible de la fuente. Mucho
cuidado, podríamos encontrarnos con material muy delicado.” Xanieth le hizo un
gesto de deferencia al joven. “Todo a su tiempo, Nyrox. Primero tenemos que
mapear el complejo y clasificarlo todo. Luego iremos adentrándonos en los
pasillos.”
El tharunay arrugó el labio y dejó a la vista sus colmillos,
emitiendo una especie de extraño siseo. Xanieth lo reconoció como una muestra
de hastío en los tharunay, pero ella se limitó a ignorarlo. Las cosas se tenían
que hacer siguiendo un orden lógico, no dejándose llevar por los impulsos
emocionales que podían inducir a error. De un bolsillo sacó un transportador de
datos y lo encendió, activando la cámara. Hizo un barrido lento y pausado del
entorno, grabando todo lo que se encontraba y deteniéndose cada poco para hacer
alguna anotación.
“Bitácora nº 23. Hemos conseguido entrar al complejo.
Esperábamos encontrarnos con una base militar pero esto es mucho más
interesante. A falta de más datos y por las primeras pruebas que hemos podido
encontrar, es posible que ante el colapso de la estrella la civilización
hubiese optado por construir un refugio subterráneo para aprovechar la energía
geotérmica del planeta. Los científicos del ministerio de geología afirman que
el planeta lleva miles de años extinto, así que esta caverna ha preservado en
excelente estado de conservación lo poco que aún queda de la civilización.”
apuntó a los cuerpos. “Las muertes han sido violentas. No es descabellada la
hipótesis de que, quienes se quedaron
fuera del refugio, intentasen entrar por la fuerza. Aún queda mucho por...”
“¡MALDITA SEA!” gritó Nyrox a sus espaldas.
“Señor, esa actitud cuando se está efectuando una
investigación de...” dijo Xanieth volviéndose hacia el tharunay.
Justo en ese momento vio como Nyrox salía corriendo detrás de
una esclava tharunay. La mujer llevaba algo en las manos. Algo que parecía
brillar levemente. La baliza.
Kalyan;
El narga guió al equipo de esclavos en dirección a una torre
que se erguía en la parte trasera de la sala. El científico mantenía la mirada
fija en su dispositivo electrónico, el cual no dejaba de emitir chirridos. Era
exáctamente el mismo sonido que detectó el ejército, una señal de socorro. Por
el final que había tenido la civilización, a Kalyan no le costó imaginarse que
debían haber estado muy desesperados para hacer una llamada a ciegas sin saber
si sería hostil o amistoso lo que fuese que acudiese en su ayuda.
Aparentemente, nadie llegó a tiempo de salvarlos.
“Dejad aquí el equipo. Con cuidado, es material muy delicado.”
Kalyan bajó el enorme arcón que cargaba junto a otros tres tharunay y estiró los hombros a la vez que miraba a su alrededor. Era una torre estrecha, llena de dispositivos electrónicos, cables y otros artilugios que le parecieron muy antiguos, como una tecnología primitiva. Una escalera de piedra se perdía en las alturas, seguramente hacia una antena parabólica. No se permitió mucho tiempo para distraerse, sus ojos volaron discretamente hacia el aparato electrónico que el narga llevaba en las manos. La señal era más aguda cuando señalaba a un punto que había al otro lado de una puerta entreabierta, a través de la cual se apreciaba un leve resplandor azulado. Los cables que llevaban a la antena iban hacia allí. La fuente de la energía. La baliza.
“Dejad aquí el equipo. Con cuidado, es material muy delicado.”
Kalyan bajó el enorme arcón que cargaba junto a otros tres tharunay y estiró los hombros a la vez que miraba a su alrededor. Era una torre estrecha, llena de dispositivos electrónicos, cables y otros artilugios que le parecieron muy antiguos, como una tecnología primitiva. Una escalera de piedra se perdía en las alturas, seguramente hacia una antena parabólica. No se permitió mucho tiempo para distraerse, sus ojos volaron discretamente hacia el aparato electrónico que el narga llevaba en las manos. La señal era más aguda cuando señalaba a un punto que había al otro lado de una puerta entreabierta, a través de la cual se apreciaba un leve resplandor azulado. Los cables que llevaban a la antena iban hacia allí. La fuente de la energía. La baliza.
