domingo, 30 de noviembre de 2014

Correos

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Práctica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista

Sharona

Sharona miraba de reojo los bancos que había un poco detrás suya mientras se rascaba una pierna con la otra. Llevaba mas de tres cuartos de hora de pie y empezaba a estar cansada. Quizá toda la gente que había estado en la cola antes que ella se habían ido por la misma razón, pero desde luego ella no iba a ser la que dejase sitio a la siguiente.
Tal y como Sharona lo veía el que la mujer que estaba en el mostrador llevase todo el tiempo hablando y bloqueando a los demás el que pudiesen mandar sus cartas, o recibir un paquete como era su caso, no le importaba demasiado. Después de todo tres personas se habían marchado ya de la fila, por lo que iba a tardar exactamente lo mismo. Lo único que le molestaba era el tener que permanecer de pie detrás de la linea blanca, como si fuese una carrera de atletismo, miró de nuevo hacia atrás un segundo para mirar al adolescente que estaba sentado tranquilamente con los cascos conectados a su movil, que no había dejado de mirar. El muy vago llevaba sentado ahí tan tranquilo, sin ofrecer a que otro se siente, mantenía las piernas completamente abiertas ocupando al menos dos huecos en el banco. Si fuera Randy, su hijo, le habría dado ya una colleja de campeonato.
Suspiró otra vez, la mujer del mostrador parecía que aún tenía algunas cosas que hacer. Sharona no acababa de entender como era posible que se estuviese dando tantas vueltas y complicándolo todo tanto. Cuando iba a una tienda sabía siempre lo que quería, si tardaba mas de quince minutos en un mostrador era que algo estaba saliendo realmente mal, por ejemplo cuando la chica de la compañía telefónica no dejaba de enseñarle modelos alienígenas en lugar de sacar el que ella había visto en el catálogo. Y aún así estaba segura que no tardó tanto como la señora, claro que la vendedora de la tienda seguro que iba a comisión y no como el funcionario de correos al que todo le daba lo mismo. El iba a ganar lo mismo hiciese lo que hiciese. Era un trabajo sencillo, estar sentado y dar cosas. No como ella que se pasaba los días de hospital en hospital con el maletín, buscando en las consultas o esprando en las cafeterías. Debería haber estudiado unas oposiciones, con lo que tardaba en las consultas podría haber estudiado unas… lo bueno de las consultas es que tenían asientos… no como correos.


Natalie

-El asunto era sencillo, necesito recibir cinco paquetes uno de ellos está certificado, dos han sido por correo en avión y otro ha sido enviado por correo certificado y urgente y el último no tiene nada especial, pero cuando lo reciba lo tengo que reenviar. Por otro lado tengo que  enviar tres cartas y dos paquetes, sin contar el paquete que tendré que volver a enviar, por cierto uno de los paquetes que tengo que recibir no tengo el resguardo, pero si que he traído el DNI, que me lo piden de todas maneras y ya me ha pasado antes, aunque se tarda un poco mas. De los paquetes que tenía que recibir el primero era de su tía Jane, Jane vivía en Toledo (Ohio) y le había mandado un único paquete que eran en realidad dos, porque se trataba de una raqueta con un bote con las pelotas, las dos cosas estaban envueltas y unidas por cinta americana (que en Ohio se llamaba únicamente cinta), así que aunque en el resguardo indicaba que había un único paquete en realidad eran dos unidos por cinta. Si no aparecía el paquete con las pelotas de tenis se enfadaría y pondría una reclamación, que ya le habían perdido una vez un paquete hacía tres meses cuando su sobrina de Ohio le había enviado un robotito de juguete y no habían aparecido las pilas, en el embalaje del robot estaba muy claro “Pilas incluidas” y ese era un paquete que no había sido enviado por correo ordinario, sino que estaba certificado.-
Natalie tomó aire para continuar hablanddo con el antipático cartero.
-El correo certificado era la mejor manera de mandar un paquete, uno de los paquetes que había recibido contenía bombones y como el correo certificado era tan bueno ni siquiera se habrían derretido. Pero no me refiero a uno de los paquetes que he recibido, sino a un paquete que recibí hace tiempo, era de Anne que vivía en Toledo (España) antes de que estuviera prohibido mandar comida por correo. Lo que me recuerda que este otro paquete…- Dijo moviendo uno de los papeles que había dejado encima de la mesa y arrastrándolo de un lado de la pila “Papeles que he sacado al azar del bolso” al de “Resguardos” -… viene certíficado, así que espero que no tenga ni un solo arañazo, no se lo que puede ser porque mi amigo Jan le gusta enviar cosas curiosas y raras para darme sorpresas, es que estuvo un poco enamorado de mi hace muchos años y aún sigue siendo un poco zalamero, yo creo que aunque está en Zamora sigue estando un poco demasiado enamorado.- Natalie miró un segundo el recibo y lo volvió a mover con el dedo arrastrandolo por los diferentes grupitos de papeles que había ido formando en el mostrador. –Perdone, pero acabo de darme cuenta que ese recibo no era de Jan en Zamora, sino que es de cuando el vivía en la calle Zarazamora… mientras miró donde esta el resguardo de Jan ¿Puede enviar el paquete para Jane? Es este que tengo aquí, tenía unos sellos en casa que compré hace unos años, así que no se si es lo que costará, así que si me lo pesa puedo pagarle el resto de lo que falte en efectivo, siempre que no tenga mas sellos de los necesarios, porque entonces lo que podemos hacer es poner el mínimo de sellos en el paquete para Jane y pago esa parte en efectivo y los sellos que me sobren los ponemos en el paquete para Natalie, que es mi hija, a ella le tendré que mandar el paquete certificado, que es el paquete que tengo que recibir que era urgente y estaba certificado y luego yo lo reenviare sin lo de urgente, pero también lo tengo que certificar, porque una vez Anne le mandó a Natalie un paquete y como no estaba certificado al final se perdió y eso que fuimos antes de los siete días. Por eso he venido antes de los siete días para el paquete de Jane, ya le he dicho que tengo el DNI…-

Adrian

Si me levanto de la silla y le golpeo quizá se calle. Pero tengo que golpearla con algo que pese mucho para que muera de un único golpe y no me puedan acusar de ensañamiento. Podría usar uno de los bloques de metal que usamos de sujeta-papeles, pero no está lo suficientemente cerca para que lo pueda coger, saltar y golpearla, por lo que no podré decirle al juez que fue un impulso. Bueno, puedo fingir que necesito el bloque de metal para cualquier cosa y dejarlo a mano y dentro de diez minutos, si continúa hablando y hablando, le atizo con el pedazo de metal. Debería empezar a demostrar alguna clase de Tic, para que los testigos puedan decir que mis nervios estaban resintiéndose. No creo que ninguno de ellos me pueda recriminar realmente si la mato, quizá el chico de ahí lo está grabando con el móvil y algún psicologo puede testificar que mi rección fue la esperada. Si un psicólogo dice que es porque estaba mal quizá no vaya a la carcel, un manicómio no estaría tampoco nada mal y con buena conducta en nada vuelvo a casa en… ¿Cuánto? ¿dos años? Si es una jueza y uso mi sonrisa picarona y, teniendo en cuenta que es mi primer crimen puede que sea incluso menos.
 -Claro señora, espere un momento que busco un sujeta papeles para que no se le muevan los tickets que no sirven.-
 Otro cuarto de hora… otro y ya la golpeo si que si.


Jarl

Uranio-235

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Práctica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista

Primera parte.

Como un heraldo de estaño, la campana de la puerta anunció el retorno del hijo prójimo en una época tan similar al fin de los tiempos como era la Segunda Guerra Mundial. Una lluvia intensa golpeaba el tejado de la casa de Neils Bohr en Copenhague aquella noche del año 1941. No había nadie en la calle en aquel momento, como tampoco la había habido en toda la tarde, ni a lo largo de muchas otras tardes durante aquel último año, y solo un hombre se había atrevido a cruzarla a esas horas, montado en un coche del ejército alemán.

Margrethe se apresuró a asomarse por una de las ventanas de la casa, recelosa de las visitas inesperadas a esas horas de la noche; cada mes que pasaba la tensión iba aumentando poco a poco en Dinamarca desde la capitulación del gobierno del país ante Hitler, y aunque las cosas no iban en principio tan mal como en otros países, sabía que algún día sería el ejército alemán el que llamase a su puerta. Cuando vio aquel coche parado frente a su casa, su corazón se detuvo durante un instante, dejándola completamente inmóvil. Neils, su marido esperaba en el salón, fingiendo cierta tranquilidad tras una hoja de periódico, como hacía todas las tardes.