En cuanto el narga dejó de prestar atención a su aparato y
comenzó a estudiar el equipo para asegurarse de que se encontraba en buen
estado, Kalyan aprovechó para escurrirse por detrás del resto de esclavos,
demasiado cansados y anulados por meses de maltratos como para interesarse por
nada. Tras la supuesta traición de los suyos, los nargas habían arremetido
contra los tharunay y los que no habían muerto habían sido esclavizados. Ella
no se lo creía. Pilotaba una de las naves, un acorazado clase Supernova, cuando
la flota atacó y destruyó el portal. Por unos minutos había perido el control
de su nave, la Gamma Ray, aunque consiguió recuperarla a fuerza de voluntad
para, posteriormente, aterrizarla y salvar a su tripulación. Luego tuvieron que
ocultarse. Algo había pasado aquel día y estaba dispuesta a averiguarlo.
Era su oportunidad, no tendría otra mejor. Silenciosamente, se escurrió en el interior de la sala. Nadie se dio cuenta, un esclavo era invisible. El resplandor azulado era más intenso allí y Kalyan tuvo que estrechar los ojos para protegerlos. Allí estaba, pulsando suavemente, la baliza que le permitiría regresar a casa y descubrir por qué algo había hackeado los controles de la flota tharunay para que pareciese como si se hubiesen vuelto contra ellos. No perdió el tiempo, no podía. De un rápido movimiento cogió la baliza, una especie de cápsula del tamaño de una cacerola, y corrió. Pesaba poco, menos de lo que esperaba, cosa que agradeció.
“¡MALDITA SEA!” escuchó un grito en notable acento tharunay. Nyrox, el ladrón.
Era su oportunidad, no tendría otra mejor. Silenciosamente, se escurrió en el interior de la sala. Nadie se dio cuenta, un esclavo era invisible. El resplandor azulado era más intenso allí y Kalyan tuvo que estrechar los ojos para protegerlos. Allí estaba, pulsando suavemente, la baliza que le permitiría regresar a casa y descubrir por qué algo había hackeado los controles de la flota tharunay para que pareciese como si se hubiesen vuelto contra ellos. No perdió el tiempo, no podía. De un rápido movimiento cogió la baliza, una especie de cápsula del tamaño de una cacerola, y corrió. Pesaba poco, menos de lo que esperaba, cosa que agradeció.
“¡MALDITA SEA!” escuchó un grito en notable acento tharunay. Nyrox, el ladrón.
Kalyan atravesó rápidamente el complejo y se escurrió a través
de los túneles. A sus espaldas podía escuchar los pasos apresurados de Nyrox
que iban detrás de ella, así que volcó una piedra suelta para ganar algo de
tiempo. Debió funcionar, ya que oyó una maldición y una caída y el golpeteo de
los pasos desapareció por un momento. Eso le dio el tiempo necesario para poder
salir de la sinuosa caverna. Poco antes de salir al exterior se cubrió con la
capucha para protegerse del gélido frío que dominaba aquel planeta, iluminado
por una tenue y lejana enana blanca.
En cuanto se encaramó sobre una de las naves del equipo, una
fragata de clase Cometa, cerró tras ella. No dejó que los furiosos gritos en la
carrocería, ni los furiosos gritos, la intimidasen. Jadeando, fue hasta el
soporte de posicionamiento GPS e hizo un apaño para poder conectar las dos
tecnologías. Rezó a sus dioses por que aquello funcionase, era su única
oportunidad. Si el ejército desplegaba una flota, la pequeña Cometa no podría
hacer nada. La baliza comenzó a brillar con más fuerza.
Kalyan corrió a la cabina de pilotaje y se abalanzó sobre el
asiento. Apenas hubo colocado sus manos sobre los controles, el interfaz
arrastró su mente hacia ella de tal forma que dejó de sentir como tharunay y se
fundió con el aparato. Percibía los golpes en su casco, la fuerza que se
acumulaba en sus motores y el pálpito rítmico de la baliza. La nave despertó de
golpe, un fuego azul emergió de sus reactores y, con una sacudida, se levantó y
empezó a moverse. Al principio lentamente, demasiado lentamente, pero pronto empezó
a ganar fuerza y altitud. Kalyan dirigió a la Cometa, de nombre Fénix, hacia el
espacio exterior a una velocidad vertigionsa. La inclinación para salir de la
atmórfera era la adecuada, aún así sintió como un breve tirón, como una leve
resistencia, antes de romper definitivamente con ella para flotar a través del
espacia ingrávido.
Justo en cuanto dejó atrás la influencia gravitatoria del planeta, Kalyan buscó un enlace cuántico para saltar. Estaba sola, pero la estación espacial no se encontraba lejos y el ejército no tardaría en recibir el aviso para movilizarse. Buscó, necesitaba uno que estuviese lo suficientemente cerca para lo que iba a hacer. La radio de la cometa comenzó a percibir estática, le habían cortado las comunicaciones. Iban a por ella. De repente, a través de la nave fue capaz de ver como, desde la lejana estación espacial, salía al espacio una pequeña flota de fragatas, entre ellas una clase Quassar, la nave de guerra electrónica. Si la alcanzaba, podría impedir que activase la baliza.
“¡Vamos!” le urgió a la Cometa.
Justo en cuanto dejó atrás la influencia gravitatoria del planeta, Kalyan buscó un enlace cuántico para saltar. Estaba sola, pero la estación espacial no se encontraba lejos y el ejército no tardaría en recibir el aviso para movilizarse. Buscó, necesitaba uno que estuviese lo suficientemente cerca para lo que iba a hacer. La radio de la cometa comenzó a percibir estática, le habían cortado las comunicaciones. Iban a por ella. De repente, a través de la nave fue capaz de ver como, desde la lejana estación espacial, salía al espacio una pequeña flota de fragatas, entre ellas una clase Quassar, la nave de guerra electrónica. Si la alcanzaba, podría impedir que activase la baliza.
“¡Vamos!” le urgió a la Cometa.
La Quassar estaba cada vez más cerca y un grupo de Cometas se
aproximaba a toda velocidad. Vio cómo sus cañones se giraban rápidamente para
apuntarla. Aún estaban fuera de alcance pero no por mucho.
“¡VAMOS!”
De repente, lo detectó, un enlace cuántico perfecto a no
demasiados AUs. Kalyan activó el motor de salto. Las Cometas comenzaron a
disparar y sintió un primer y un segundo impacto contra el escudo de la nave.
Si seguían disparando con esa frecuencia la nave se desintegraría. De repente,
todo se diluyó en un parpadeo y, cuando la realidad la golpeó de nuevo se
encontró junto a un grandioso planeta gaseoso rojo. Estaba sola. Perfecto,
pensó, y activó la baliza. Momentos después, una grandiosa flota apareció, una
flota compuesta de naves oscuras que nadie sabía que existían. Eran un secreto
del ejército tharunay, naves que no necesitaban portales para saltar grandes
distancias.
“Bienvenida, piloto Lazair.” dijo el piloto de una de las
naves, un crucero clase Fusión, al entrar en contacto con su sistema de
comunicación.
“Comandante Yazria...” Kalyan suspiró aliviada. Lo había
conseguido.
DNH
Humo y Espejos
Taller de Escritura
15:47
Costán Sequeiros Bruna
,
Personajes y Puntos de vista
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Práctica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista.
Era difícil imaginar que
el destino de Occidente dependía de aquella reunión en aquel bar mugroso y
perdido. Que el futuro del mundo libre pasaba porque fuese capaz de colar aquel
farol, de haber atado todo correctamente. Pero Trevor Williams estaba
tranquilo, o todo lo tranquilo que se puede estar en territorio enemigo, en una
noche desapacible, con un hostil sentado del otro lado de la mesa y un fanático
al lado. Si, muy tranquilo... al menos conseguía que su voz no temblase y
sonase firme. Era todo parte del Baile, al fin y al cabo.
Ante él estaba el
germano, Wolfram Gundersson, de antepasados nórdicos y actualmente al servicio
de la Stasi; era el hombre que iba a aceptar el maletín con dinero que había
entre ambos, a cambio de que Aiden Brady cruzase el Muro y se convirtiese en un
agente doble: supuestamente un informante para la Stasi convencido de las
virtudes de unirse al bloque soviético para avanzar la Causa Irlandesa,
mientras que en realidad informaría a los demócratas a través del propio
Williams.