-¿Quién es, Margrethe?-la preguntó, pero ella no respondió, y se dirigió a la puerta para abrir al recién llegado.

Era un hombre, solo un hombre, tapado por una gabardina y un sombrero completamente empapados, con las manos en los bolsillos, resoplando por el frío. Al principio no le reconoció, y su presencia la causó un profundo miedo. No vestía de militar, lo cual era extraño, viniendo en un coche del ejército, por lo que quizá fuese un agente del gobierno alemán, lo que sería casi peor que si fuese realmente del ejército. El hombre no la dijo nada mientras le miraba fijamente, y finalmente cayó en la cuenta de quién era.

Un rostro familiar, un fantasma del pasado que lejos de quedar atrás había traicionado su confianza y su recuerdo.

-¿Qué haces tú aquí?-preguntó Margrethe, fría como un témpano por fuera, pero ansiando que aquella indeseada visita se fuese de aquel lugar tan rápido como fuese posible.

-Vengo a ver a tu marido, Margrethe.-dijo él con igual frialdad, mirándola directamente a los ojos con determinación.-¿Puedo pasar?

<<No.>>

-Sí, pasa.-dijo ella abriéndole la puerta del todo.

Heisemberg entró, y fue directamente al salón guiado por Margrethe, que esperaba que su marido actuase con más calma que la que estaba demostrando ella, pero no fue así. Bohr se levantó sobresaltado ante aquella sorpresa tan desagradable.

-Tú no tienes que estar aquí.-dijo con enfado, dejando caer el periódico al suelo.

-Sabías que vendría.-respondió Heisenberg, mostrando también cierta tensión.

Magrethe se resignó, sabía que no podría hacer nada en aquel momento.

-¿Café?


Segunda parte.


Werner Heisenberg había pecado de osadía cuando aceptó trabajar como cerebro del ejército alemán en uno de los proyectos más importantes en el desarrollo de la técnica, y él lo sabía perfectamente. En un alarde de egolatría, había creído que podría construir él solo algo que ni siquiera todos los científicos que trabajaban en aquel momento para los americanos habían conseguido por el momento: la construcción de la bomba de fisión nuclear, el arma definitiva que señalaría quién ganaría la guerra y quién sería arrasado por completo. La decisión no había sido fácil, y sabía que si llegaba a conquistar su objetivo, el mundo no volvería a ser el mismo, y Hitler la utilizaría para arrasar y conquistar tanto como quisiera sin que nadie pudiese pararle, pero, ¿y si no lo conseguía? Si fallaba, y el ejército aliado entraba en Alemania, sería ésta la arrasada por completo, y si bien la primera opción le resultaba terrible, la segunda le parecía más terrible aún. En el último siglo, Alemania había perdido ya una terrible guerra, y cualquier muestra de orgullo había sido reprimida con dureza.

Se sentó, aún inquieto, en la butaca que su antiguo maestro le ofrecía, dejando a un lado el maletín que traía consigo.

-¿Qué te trae por aquí?-le preguntó un Neils Bohr que trataba de serenarse. Su rostro reflejaba una acumulada preocupación.

-¿No lo intuyes?

-No es una visita formal. Siquiera cuando supe que estabas en Copenhague supuse que vendrías a verme.

Heisenberg se movió en la butaca nervioso.

-Necesito tu ayuda, Neils.-confesó.

Bohr le miró fijamente sin decir nada durante un rato, cómo si tratase de estudiarle desde el sofá que tenía enfrente, con expresión severa.

-¿Ayuda?¿Para quién?¿Para ti o para Hitler?-preguntó al fin.

-Para Europa, para Alemania. Todo el mundo se ha vuelto en nuestra contra, otra vez.

-Alemania se ha convertido en un monstruo.-dijo Bohr alzando la voz.-Una abominación.

-Es el resto del mundo quién la hizo así. Durante diez años han estado reprimiendo cualquier tipo de iniciativa nacida en Alemania, y robándonos territorios que nos pertenecen por derecho.-respondió Heisenberg con el mismo nerviosismo que su maestro.-¿Soy culpable de querer que las cosas vuelvan a ser como siempre fueron?

-No soy alemán.

-Lo sé.

Un incómodo silencio se produjo en la habitación. Entre los dos reinaba un profundo respeto y una profunda admiración, pero en los últimos años el respeto y la admiración parecían ser cosas no demasiado valiosas. Magrethe entró con una bandeja con dos tazas, y les sirvió a cada uno una taza de café que dejó sobre la mesa que tenían en medio. Ninguno de los dos llegó a probar un sorbo en toda la noche. Nadie dijo nada tampoco en lo que la mujer estuvo allí, ni tampoco en un rato largo después.

-¿Para qué quieres mi ayuda?-preguntó finalmente Bohr tomando la iniciátiva. En ese momento, Heisenberg echó mano de su maletín, en el cual rebuscó entre un montón de folios hasta sacar un montón de bocetos que le pasó a Bohr. Éste los ojeó rápidamente.-¿Qué es esto?

-El nuevo arma de Alemania, una bomba basada en la energía liberada por la fisión del núcleo de átomos de uranio.-anunció Heisenberg, no sin cierto orgullo.

-¡La bomba atómica!-exclamó Bohr.- ¿Es eso?¿Cómo has podido aceptar trabajar en algo tan terrible?

-¡Por Alemania!

-¿Cuándo pensaste que iba a ayudarte en construir algo tan terrible para los nazis, Werner?¿Cuándo?

Heisenberg se puso en pie de golpe, recogiendo los bocetos que su maestro le pasaba con cierta ira.

-Sé que tienes contactos fuera, en Inglaterra y en América. Los necesito, Niels, no puedo construir la bomba yo solo.-exclamó, levantando más la voz que lo que recomendaría la prudencia en aquella situación.-No puedo.

-Nunca te ayudaré en un proyecto como ese, y me aterroriza que vayas a ser tú quién lo lleve a cabo. Fuiste una gran promesa, lo supe desde el día que te conocí. Creí que llevarías la física a lo más alto, no que la utilizarías para convertirte en un genocida.


 Tercera parte:

La preocupación había ido poco a poco haciendo estragos en Bohr desde que comenzó la guerra. Hacía menos de diez años, Copenhague se había convertido en el centro de la nueva ciencia, la física de los cuantos y de los átomos, y allí se habían reunido las mayores mentes para crear uno de los mayores logros del pensamiento, la Interpretación de Copenhague. Ahora era una ciudad sombría y aterrorizada de sufrir un destino como el que sufrieron Austria o Bélgica, y todas aquellas teorías habían sido tachadas de “judaizantes”. Había pensado en escapar, en abandonar aquel país en cuanto le fuese posible, y ya tenía trazado un plan para huir en el caso de que fuese necesario. Pero no quería dejarlo todo atrás, allí estaba todo lo que había construido, y no quería renunciar a ello si no era completamente necesario.

-Los nazis entraron en mi laboratorio.-dijo dejándose caer pesadamente sobre el sofá, recuperando la calma. Gritando solo empeoraría la situación.-No sé qué habrá sido de él, no he vuelto a ir desde entonces. Tuve que escondes la medalla del premio Nobel allí, junto a la de unos amigos, para que no la encontrasen. ¿Sabes qué tuve que hacer? Disolverlas completamente en ácido y dejarlas en botellas sin identificar; quizá algún día pueda recuperarlas, no lo sé, quizá se hayan perdido para siempre.

-Lo lamento profundamente.-dijo Heisenberg sentándose también.

-Eso es la nueva Alemania, Werner. Eso es lo que significa, destruir por destruir. Vete si quieres y destruye todo lo que quieras con tu bomba, pero nunca seré cómplice tuyo, ni de Hitler.

Heisenberg se levantó sin decir nada y guardo todas las hojas que había sacado de nuevo en el maletín, dispuesto a marcharse.

-¿Qué opción me quedaba, Neils?

-La dignidad, Werner, y el amor por nuestro trabajo y nuestra disciplina. Vete, no quiero saber más de ti nunca.

Ambos trataron de mantener las formas, aún conscientes de la severidad de las palabras que intercambiaban. En otro tiempo habían sido casi como un padre y un hijo. Con un gran esfuerzo por mantener la dignidad, Heisenberg habló una última vez.

-¿Qué debo hacer?-preguntó.

-Lo sabes bien.