-Entonces, cuando Aiden esté a salvo y seguro en
su nueva posición, os mandaremos los pasaportes. Primero para tu esposa e hija,
que podrán cruzar el Muro a salvo y vivir una vida mejor y más libre. A ti te
necesitaremos más tiempo de ese lado para asegurar la posición de nuestro
agente, pero tan pronto las cosas se pongan calientes, te extraeremos con
celeridad, eres demasiado valioso.-
Menuda cantidad de
mierda. Cuando Wolfram dejase de ser útil, lo dejarían pudrirse en una celda
alemana, o quizás incluso soviética. Entonces ya daría igual, la CIA ya no
tendría uso para él.
Del otro lado de la mesa
estaba Albrecht Müller, un hombre como tantos otros de los que había en el
interior de la Stasi. Un hombre con miedo, un hombre al que le apretaban los
tornillos y le vigilaban de cerca. Y no sin razón, todo sea dicho. Fumaba
nervioso su pitillo, agarrándolo como si fuese su único vínculo con el mundo
soviético que trataba de abandonar. Era necesario.
No era el hombre más
honesto, pero tampoco el más corrupto. En una organización plagada de puñaladas
por la espalda, secretos, corrupción y abusos, él sólo era uno más entre
muchos. Sin embargo, desde hacía poco su nuevo jefe quería quitárselo de en
medio para subir a su nuevo protegido, un advenedizo que creía que sabía más de
lo que su escasa experiencia realmente le permitía pero que probablemente le
fuese ciegamente leal a su superior... hasta que llegase el momento de la
traición, claro, marca de la casa en la que todos trabajaban.
Así que a Albrecht sólo
le quedaba una opción: coger la identidad falsa que se había creado para cuando
las cosas se torciesen del todo y venderse al enemigo. Si, sólo quedaba la
huida hacia adelante, sacar a su familia fuera del Muro y tratar de seguirlos
tan pronto pudiese. Llevaba en el Juego el tiempo suficiente como para saber
que los americanos le dejarían tirado tan pronto pudiesen y que el agente doble
que iba a introducir probablemente causase muchos daños a quienes habían sido
los suyos toda su vida, quienes se suponía que quería y protegía... pero no
había opción. Era eso o acabar tirado en un callejón con una bala en la nuca,
una bala fabricada en la RDA, a la cual había jurado proteger.
-Entonces Herr Brady- dijo, con su marcado
acento alemán-, ¿es un militante del IRA? ¿Un verdadero enemigo de los
británicos? Eso se lo puedo vender a mis superiores, si. ¿Están los mil dólares
en el maletín, como quedamos? Necesitaré ese dinero para untar algunas junturas
burocráticas y conseguir que se tramite con rapidez, Herr Jones.
Si, pero también para
nutrir su propio colchón para cuando la lluvia que asolaba Berlín aquella noche
se transformase en aguacero. Y probablemente no tardase mucho. Bastante le
había costado ya conseguir que sus compañeros ignorasen aquella reunión, una
buena cantidad de dólares (cada vez preferían más la moneda americana a la
propia, señal del cambio de los tiempos) para conseguir esta hora de reunión a
salvo. ¿Dónde había quedado el espíritu y la patria? Desde luego, Marx, Lenin y
Stalin habían muerto.
Quizás debería haber
empezado por decir que Trevor Williams no era el nombre que aquel viejo agente
de la CIA estaba usando. Aquella noche él era Richard Jones, oficialmente un
simple empresario británico afiliado indirectamente al MI-5 británico. Era la
trampa clásica, pero para eso estaban los primos... y en el Baile, los
británicos a menudo actuaban como primos ante los intereses americanos.
Richard echó un vistazo
al joven apasionado que tenía sentado a su derecha, mientras echaba otra calada
a su pitillo, un buen Winston, único toque que debía decirle al alemán que en
realidad representaba a la CIA. Ambos llevaban tiempo bailando, era innegable
que el otro cogería el detalle al vuelo, como Trevor había descubierto pronto
que el germano se había traído a dos compañeros, que bebían tranquilamente
cerveza en una posición alejada, tratando de disimular que prestaban más
atención a esta mesa que a su propia conversación.
-En efecto, Brady quiere servir a la independencia
de su país frente a los opresores ingleses. Es un ferviente de la causa y
nosotros creemos que mejor fuera del territorio británico, aún cuando con
vosotros pueda causarnos daños menores. No tendrán problema tus superiores en
comprobar estos hechos, porque son la verdad.-
Qué termino más
complicado era ese: verdad. La verdad de Wolfram era que sus jefes lo
presionaban y necesitaba una salida adelante, la verdad de Brady era que el
propio IRA lo consideraba peligroso y lo necesitaba fuera. Esta reunión no era
resultado del azar, no, sino de una larga y planificada operación que había
puesto muchos peones en marcha desde hacía meses, con muchas más personas
involucradas de las que Richard realmente conocería jamás: los del servicio de
inteligencia francés que habían filtrado los datos de la corrupción de Wolfram
a un superior ambicioso, los terroristas vascos que habían convencido a sus
compañeros irlandeses de hacer un negocio juntos a cambio de delatar a uno
prescindible de los suyos, los británicos que habían actuado como intermediarios
de los encuentros con Brady... una larga coreografía de Baile que llevaban a
aquel gastado bar localizado en territorio soviético, donde el faro de la
libertad iba a introducir el agente que permitiría derribar el inestable
gobierno de la RDA.
Brady era el único que
no estaba nervioso en ese encuentro. Claro que tenía miedo, ¿quien no lo
tendría en su situación? Ser un agente de un servicio de inteligencia no era
pequeña cosa, pero que aún por encima lo sacasen a uno de su propio país y lo
introdujesen en otro para actuar como agente doble en territorio enemigo, con
una sentencia de muerte sobre su cabeza... bueno, cualquiera tendría miedo en
esa situación.
Pero lograr un país
libre e independiente requería sacrificios y si debía jugar con unos y otros,
lo haría. Sólo así podría destruir la opresión británica y americana, pues con
bonitas palabras en las calles de Belfast no se conseguía nada.
Si, Brady tenía miedo,
pero sobretodo tenía mucha adrenalina en su sangre y un objetivo claro:
informar, porque de ese modo destruiría a sus enemigos. Si, iba a morir en
Berlín, probablemente en pocos meses, pero en el camino pondría las fichas en
su sitio para que la causa última llevase a la victoria de su Patria.
-Man- dijo, introduciendo una palabra en
inglés en el medio de su mal aprendido alemán-, soy de confiar. Me importan una
mierda los problemas que tener vosotros, right? Yo aquí he venido por
mis propios objetivos y eso ser lo que yo voy a conseguir. Vosotros me
utilizáis, de acuerdo, pero yo quiero que consigas armas para un buen father
de Belfast, él sabe a quien deben llegar. ¿Nos entender?-
Era sencillo, armas por
información. En cuanto a Brady concernía, era algo directo y si había que ser
un mártir por la Causa, lo sería.
Albrecht casi sacude la
cabeza con impaciencia. ¿Acaso el irlandés no se daba cuenta de que los mayores
están hablando? Odiaba a los fanáticos y Brady claramente lo era. Podía leer en
sus ojos la falta de nerviosismo y cómo el miedo se sometía a la locura de sus
objetivos. Había trabajado muchas veces con obsesos y siempre le molestaban
pues eran incorruptibles: los sobornos y los tratos no funcionaban con ellos
como habrían hecho con cualquier otro. Pero este había sido engañado bien por
los americanos, que habían conseguido que jugase a dos bandas en un juego donde
sólo iba a perder.
El germano escuchó el
mal alemán del irlandés disimulando una sonrisa. Llevaba mucho tiempo en el Juego,
como el americano, y Brady no lo llevaba. Era demasiado joven, inocente,
apasionado e idealista. Sería un buen peón que colar a su superior, suficiente
como para ganar el tiempo que necesitaba y los pasaportes como para asegurar la
salida de su familia. Probablemente el irlandés no sobreviviese a su propia
huida, pero Albrecht había estado en Münich durante la Guerra y había visto a
mucha gente morir... un irlandés más no importaba. Era sólo un peón devorado en
el tablero a cambio de poder salir del horror y del miedo.
-Conseguirte las armas no será complicado, Herr
Brady. Tenemos Kalashnikovs que podemos enviar por submarino a la costa
irlandesa sin ningún problema, así como explosivos. Y seguro que a los
británicos les encantará descubrir que el IRA tiene conexiones con el KGB. Les
meterá miedo, avanzará vuestra causa y podréis hacerles daño de verdad.-
Si alimentaba su
fanatismo conseguiría un animal a su servicio, sin lugar a dudas. Como un doberman
rabioso, sólo hacía falta apuntarlo en la dirección correcta y saltaría sobre
la presa deseada. Y podía ver cómo el irlandés se relamía ante la imagen de
tener explosivos para hacer saltar por los aires los cuarteles de los bobbies,
o incluso el Parlamento como había intentado hacer Guy Fawkes. Su pequeña
revolución roja personal.