Abandonó la casa y se montó en el coche que le esperaba a la salida para desaparecer de aquel lugar tan rápido como le fue posible. Las cartas entre el uno y el otro cesaron desde aquel momento, y no volvieron a recuperar el contacto en ningún momento.

La lluvia parecía no tener fin sobre el tejado de la casa de Neils Bohr en Copenhague.

Elllolol

Un hombre sin amada, un capitán sin tesoro y un cuento sin princesa.

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Practica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista

– ¡Más rápido!
Sentí el frío filo del machete apoyarse amenazador contra mi espalda. Avancé por la pasarela hasta que ya no hubo más madera, y contemplé largamente el rugido amenazador de las olas. Estaba decidida a tirarme, pero mis pies no respondían.
– ¡Vamos!
Un humillante gimoteo escapó por mi garganta. ¿Por qué no lo hacía? Al fin y al cabo, sería lo mejor. Tenía que hacerlo antes de que Rick apareciera e intentara salvarme aun a costa de su propia vida.
Eso es lo que hacía siempre.
Miré las olas negras como la pólvora y me convencí a mí misma de que eran las mismas sábanas con que mi doncella me arropaba de pequeña. Me imaginé el aliento salado del mar como la brisa marina que entraba en las noches de verano cuando abría la ventana. Cerré los ojos y me preparé para sumergirme en ese placentero abrazo de la muerte.
Uno de mis pies descalzos ya se aventuraba al vacío, como una pequeña pieza blanca asomando entre la tempestad, cuando una mano se enroscó en mi pelo y me sujetó violentamente.
– Mira a quién tenemos ahí.- murmuró un pirata junto a mi oreja.
La proa de una enorme nave se perfiló entre las brumas lejanas como si se tratara de un fantasma. Hicieron falta apenas unos segundos más para que la bandera con el escudo de mi reino se distinguiera en lo más alto del mástil.
Ya estaban ahí.
Con un grito, intenté zafarme de mi captor, revolviéndome y saltando sobre la pasarela, que osciló. Sin embargo, maniatada como estaba, solo conseguí hacerle perder el equilibrio, y ambos caímos, abrazados. El pirata fue lo suficientemente diestro como para agarrarse a los bordes de la pasarela, antes de que nos resbalásemos y cayésemos al mar. El golpe no lo había atontado, pero...
– ¡Ay! - se quejó.
Aproveché para patalear, buscando su punto débil, pero no acerté a dar ningún golpe consistente. El pirata me llamó ramera y me golpeó en mitad de la frente, estampándome el cráneo contra la pasarela.
Las nubes tormentosas chisporrotearon en cientos de lucecitas blancas que eran solo un producto de mi mente. Sentí que me mareaba y que perdía las fuerzas.
– ¡No tan rápido, debilucha! Te quedarás aquí hasta que tu amorcito pueda verte morir.
Volví la cara, rehuyendo su aliento pestilente, y lloré. Tenía que haberme tirado. Debí haberlo hecho en su momento. Por mi culpa, habría un derramamiento de sangre.
Sí, yo era la princesa de los cuentos a la que siempre tenía que rescatar alguien. La que solo sabía llorar y patalear, la que no tenía fuerzas para levantar un mosquetón, la que no hacía nada para peinarse.
Deseé que la pasarela y mi espalda se rompieran al mismo tiempo. Deseé que el ojo negro de la tormenta que nos sacudía me aplastase con sus huracanes. Deseé que una bala envenenada me atravesara de arriba a abajo, y luego otra vez.
“La próxima vez seré valiente, me lo prometo. Me tiraré.”
***
Oteé en el vendaval y no encontré nada.
– ¡Más rápido, maldita sea!
Agotar a mis hombres no era la solución, y yo lo sabía. Pero mi corazón me decía que Jane debía de estar allí, en alguna parte, y tenía que salvarla.
– ¡Capitán Rick!
Me volví. Ver a mi comodoro tiritando y calado hasta los huesos me removió la conciencia. Descuidé el timón por un momento.
– ¡Es la tormenta, capitán! ¡Está encantada!
Llevábamos casi dos días envueltos en aquellas nubes negras. La humedad había penetrado en aquel cascarón de madera hasta dañar la quilla. La nave, mi nave, el barco que siempre me había sido fiel, tenía los días contados.
Pero no era lo tangible lo único que se podría. El ánimo de mis camaradas estaba tan oscuro como el mismo cielo.
– No caigáis en viejas supersticiones, amigo mío. Mirad más allá.
– ¡Pero si no se ve nada!
Pasé un brazo por sus hombros para frenar sus aspavientos y le señalé el lluvioso horizonte.
– Ahí está.
– No veo nada. - repitió.
La verdad era que yo tampoco. Pero mi voluntad de encontrar a Jane era tan fuerte que ya no sentía ni la misma lluvia. Si estaba empapado, no lo notaba; si el hambre me mordía, yo lo ignoraba.
– Capitán, habéis perdido el juicio.
Entrecerré los ojos, y encontré la silueta del casco de un barco. Era apenas una fina línea entre las brumas, pero ahí estaba. Respiré hondamente para mantener la calma:
– ¿Vos creéis en mí? - pregunté.
– Por supuesto, capitán.
– Y yo creo en vos. ¿Veis algo entre la niebla?
– No, mi señor.
– Pues creo tanto en vos que os pediría que continuarais mirando. Porque creo que, si me brindáis vuestra voluntad, acontecerá un milagro.
– Eso es herejía, capitán.
– ¿No decíais que creíais en mí? Quiero que os quedéis aquí y pongáis todo vuestro empeño en ver algo, amigo. Pongo mi vida en vuestras manos.
– ¡Pero...!
Me volví, riéndome por lo bajo. Las manos me temblaban de emoción; me apunté mentalmente que tenía que cargar el mosquetón de pólvora, y busqué la empuñadura de mi espada con la mirada. Todo estaba preparado para la acción.
Mi paciencia no se vio sometida a más pruebas, porque los bramidos de mi comodoro se elevaron hacia el cielo como el tañido de unas campanas victoriosas.
– ¡ESTÁ AHÍ, MI CAPITÁN! ¡LO HE VISTO! ¡Y LLEVA BANDERA NEGRA!
Sonreí, había recuperado dos cosas: a Jane, y la confianza de mis camaradas.
Giramos el timón a escasos metros de la otra nave, visiblemente más pequeña y correosa. Antes de que las cuerdas comenzaran a volar de un lado a otro pude localizar a mi querida Jane, blanca como un ángel perdido en la tierra, despojada de sus bonitas ropas y en una enagua del mismo color que su piel. Aguardaba de rodillas al borde de la pasarela, maniatada, sujetada por la mano de un pirata que, a su vera, parecía aún más desagradable de ver que de costumbre.
No fuimos los únicos decididos a abordarlos; varios corsarios hundieron sus botas en mi cubierta, pero yo les ignoré. Me lancé sin dudar contra la oscuridad de aquella tormenta eterna, y rodé para frenar el impacto.
Nunca había sido lento de reflejos. Me levanté de un salto y corté con mi espada de lado a lado al primer pirata que osó echárseme encima. Di una vuelta sobre mí mismo para estudiar el panorama y decidí que lo más rápido sería avanzar hacia Jane. No parecía que aquella tripulación conociera ninguna estrategia defensiva, y el caos se había adueñado de la cubierta. Mis hombres eran diestros con las armas, así que presagié pocas bajas, y me dispuse a desentenderme y a escurrirme entre la multitud.
Llegué al otro lado de la cubierta sin muchos contratiempos. El corsario que sujetaba a Jane, estaba demasiado ocupado defendiéndose de uno de mis camaradas con la mano que tenía libre, y pronto tuvo que rendirse y soltarla. Mi princesa, sin embargo, no se movió. Su mirada estaba muerta, perdida en el suelo, y sus brazos descansaban tan inertes como los grilletes que los inmovilizaban.