Pausa, tenía que jugar
sus cartas con cuidado, demasiado estaba en juego esta noche. Aunque fuera
empezase a tronar, Williams tenía que mantener la cabeza fría. El irlandés era
un loco, como todos los irlandeses, y si bien era un peón útil lo último que
necesitaba era que la Stasi realmente comenzase a armar al IRA. Aunque podía
ver el juego de Wolfram frente a él, también veía el peligro que suponía... lo
último que necesitaban era un idealista desbocado, siempre va mal para los
negocios.
-Vayamos paso por paso, Wolfram. Primero, aquí
tienes el dinero, introdúcelo en los círculos apropiados, que conozca a la
gente que necesite y, a partir de ahí, que comience a informar. Entonces
tendrás más dinero, los pasaportes y el coche que os pueda llevar a través del
Muro con éxito. Paso a paso, las armas para los irlandeses cuando llegue el
momento en que haya que verificar su tapadera.-
Atrae las riendas, juega
con la zanahoria, amenaza y castiga si hace falta. El viejo Baile que todos
danzaban desde hacía años pero, al final, lo único que importaba era quien
bailaba mejor. Y claramente los dos compañeros de Wolfram tenían armas bajo sus
abrigos, mientras que el propio Williams no iba armado... en cuanto a Brady,
irlandés y cabezacaliente, en un bar podría estallar buscando una pelea en
cualquier momento, había que danzar con cuidado. Que Wolfram no lo lanzase
contra los intereses americanos tratando de anotarse un punto con sus
superiores... no encajaría con la personalidad del alemán tal como lo habían
analizado en Langley, pero cuando alguien era llevado contra la pared la
desesperación hacía milagros.
¿Un retraso en las
armas? Estos querían jugársela. Brady flexionó los dedos de la mano, demasiadas
peleas y luchas habían llevado su vida hasta aquí como para dejar que sus
planes se desmoronasen, y los callos y rascazos en los nudillos probaban que él
nunca se echaba atrás. Pero necesitaba paciencia, esta gente creía que sabía lo
que hacían y, de momento, le iban a dar lo que quería. Ya habría tiempo de
partir unas cuantas caras, por deporte simplemente, más adelante.
-Correcto, Herr Jones, dejaremos las armas
para un segundo paso, si a nuestro nuevo amigo le parece correcto.-
Mucho tiempo en el
Juego, Albrecht sabía que debía hacerle ver al irlandés que él era la pieza que
controlaba su destino, sino acabaría jugando para los americanos antes de darle
el tiempo que tanto necesitaba. Brady debía confiar más en Albrecht que en el
agente de la CIA y, para eso, nada mejor que jugar con fuego. Un paso más en la
huida hacia adelante.
-Además, no queremos que nuestros amigos
americanos se enfaden con nosotros antes de que hagamos nuestros intercambios,
¿no, Herr Brady?- dijo, con una sonrisa ambigua mientras miraba a Jones
directamente.
¡Mierda! Williams tenía
las cosas bajo control, todo iba bien, ¿por qué revelar ahora que era un agente
de la CIA en vez del MI-5 como creía Brady? Sin duda quería ganarse su favor
dándole algo de información secreta, pero en manos de un irlandés loco todo
podía salir por cualquier lado, y demasiadas cosas dependían de aquella noche.
-Right- dijo con una sonrisa abierta el
irlandés-, pero no soy tan tonto como creer vosotros. Se que es americano desde
que lo vi por vez primera, sólo un americano se despistaría y llevaría un hat
bajo techo, no cuela como un agente de Su Majestad.-
No pudo evitar reírse
ante la cara de sorpresa de ambos ante la respuesta. Duró sólo centésimas de
segundo, era cierto, pero veía como los dos rápidamente pedían cartas nuevas al
croupier al darse cuenta de que no era tan tonto como ellos creían. Si,
le gustaba demostrarles que no sólo ellos eran listos.
Albrecht hubiese
enarcado una ceja si hubiese podido permitirse una mínima expresión, y durante
un segundo pensó en sacar el arma que llevaba oculta a su espalda. Su jugada no
había salido como había esperado y se había quedado expuesto ante el americano
por haber dado la pista y ante el irlandés por haberlo subestimado. ¿Qué más
podía ocultar el del IRA?