– ¡Jane!
El fantasma de una débil sonrisa bailó por sus labios. Me miró, pero sus ojos estaban vacíos.
– ¡Princesa, he venido a salvaros!
Por fin pareció reaccionar, levantándose a duras penas. Extendí una mano hacia ella, una mano que emergía desde el caos sangriento de la batalla, desde la tormenta oscura, una mano que era todo luz y esperanza.
Pero ella no me correspondió.
– No, Rick. Esta vez no.
Jane sacudió la cabeza, como hablando consigo misma, y se dispuso a cruzar la pasarela.
– ¡NO! - aullé como un lobo herido.
Sus pálidos pies se pusieron de puntillas a los bordes de la muerte, se giró sin perder el equilibrio, y de espaldas al océano se despidió:
– Esta vez, nadie morirá por la princesa, salvo la princesa.
Su grácil figura blanca se precipitó hacia atrás y se perdió. El mar no hizo ruido alguno al engullirla entre sus fauces. Ningún círculo de espuma señaló, siquiera efímeramente, el lugar de su lápida de olas.
Elevé la vista hacia mis camaradas. La lucha había terminado. Todos los corsarios estaban muertos o apresados. Me lo había perdido todo. Había sido muy breve.
Era un hombre sin amada, un capitán sin tesoro, un cuento sin princesa.
***
Miré mi reloj digital. Eran las seis de la mañana; pronto sonaría el despertador. Cerré el libro que me había costado toda una noche de descanso y pensé:
“Menuda mierda de historia”
Tenía que reconocerlo, al principio me había intrigado un poco. Había querido saber qué pasaba con Rick y Jane. Me había convertido en el testigo silencioso de su historia.
Sonó el despertador y me levanté.
Me lavé la cara y me miré en el espejo del lavabo. Menudas pintas. Entre las ojeras, las espinillas y la gomina, parecía un violador.
Cogí la mochila y dejé el piso antes de que mi madre se levantara, en bata y con los rulos puestos, para recordarme que no había desayunado.
De camino al instituto, localicé a Sara. Hoy, se había puesto falda.
– Ey, cómo vas.
– Que te den.
Me lanzó una mirada de desprecio y apretó el paso. Mierda. Por lo menos, nadie había visto cómo me daban calabazas. Salvo una señora marroquí con velo, que aprovechaba para hurgar en la basura antes de que la ciudad despertara.
Esperé a que sonara el timbre fumándome un cigarro en la entrada. Todavía me sentía algo alelado por los porritos que habían caído el fin de semana, pero seguía con ganas de dar caladas a algo.
Mi hermana pequeña llegó justo cuando sonaba el timbre. Estaba en primero de la ESO y llevaba una mochila de Violeta, la nueva estrella de Disney Channel. No quería salir con ella de casa porque me daba vergüenza ajena.
– Estás fumando.- me dijo.
– ¡¿No me digas?!
Recorrí con una mirada burlona sus coletitas.
– Se lo voy a decir a mamá.
– Haz lo que quieras, mocosa.
Su cara rechoncha amenazó con derramar algunos lagrimones. Una punzada de arrepentimiento me traspasó el estómago vacío y me decidí a decirle algo, pero ya se había marchado.
Tiré la colilla al suelo y entré, pensando en comprarle alguna chuche o algo en el camino de vuelta. Si es que tenía dinero conmigo. Llevaba sin revisar la mochila varias semanas.
La profesora de lengua y literatura me sonrió al repartir los exámenes.
– Vaya, has venido.
Se escuchó una risa general de pupitre a pupitre.
– Le hice caso, señorita.
Sí, yo trataba a mi profesora de usted. Y le llamaba señorita. Se lo merecía, era joven y bonita y no me miraba con asco, como los demás profesores. Aunque yo solo llevara un cuaderno y un boli mordisqueado, me preguntaba por los ejercicios del libro como si los hubiera hecho de verdad. No me confundía con la pared, para ella seguía existiendo.
Mis amigos decían que se la querían follar y cosas así. Yo también era del tipo de chicos que hacía esas bromas, pero no sobre ella. Aunque sea una mariconada, era una de esas mujeres a las que uno no se tira, sino que hace el amor. Pero claro, esto no lo iba a decir en voz alta. Ni en mi mente. Tenía que mantener un estatus.
– Cincuenta minutos. - anunció.
Se sentó en su sitio, hondeando su melena negra con su habitual sonrisa de serena felicidad.
Suspiré y me decidí a terminar de cumplir con lo que me había pedido, hablando a solas ensu despacho.
-¿El libro tiene un final abierto o cerrado?¿Por qué?
Garabateé:
Cerrado.
-¿Dirías que los personajes son planos o redondos? Justifica tu respuesta.
Cambian porque uno no se espera lo que va a pasar.
Dejé el boli, asqueado por mi propia respuesta. Ir a ese examen, como a todos los demás, había sido un error.
–¿Dividirías el libro en partes? ¿con qué criterio?
– ¿Crees que se trata de una narración convencional? ¿dentro de qué género lo incluirías?
Al fin encontré una pregunta que responder.
– Haz una breve crítica personal de la historia (15 líneas) NO VALE RESUMEN.
Me ha parecido una mierda.
Me crucé de brazos y me puse a mirar por la ventana la media hora restante. Estaba tan ensimismado que no escuché el timbre, y la profesora vino a recogerme los papeles. Como ya no quedaba casi nadie, hojeó mis respuestas y frunció el ceño.
Pensé que iba a reprocharme el no haber hecho nada, pero no fue así.
– ¿No has leído el libro, verdad, Pablo?
– Sí, señorita, lo leí anoche. Yo no le mentiría.
La profesora sonrió. Qué mona era.
– Te creo. ¿Y por qué no te ha gustado?
Chasqué la lengua, y se apoderó de mí una súbita vergüenza. Notaba las orejas coloradas.
– Pues, em... No sé, todo el rollo de la princesa y tal, te deja mal, y al final no sirve para nada.
– ¿Cómo que no sirve para nada?
– Me refiero a que acaba mal, Rick va a salvarla y al final te deja mal.
– ¿Te puso triste?
– Bueno... Un poco, señorita.
– Pero eso es que te gustó. - sonrió.
– No, yo quería que acabase mejor.
– Pero la vida es así, Pablo.- se encogió de hombros.- No todo puede acabar bien.
Ya se estaba volviendo, cuando mi respuesta la sorprendió:
– Pero por eso es un libro, señorita. Debería acabar bien, porque no es de verdad.
Me miró con compasión. Me sentí como si acabara de contarla un secreto muy profundo. Incómodo y avergonzado, me levanté y cogí la mochila.
– A partir de ahora, te recomendaré historias con final feliz, pues.- me dijo.
– Vale, señorita. Las leeré.
Cinco horas después, mi hermanita me esperaba en el mismo sitio donde me había visto fumar.
– Tengo que volver contigo.- me dijo.
– ¿Por?
– Mis amigas se han ido sin mí.
Miré a mi pequeña, con su barriguita de niña aún tensa bajo la camiseta, las ridículas coletas, sus redondos mofletes. No me extrañaba que fuera el hazmerreír de su clase. A su edad, la mayoría de las niñas ya habían aprendido a ponerse pantis en vez de pantalones para marcar la raja del culo, y salían a dar voces y provocar a los mayores hasta más de las doce.
Cogí el paraguas que agarraba torpemente con una mano y lo abrí por encima de nosotros.
– No llueve. - me dijo, con retintín.
– ¿No es más bonito caminar así?
– La gente nos está mirando.
De camino, paramos en una tienda de golosinas y pude comprarle una bolsa de chuches para intentar que se olvidara del desaire que le acababan de hacer.
Salí a la calle, donde ella esperaba, alzando la pequeña bolsa multicolor.
– Princesa, he venido a salvaros.
– ¿Pero qué dices?


Que la vida es un hombre sin amada, un capitán sin tesoro, un cuento sin princesa. Pero ella aún no lo sabía, y esperaba que nunca llegara a saberlo.

Julia Concepción Gutiérrez,

jueves, 27 de noviembre de 2014

Práctica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista

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Práctica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista

Nyrox;

Nyrox miró a su alrededor con expresión distraída. La sala, pese a estar situada en un edificio ruinoso que habían conseguido mantener en pie gracias al duro trabajo de los colonos, estaba decorada con el exquisito gusto que caracterizaba a los nargas. En un lado había unos sofás color carmesí con incrustaciones en piedra y plumas de color turquesa, azul metálico y verde esmeralda. Junto a este habían colocado una mesita con una lámpara que irradiaba una luz pálida y brillante que hacía resplandecer las gemas. Hizo una mueca y estrechó los párpados. La luz le cegaba, era demasiado intensa para sus ojos de depredador nocturno.

En una de las paredes había un grandioso tapiz que representaba una escena festiva donde varios nargas, ataviados con sus típicos ropajes vaporosos, disfrutaban de una grandiosa merendola bajo el abrazo de unos frondosos árboles. Nyrox no había estado nunca en Erchelon, el planeta natal de los nargas, pero había oído historias sobre él y no le costó imaginar que tenía que ser una representación de algún tipo de festividad típica de allí. Junto a la otra pared había un enorme escritorio que apenas le permitía ver la plumosa cresta de la narga que, en esos momentos, tecleaba furiosamente algo en su ordenador. Como todo en aquel lugar, el escritorio estaba construido en vivos colores y tenía varias franjas de luces que destacaba entre las incrustaciones de gemas. Justo detrás de este, una amplia vitrina tenía expuestas antiguas reliquias. Tenía gracia, pensó con una mueca, eran poco más que vasijas terrosas, feas piezas de vajillas, algunos dispositivos electrónicos que hacía demasiado que habían dejado de funcionar, y sin embargo se cotizaban más que la gema más extraordinaria.

Nyrox se acercó a la vitrina y cotilleó un extraño artilugio que parecía ser algún tipo de comunicador muy antiguo o quizás algún dispositivo de transporte de datos. Realmente no era más que una fina pantalla negra y una carcasa deteriorada por el paso del tiempo. Los habitantes de aquel planeta muerto habían sido tecnológicamente lo suficiente avanzados como para disponer de aparatos como aquel, pero no lo suficiente como para escapar y sobrevivir. Ahora eran ellos los que habían quedado atrapados allí, tras el colapso del portal de salto durante la traición de la flota tharunay. Se permitió sonreír. Su desgracia era su éxito. Nyrox se había hecho un nombre como ladrón de reliquias antiguas y, cuando restaurasen el portal, regresaría a Indara, su planeta, siendo un hombre rico.

“Por favor, no toques los cristales. Están limpios.” dijo la mujer narga con su habitual y monótona voz.

Con un gesto de aboluta indiferencia, Nyrox se apartó de las vitrinas y paseó nuevamente por la sala. No se preguntó por qué Thranaxath, el ministro jefe del ministerio de estudios arqueológicos, le había convocado. Sólo había una razón por la cual un hombre de su talla se dignaría a hablar con un tharunay como él. Lo que le embargó fue la emoción que precedía siempre a recibir las instrucciones de un contrato, el hecho de no saber qué sería lo que tendría que robar y donde. Nyrox era un traficante de reliquias, el mejor de todos los que habían quedado atrapados en aquella miserable piedra perdida en un remoto y extinto sistema solar. Lo que le gustaría saber era qué podría querer Thranaxath. No sería algo común, sería algo muy especial. Lo intuía y, esa certeza, hizo que se le erizase el pálido pelaje que cubría su espalda.

“Sí, señor ministro.” la voz de la secretaria resonó en el silencio y le llamó la atención. “Puede pasar.”

Nyrox hizo un seco asentimiento y entró por unas grandes puertas al interior de la sala contigua. Tan profusamente decorada como la anterior, Nyrox se fijó en el narga que había sentado sobre una cómoda silla al otro lado del escritorio. Era un hombre regio que destilaba autoridad por cada una de sus iridiscentes plumas azules y rojas. Sus pequeños cuernecitos estaban decorados con unas cadenas de plata con piedras engarzadas, así como sus muñecas, sus dedos y su cuello. Las vaporosas prendas dejaban a la vista los vivos colores del plumaje de su pecho.

“Nyrox.” el narga hizo un seco asentimiento. “No nos andemos con rodeos. No es mi estilo y tampoco el tuyo.” se inclinó sobre la mesa y le miró fijamente con aquellos ojos verdes cuya pupila era una simple y fina linea. “Tengo muy buenas referencias sobre tu trabajo. Algunos colegas no están satisfechos con el hecho de que les hayas robado en sus propias casas, pero admiran tu maestría.”

“Se hace lo que se puede, señor ministro.” Nyrox esbozó una sonrisa sibilina dejando a la vista sus colmillos.

“Desde luego. Pero esta vez no se trata de un robo, al menos no directamente.” el narga se levantó y caminó por el despacho, sacudiendo su plumosa cola de lado a lado. “Un equipo de arqueólogos bajo mi mando va a hacer una expedición a las montañas. Quieren investigar más a fondo sobre la civilización que habitaba este planeta y encontrar la baliza de donde salió la señal que recibimos hace varios meses. Las especiales circunstancias tras la traición de la flota tharunay han pospuesto esta expedición pero, seré franco, la situación empieza a ser desesperada. Nuestras provisiones se agotan y esa baliza es lo único que podría sacarnos de aquí.” se detuvo frente a una ventana que daba a la ciudad, poco menos que un erial desértico donde la ley había colapsado, sustituida por la supervivencia del más fuerte.

“No soy un arqueólogo.”

“Estoy al tanto.” le miró con una expresión extraña, los nargas no tenían sentimientos y eso hacía que relacionarse con ellos fuese inquietante. “Una piloto tharunay escapó cuando se capturó y ejecutó a la flota rebelde. Busca la baliza. Necesito que tú la consigas antes que ella y que me la traigas. A nuestro regreso a Erchelon te pagaré generosamente por tus servicios.”

Nyrox sonrió y la excitación de la incertidumbre fue sustituida por la expectativa del premio.

“Eso puedo hacerlo.”



















Xanieth;

“¡El sitio es absolutamente fascinante!” dijo Xanieth, observando maravillada la inmensa caverna en la cual se habían metido. “Vosotros, quiero que hagáis una catalogación de todo lo que se encuentre en esta sala. Los demás, seguidme, quiero mapear todo el complejo.” dijo con voz autoritaria.

Un pequeño grupo de nargas asintieron y se pusieron manos a la obra. Xanieth guió al resto del grupo a través de la enorme entrada. Los esclavos tharunay cargaban con el pesado material mientras que los científicos se afanaban en investigar el lugar. Habían seguido el pulso de la baliza pero un desprendimiento de rocas dificultó que encontrasen el acceso. Tuvieron que escurrirse con todo el equipo a través de un entramado de estrechas cuevas y galerías. Afortunadamente habían llevado consigo un grupo de espeleólogos que habían pasado los últimos meses estudiando la orografía del planeta. Cuando llegaron frente a dos sólidas puertas de hierro retorcido y oxidado, que parecían haber sido destruídas por una detonación, Xanieth supo que habían encontrado el lugar..

Lo que vieron al otro lado los había dejado sin habla. Xanieth esperaba descubrir algún complejo militar o algo por el estilo, sin embargo, fue mucho más. Era una ciudad, una auténtica ciudad subterránea, una caverna inmensa de altísimos techos en cuyas paredes, cuidadosamente labradas, había una infinidad de puertas y ventanas de cristal que daban acceso a viviendas, tiendas, escuelas y hasta hospitales. La mayoría de los cristales yacían rotos en el suelo, sobre los cuerpos maravillosamente preservados de los antiguos habitantes. Xanieth se agachó junto a uno de los cuerpos y lo examinó. Este se encontraba retorcido, con las manos aferradas a un pecho cubierto con sangre reseca y el rostro congelado en una expresión de dolor y miedo.

“Son unos seres fascinantes. No tienen pelo, ni plumas, salvo en la cabeza, y parece que cuidaban su apariencia. Mirad, en este aún quedan pigmentos de pintura en su piel.” hizo un gesto con la mano por encima del cuerpo, pero no lo tocó, no quería estropearlo. “Pensad en todo lo que nos puede contar esta gente sobre nuestro propio origen y existencia. Una civilización extinta es una oportunidad única para investigar sobre nuestro destino como especie.” explicó a su equipo.

Los nargas no eran idiotas. Eran conscientes de que toda civilización y especie nace, se desarrolla y termina desapareciendo. Lo asumían como algo natural e inherente a su existencia y no luchaban por evitar el justo colapso de su propia civilización. Buscar la inmortalidad como especie era una fantasía absurda sólo apta para seres inferiores, como los inocentes tharunay.

“No resulta un futuro muy halagüeño.” dijo Nyrox encogiéndose de hombros.

“Para las especies emocionales, quizás no.” Xanieth se levantó y siguió avanzando. “Para nosotros es el lógico curso de la existencia. ¿Qué ocurriría si desapareciésemos los narga, o los tharunay?” le preguntó.

“Se perderían muchas cosas.” dijo Nyrox.

“No se perdería nada. Al univerno no le importa tu existencia. El paso circunstancial de civilizaciones por el mismo sólo afecta a las civilizaciones en sí. Una vez extintas, su relevancia desaparece y el universo sigue su curso. Estés o no aquí, esa pequeña enana blanca seguirá siendo una enana blanca, y esta roca muerta seguirá siendo una roca muerta. El espacio tiempo sigue su curso.” dijo.