No parecía que mucho
más, simplemente quería sus armas y que no le tomasen el pelo. Quería que lo
tuviesen en cuenta, que lo tratasen como un adulto en un Juego que le iba
grande. Vale, eso podía arreglarse sin problemas, mejor jugar el resto del tiempo
según el libro e irse camelando al irlandés con las semanas de contacto y
trabajo juntos, lejos de la influencia perniciosa de los capitalistas. La idea
de alcanzar el arma desapareció tan rápido como llegó, mientras observaba los
cambios en el tablero de juego.
¿Un sombrero bajo techo?
Los ingleses eran unos estirados, ¿tenían protocolos para eso? Sin duda en Texas
no los tenían, mil veces había visto a su padre con sombrero en el rancho y su
padre era todo un caballero chapado a la antigua. Siempre había odiado hacerse
pasar por británico por la cantidad de reglas estúpidas que seguían y aquella
vez parece que implicaría una complicación importante.
Pero el irlandés lo
había sabido desde antes de coger el avión en Londres, de modo que las cosas
tampoco cambiaban tanto. Sólo significaba que estaba dispuesto a pactar con el
Diablo si hacía falta para avanzar su causa y que sabía bien el Baile en el que
estaba metido. Casi mejor, eliminaba las dudas fruto de tener que implicar a
inocentes. Si no era inocente mejor, al Tío Sam siempre le molestaba más
destruir las vidas de quienes observaban el baile desde las sillas que las de
aquellos que hacían sus pasos en la pista.
-Entonces todos estamos de acuerdo, ¿no? Brady se
quedará aquí ya esta noche, dirás que ha cruzado el Muro y ha desertado guiado
por tus acciones, que lo has convertido. Y a partir de aquí, a trabajar.-
Las piezas en su lugar, era
el Rey del Baile.
Como siempre, los
americanos tan pragmáticos, no apreciaban la sutileza de un pensamiento como el
de Marx o Lenin, o los juegos filosóficos de Nietzsche o Heidegger. Siempre
directos al grano, eso los hacía predecibles. Pero teniendo en cuenta que el
irlandés era más imprevisible de lo esperado y que se impacientaba, casi mejor.
Ahora tocaba llevar a
Brady al piso franco que le tenía preparado. Tras ello, dejaría el dinero en su
alijo secreto para emergencias y se presentaría ante sus superiores para
informar del éxito de su misión de subversión. Después sería hora de tirar de
los hilos a dos bandas para conseguir lo que necesitaba y desaparecer antes de
que todo explotase. No había más, en el mundo de corrupción y traición que era
la Stasi, sólo quedaba tratar de retirarse con algunas ganancias antes de que
la casa se llevase todo. Porque la casa siempre gana, ese es el Juego.
Así que, asintiendo,
cogió el maletín y, con un gesto, esperó a que el americano abandonase el
lugar. Que se creyese un ganador no importaba, él no jugaba para ganar, sólo
para sobrevivir. Una semana más, una noche más, una hora más, un minuto más...
lo que pudiese arañar a la muerte que, en estos momentos, respiraba demasiado
cerca de su nuca. Su jefe, tendría que engañarlo con lo que hiciese falta para
ganar ese tiempo antes de que lo sustituyesen... definitivamente.
Cuando Jones hubo
abandonado el bar y se hubo adentrado en la noche, Albrecth se puso e pie y le
indicó a Brady que le acompañase. Era hora de que conociese el lado oculto de
Berlín Este.
Brady se puso en pie y
siguió a Albrecht hacia la puerta. Todo había salido según lo previsto, tenía
las armas para desestabilizar Gran Bretaña y la posición privilegiada para
defender la Patria. Porque para Tovarich Igor Anayev, todo siempre había sido
por política: por la única que importaba, el avance de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas. Era joven, si, pero jugaba mejor que el alemán y había
engañado durante meses a los irlandeses para que creyesen que era uno de ellos.
Bailaba mejor que el americano, consiguiendo que creyese que era estúpido y
manipulable.
Pero un agente del KGB
raramente es ni lo uno ni lo otro, un agente del KGB sólo es un espejo donde
ves lo que quieres ver y tras el cual sólo hay humo en el viento.
Costán Sequeiros Bruna
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