“¡Directora! ¡Directora!” un narga se acercó corriendo hacia ella. En sus manos llevaba un aparato, una espece de contador geiger. “La señal de la baliza es más fuerte aquí pero he detectado el lugar exacto de donde proviene. Es por aquel pasillo.”

“¡Vayamos a investigar!” exclamó Nyrox.

“Gracias. Lleva un equipo a ese lugar, que los esclavos empiecen a colocar el material lo más cerca posible de la fuente. Mucho cuidado, podríamos encontrarnos con material muy delicado.” Xanieth le hizo un gesto de deferencia al joven. “Todo a su tiempo, Nyrox. Primero tenemos que mapear el complejo y clasificarlo todo. Luego iremos adentrándonos en los pasillos.”

El tharunay arrugó el labio y dejó a la vista sus colmillos, emitiendo una especie de extraño siseo. Xanieth lo reconoció como una muestra de hastío en los tharunay, pero ella se limitó a ignorarlo. Las cosas se tenían que hacer siguiendo un orden lógico, no dejándose llevar por los impulsos emocionales que podían inducir a error. De un bolsillo sacó un transportador de datos y lo encendió, activando la cámara. Hizo un barrido lento y pausado del entorno, grabando todo lo que se encontraba y deteniéndose cada poco para hacer alguna anotación.

“Bitácora nº 23. Hemos conseguido entrar al complejo. Esperábamos encontrarnos con una base militar pero esto es mucho más interesante. A falta de más datos y por las primeras pruebas que hemos podido encontrar, es posible que ante el colapso de la estrella la civilización hubiese optado por construir un refugio subterráneo para aprovechar la energía geotérmica del planeta. Los científicos del ministerio de geología afirman que el planeta lleva miles de años extinto, así que esta caverna ha preservado en excelente estado de conservación lo poco que aún queda de la civilización.” apuntó a los cuerpos. “Las muertes han sido violentas. No es descabellada la hipótesis  de que, quienes se quedaron fuera del refugio, intentasen entrar por la fuerza. Aún queda mucho por...”

“¡MALDITA SEA!” gritó Nyrox a sus espaldas.

“Señor, esa actitud cuando se está efectuando una investigación de...” dijo Xanieth volviéndose hacia el tharunay.

Justo en ese momento vio como Nyrox salía corriendo detrás de una esclava tharunay. La mujer llevaba algo en las manos. Algo que parecía brillar levemente. La baliza.


















Kalyan;

El narga guió al equipo de esclavos en dirección a una torre que se erguía en la parte trasera de la sala. El científico mantenía la mirada fija en su dispositivo electrónico, el cual no dejaba de emitir chirridos. Era exáctamente el mismo sonido que detectó el ejército, una señal de socorro. Por el final que había tenido la civilización, a Kalyan no le costó imaginarse que debían haber estado muy desesperados para hacer una llamada a ciegas sin saber si sería hostil o amistoso lo que fuese que acudiese en su ayuda. Aparentemente, nadie llegó a tiempo de salvarlos.

“Dejad aquí el equipo. Con cuidado, es material muy delicado.”

Kalyan bajó el enorme arcón que cargaba junto a otros tres tharunay y estiró los hombros a la vez que miraba a su alrededor. Era una torre estrecha, llena de dispositivos electrónicos, cables y otros artilugios que le parecieron muy antiguos, como una tecnología primitiva. Una escalera de piedra se perdía en las alturas, seguramente hacia una antena parabólica. No se permitió mucho tiempo para distraerse, sus ojos volaron discretamente hacia el aparato electrónico que el narga llevaba en las manos. La señal era más aguda cuando señalaba a un punto que había al otro lado de una puerta entreabierta, a través de la cual se apreciaba un leve resplandor azulado. Los cables que llevaban a la antena iban hacia allí. La fuente de la energía. La baliza.

En cuanto el narga dejó de prestar atención a su aparato y comenzó a estudiar el equipo para asegurarse de que se encontraba en buen estado, Kalyan aprovechó para escurrirse por detrás del resto de esclavos, demasiado cansados y anulados por meses de maltratos como para interesarse por nada. Tras la supuesta traición de los suyos, los nargas habían arremetido contra los tharunay y los que no habían muerto habían sido esclavizados. Ella no se lo creía. Pilotaba una de las naves, un acorazado clase Supernova, cuando la flota atacó y destruyó el portal. Por unos minutos había perido el control de su nave, la Gamma Ray, aunque consiguió recuperarla a fuerza de voluntad para, posteriormente, aterrizarla y salvar a su tripulación. Luego tuvieron que ocultarse. Algo había pasado aquel día y estaba dispuesta a averiguarlo.

Era su oportunidad, no tendría otra mejor. Silenciosamente, se escurrió en el interior de la sala. Nadie se dio cuenta, un esclavo era invisible. El resplandor azulado era más intenso allí y Kalyan tuvo que estrechar los ojos para protegerlos. Allí estaba, pulsando suavemente, la baliza que le permitiría regresar a casa y descubrir por qué algo había hackeado los controles de la flota tharunay para que pareciese como si se hubiesen vuelto contra ellos. No perdió el tiempo, no podía. De un rápido movimiento cogió la baliza, una especie de cápsula del tamaño de una cacerola, y corrió. Pesaba poco, menos de lo que esperaba, cosa que agradeció.

“¡MALDITA SEA!” escuchó un grito en notable acento tharunay. Nyrox, el ladrón.

Kalyan atravesó rápidamente el complejo y se escurrió a través de los túneles. A sus espaldas podía escuchar los pasos apresurados de Nyrox que iban detrás de ella, así que volcó una piedra suelta para ganar algo de tiempo. Debió funcionar, ya que oyó una maldición y una caída y el golpeteo de los pasos desapareció por un momento. Eso le dio el tiempo necesario para poder salir de la sinuosa caverna. Poco antes de salir al exterior se cubrió con la capucha para protegerse del gélido frío que dominaba aquel planeta, iluminado por una tenue y lejana enana blanca.

En cuanto se encaramó sobre una de las naves del equipo, una fragata de clase Cometa, cerró tras ella. No dejó que los furiosos gritos en la carrocería, ni los furiosos gritos, la intimidasen. Jadeando, fue hasta el soporte de posicionamiento GPS e hizo un apaño para poder conectar las dos tecnologías. Rezó a sus dioses por que aquello funcionase, era su única oportunidad. Si el ejército desplegaba una flota, la pequeña Cometa no podría hacer nada. La baliza comenzó a brillar con más fuerza.

Kalyan corrió a la cabina de pilotaje y se abalanzó sobre el asiento. Apenas hubo colocado sus manos sobre los controles, el interfaz arrastró su mente hacia ella de tal forma que dejó de sentir como tharunay y se fundió con el aparato. Percibía los golpes en su casco, la fuerza que se acumulaba en sus motores y el pálpito rítmico de la baliza. La nave despertó de golpe, un fuego azul emergió de sus reactores y, con una sacudida, se levantó y empezó a moverse. Al principio lentamente, demasiado lentamente, pero pronto empezó a ganar fuerza y altitud. Kalyan dirigió a la Cometa, de nombre Fénix, hacia el espacio exterior a una velocidad vertigionsa. La inclinación para salir de la atmórfera era la adecuada, aún así sintió como un breve tirón, como una leve resistencia, antes de romper definitivamente con ella para flotar a través del espacia ingrávido.

Justo en cuanto dejó atrás la influencia gravitatoria del planeta, Kalyan buscó un enlace cuántico para saltar. Estaba sola, pero la estación espacial no se encontraba lejos y el ejército no tardaría en recibir el aviso para movilizarse. Buscó, necesitaba uno que estuviese lo suficientemente cerca para lo que iba a  hacer. La radio de la cometa comenzó a percibir estática, le habían cortado las comunicaciones. Iban a por ella. De repente, a través de la nave fue capaz de ver como, desde la lejana estación espacial, salía al espacio una pequeña flota de fragatas, entre ellas una clase Quassar, la nave de guerra electrónica. Si la alcanzaba, podría impedir que activase la baliza.

“¡Vamos!” le urgió a la Cometa.

La Quassar estaba cada vez más cerca y un grupo de Cometas se aproximaba a toda velocidad. Vio cómo sus cañones se giraban rápidamente para apuntarla. Aún estaban fuera de alcance pero no por mucho.

“¡VAMOS!”

De repente, lo detectó, un enlace cuántico perfecto a no demasiados AUs. Kalyan activó el motor de salto. Las Cometas comenzaron a disparar y sintió un primer y un segundo impacto contra el escudo de la nave. Si seguían disparando con esa frecuencia la nave se desintegraría. De repente, todo se diluyó en un parpadeo y, cuando la realidad la golpeó de nuevo se encontró junto a un grandioso planeta gaseoso rojo. Estaba sola. Perfecto, pensó, y activó la baliza. Momentos después, una grandiosa flota apareció, una flota compuesta de naves oscuras que nadie sabía que existían. Eran un secreto del ejército tharunay, naves que no necesitaban portales para saltar grandes distancias.

“Bienvenida, piloto Lazair.” dijo el piloto de una de las naves, un crucero clase Fusión, al entrar en contacto con su sistema de comunicación.


“Comandante Yazria...” Kalyan suspiró aliviada. Lo había conseguido.

DNH

Humo y Espejos

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Práctica 3; La importancia de los personajes y sus puntos de vista.

Era difícil imaginar que el destino de Occidente dependía de aquella reunión en aquel bar mugroso y perdido. Que el futuro del mundo libre pasaba porque fuese capaz de colar aquel farol, de haber atado todo correctamente. Pero Trevor Williams estaba tranquilo, o todo lo tranquilo que se puede estar en territorio enemigo, en una noche desapacible, con un hostil sentado del otro lado de la mesa y un fanático al lado. Si, muy tranquilo... al menos conseguía que su voz no temblase y sonase firme. Era todo parte del Baile, al fin y al cabo.
Ante él estaba el germano, Wolfram Gundersson, de antepasados nórdicos y actualmente al servicio de la Stasi; era el hombre que iba a aceptar el maletín con dinero que había entre ambos, a cambio de que Aiden Brady cruzase el Muro y se convirtiese en un agente doble: supuestamente un informante para la Stasi convencido de las virtudes de unirse al bloque soviético para avanzar la Causa Irlandesa, mientras que en realidad informaría a los demócratas a través del propio Williams.
-Entonces, cuando Aiden esté a salvo y seguro en su nueva posición, os mandaremos los pasaportes. Primero para tu esposa e hija, que podrán cruzar el Muro a salvo y vivir una vida mejor y más libre. A ti te necesitaremos más tiempo de ese lado para asegurar la posición de nuestro agente, pero tan pronto las cosas se pongan calientes, te extraeremos con celeridad, eres demasiado valioso.-
Menuda cantidad de mierda. Cuando Wolfram dejase de ser útil, lo dejarían pudrirse en una celda alemana, o quizás incluso soviética. Entonces ya daría igual, la CIA ya no tendría uso para él.

Del otro lado de la mesa estaba Albrecht Müller, un hombre como tantos otros de los que había en el interior de la Stasi. Un hombre con miedo, un hombre al que le apretaban los tornillos y le vigilaban de cerca. Y no sin razón, todo sea dicho. Fumaba nervioso su pitillo, agarrándolo como si fuese su único vínculo con el mundo soviético que trataba de abandonar. Era necesario.
No era el hombre más honesto, pero tampoco el más corrupto. En una organización plagada de puñaladas por la espalda, secretos, corrupción y abusos, él sólo era uno más entre muchos. Sin embargo, desde hacía poco su nuevo jefe quería quitárselo de en medio para subir a su nuevo protegido, un advenedizo que creía que sabía más de lo que su escasa experiencia realmente le permitía pero que probablemente le fuese ciegamente leal a su superior... hasta que llegase el momento de la traición, claro, marca de la casa en la que todos trabajaban.
Así que a Albrecht sólo le quedaba una opción: coger la identidad falsa que se había creado para cuando las cosas se torciesen del todo y venderse al enemigo. Si, sólo quedaba la huida hacia adelante, sacar a su familia fuera del Muro y tratar de seguirlos tan pronto pudiese. Llevaba en el Juego el tiempo suficiente como para saber que los americanos le dejarían tirado tan pronto pudiesen y que el agente doble que iba a introducir probablemente causase muchos daños a quienes habían sido los suyos toda su vida, quienes se suponía que quería y protegía... pero no había opción. Era eso o acabar tirado en un callejón con una bala en la nuca, una bala fabricada en la RDA, a la cual había jurado proteger.
-Entonces Herr Brady- dijo, con su marcado acento alemán-, ¿es un militante del IRA? ¿Un verdadero enemigo de los británicos? Eso se lo puedo vender a mis superiores, si. ¿Están los mil dólares en el maletín, como quedamos? Necesitaré ese dinero para untar algunas junturas burocráticas y conseguir que se tramite con rapidez, Herr Jones.
Si, pero también para nutrir su propio colchón para cuando la lluvia que asolaba Berlín aquella noche se transformase en aguacero. Y probablemente no tardase mucho. Bastante le había costado ya conseguir que sus compañeros ignorasen aquella reunión, una buena cantidad de dólares (cada vez preferían más la moneda americana a la propia, señal del cambio de los tiempos) para conseguir esta hora de reunión a salvo. ¿Dónde había quedado el espíritu y la patria? Desde luego, Marx, Lenin y Stalin habían muerto.

Quizás debería haber empezado por decir que Trevor Williams no era el nombre que aquel viejo agente de la CIA estaba usando. Aquella noche él era Richard Jones, oficialmente un simple empresario británico afiliado indirectamente al MI-5 británico. Era la trampa clásica, pero para eso estaban los primos... y en el Baile, los británicos a menudo actuaban como primos ante los intereses americanos.
Richard echó un vistazo al joven apasionado que tenía sentado a su derecha, mientras echaba otra calada a su pitillo, un buen Winston, único toque que debía decirle al alemán que en realidad representaba a la CIA. Ambos llevaban tiempo bailando, era innegable que el otro cogería el detalle al vuelo, como Trevor había descubierto pronto que el germano se había traído a dos compañeros, que bebían tranquilamente cerveza en una posición alejada, tratando de disimular que prestaban más atención a esta mesa que a su propia conversación.
-En efecto, Brady quiere servir a la independencia de su país frente a los opresores ingleses. Es un ferviente de la causa y nosotros creemos que mejor fuera del territorio británico, aún cuando con vosotros pueda causarnos daños menores. No tendrán problema tus superiores en comprobar estos hechos, porque son la verdad.-
Qué termino más complicado era ese: verdad. La verdad de Wolfram era que sus jefes lo presionaban y necesitaba una salida adelante, la verdad de Brady era que el propio IRA lo consideraba peligroso y lo necesitaba fuera. Esta reunión no era resultado del azar, no, sino de una larga y planificada operación que había puesto muchos peones en marcha desde hacía meses, con muchas más personas involucradas de las que Richard realmente conocería jamás: los del servicio de inteligencia francés que habían filtrado los datos de la corrupción de Wolfram a un superior ambicioso, los terroristas vascos que habían convencido a sus compañeros irlandeses de hacer un negocio juntos a cambio de delatar a uno prescindible de los suyos, los británicos que habían actuado como intermediarios de los encuentros con Brady... una larga coreografía de Baile que llevaban a aquel gastado bar localizado en territorio soviético, donde el faro de la libertad iba a introducir el agente que permitiría derribar el inestable gobierno de la RDA.

Brady era el único que no estaba nervioso en ese encuentro. Claro que tenía miedo, ¿quien no lo tendría en su situación? Ser un agente de un servicio de inteligencia no era pequeña cosa, pero que aún por encima lo sacasen a uno de su propio país y lo introdujesen en otro para actuar como agente doble en territorio enemigo, con una sentencia de muerte sobre su cabeza... bueno, cualquiera tendría miedo en esa situación.
Pero lograr un país libre e independiente requería sacrificios y si debía jugar con unos y otros, lo haría. Sólo así podría destruir la opresión británica y americana, pues con bonitas palabras en las calles de Belfast no se conseguía nada.
Si, Brady tenía miedo, pero sobretodo tenía mucha adrenalina en su sangre y un objetivo claro: informar, porque de ese modo destruiría a sus enemigos. Si, iba a morir en Berlín, probablemente en pocos meses, pero en el camino pondría las fichas en su sitio para que la causa última llevase a la victoria de su Patria.
-Man- dijo, introduciendo una palabra en inglés en el medio de su mal aprendido alemán-, soy de confiar. Me importan una mierda los problemas que tener vosotros, right? Yo aquí he venido por mis propios objetivos y eso ser lo que yo voy a conseguir. Vosotros me utilizáis, de acuerdo, pero yo quiero que consigas armas para un buen father de Belfast, él sabe a quien deben llegar. ¿Nos entender?-
Era sencillo, armas por información. En cuanto a Brady concernía, era algo directo y si había que ser un mártir por la Causa, lo sería.

Albrecht casi sacude la cabeza con impaciencia. ¿Acaso el irlandés no se daba cuenta de que los mayores están hablando? Odiaba a los fanáticos y Brady claramente lo era. Podía leer en sus ojos la falta de nerviosismo y cómo el miedo se sometía a la locura de sus objetivos. Había trabajado muchas veces con obsesos y siempre le molestaban pues eran incorruptibles: los sobornos y los tratos no funcionaban con ellos como habrían hecho con cualquier otro. Pero este había sido engañado bien por los americanos, que habían conseguido que jugase a dos bandas en un juego donde sólo iba a perder.
El germano escuchó el mal alemán del irlandés disimulando una sonrisa. Llevaba mucho tiempo en el Juego, como el americano, y Brady no lo llevaba. Era demasiado joven, inocente, apasionado e idealista. Sería un buen peón que colar a su superior, suficiente como para ganar el tiempo que necesitaba y los pasaportes como para asegurar la salida de su familia. Probablemente el irlandés no sobreviviese a su propia huida, pero Albrecht había estado en Münich durante la Guerra y había visto a mucha gente morir... un irlandés más no importaba. Era sólo un peón devorado en el tablero a cambio de poder salir del horror y del miedo.
-Conseguirte las armas no será complicado, Herr Brady. Tenemos Kalashnikovs que podemos enviar por submarino a la costa irlandesa sin ningún problema, así como explosivos. Y seguro que a los británicos les encantará descubrir que el IRA tiene conexiones con el KGB. Les meterá miedo, avanzará vuestra causa y podréis hacerles daño de verdad.-
Si alimentaba su fanatismo conseguiría un animal a su servicio, sin lugar a dudas. Como un doberman rabioso, sólo hacía falta apuntarlo en la dirección correcta y saltaría sobre la presa deseada. Y podía ver cómo el irlandés se relamía ante la imagen de tener explosivos para hacer saltar por los aires los cuarteles de los bobbies, o incluso el Parlamento como había intentado hacer Guy Fawkes. Su pequeña revolución roja personal.

Pausa, tenía que jugar sus cartas con cuidado, demasiado estaba en juego esta noche. Aunque fuera empezase a tronar, Williams tenía que mantener la cabeza fría. El irlandés era un loco, como todos los irlandeses, y si bien era un peón útil lo último que necesitaba era que la Stasi realmente comenzase a armar al IRA. Aunque podía ver el juego de Wolfram frente a él, también veía el peligro que suponía... lo último que necesitaban era un idealista desbocado, siempre va mal para los negocios.
-Vayamos paso por paso, Wolfram. Primero, aquí tienes el dinero, introdúcelo en los círculos apropiados, que conozca a la gente que necesite y, a partir de ahí, que comience a informar. Entonces tendrás más dinero, los pasaportes y el coche que os pueda llevar a través del Muro con éxito. Paso a paso, las armas para los irlandeses cuando llegue el momento en que haya que verificar su tapadera.-
Atrae las riendas, juega con la zanahoria, amenaza y castiga si hace falta. El viejo Baile que todos danzaban desde hacía años pero, al final, lo único que importaba era quien bailaba mejor. Y claramente los dos compañeros de Wolfram tenían armas bajo sus abrigos, mientras que el propio Williams no iba armado... en cuanto a Brady, irlandés y cabezacaliente, en un bar podría estallar buscando una pelea en cualquier momento, había que danzar con cuidado. Que Wolfram no lo lanzase contra los intereses americanos tratando de anotarse un punto con sus superiores... no encajaría con la personalidad del alemán tal como lo habían analizado en Langley, pero cuando alguien era llevado contra la pared la desesperación hacía milagros.

¿Un retraso en las armas? Estos querían jugársela. Brady flexionó los dedos de la mano, demasiadas peleas y luchas habían llevado su vida hasta aquí como para dejar que sus planes se desmoronasen, y los callos y rascazos en los nudillos probaban que él nunca se echaba atrás. Pero necesitaba paciencia, esta gente creía que sabía lo que hacían y, de momento, le iban a dar lo que quería. Ya habría tiempo de partir unas cuantas caras, por deporte simplemente, más adelante.

-Correcto, Herr Jones, dejaremos las armas para un segundo paso, si a nuestro nuevo amigo le parece correcto.-
Mucho tiempo en el Juego, Albrecht sabía que debía hacerle ver al irlandés que él era la pieza que controlaba su destino, sino acabaría jugando para los americanos antes de darle el tiempo que tanto necesitaba. Brady debía confiar más en Albrecht que en el agente de la CIA y, para eso, nada mejor que jugar con fuego. Un paso más en la huida hacia adelante.
-Además, no queremos que nuestros amigos americanos se enfaden con nosotros antes de que hagamos nuestros intercambios, ¿no, Herr Brady?- dijo, con una sonrisa ambigua mientras miraba a Jones directamente.

¡Mierda! Williams tenía las cosas bajo control, todo iba bien, ¿por qué revelar ahora que era un agente de la CIA en vez del MI-5 como creía Brady? Sin duda quería ganarse su favor dándole algo de información secreta, pero en manos de un irlandés loco todo podía salir por cualquier lado, y demasiadas cosas dependían de aquella noche.

-Right- dijo con una sonrisa abierta el irlandés-, pero no soy tan tonto como creer vosotros. Se que es americano desde que lo vi por vez primera, sólo un americano se despistaría y llevaría un hat bajo techo, no cuela como un agente de Su Majestad.-
No pudo evitar reírse ante la cara de sorpresa de ambos ante la respuesta. Duró sólo centésimas de segundo, era cierto, pero veía como los dos rápidamente pedían cartas nuevas al croupier al darse cuenta de que no era tan tonto como ellos creían. Si, le gustaba demostrarles que no sólo ellos eran listos.

Albrecht hubiese enarcado una ceja si hubiese podido permitirse una mínima expresión, y durante un segundo pensó en sacar el arma que llevaba oculta a su espalda. Su jugada no había salido como había esperado y se había quedado expuesto ante el americano por haber dado la pista y ante el irlandés por haberlo subestimado. ¿Qué más podía ocultar el del IRA?
No parecía que mucho más, simplemente quería sus armas y que no le tomasen el pelo. Quería que lo tuviesen en cuenta, que lo tratasen como un adulto en un Juego que le iba grande. Vale, eso podía arreglarse sin problemas, mejor jugar el resto del tiempo según el libro e irse camelando al irlandés con las semanas de contacto y trabajo juntos, lejos de la influencia perniciosa de los capitalistas. La idea de alcanzar el arma desapareció tan rápido como llegó, mientras observaba los cambios en el tablero de juego.

¿Un sombrero bajo techo? Los ingleses eran unos estirados, ¿tenían protocolos para eso? Sin duda en Texas no los tenían, mil veces había visto a su padre con sombrero en el rancho y su padre era todo un caballero chapado a la antigua. Siempre había odiado hacerse pasar por británico por la cantidad de reglas estúpidas que seguían y aquella vez parece que implicaría una complicación importante.
Pero el irlandés lo había sabido desde antes de coger el avión en Londres, de modo que las cosas tampoco cambiaban tanto. Sólo significaba que estaba dispuesto a pactar con el Diablo si hacía falta para avanzar su causa y que sabía bien el Baile en el que estaba metido. Casi mejor, eliminaba las dudas fruto de tener que implicar a inocentes. Si no era inocente mejor, al Tío Sam siempre le molestaba más destruir las vidas de quienes observaban el baile desde las sillas que las de aquellos que hacían sus pasos en la pista.
-Entonces todos estamos de acuerdo, ¿no? Brady se quedará aquí ya esta noche, dirás que ha cruzado el Muro y ha desertado guiado por tus acciones, que lo has convertido. Y a partir de aquí, a trabajar.-
Las piezas en su lugar, era el Rey del Baile.

Como siempre, los americanos tan pragmáticos, no apreciaban la sutileza de un pensamiento como el de Marx o Lenin, o los juegos filosóficos de Nietzsche o Heidegger. Siempre directos al grano, eso los hacía predecibles. Pero teniendo en cuenta que el irlandés era más imprevisible de lo esperado y que se impacientaba, casi mejor.
Ahora tocaba llevar a Brady al piso franco que le tenía preparado. Tras ello, dejaría el dinero en su alijo secreto para emergencias y se presentaría ante sus superiores para informar del éxito de su misión de subversión. Después sería hora de tirar de los hilos a dos bandas para conseguir lo que necesitaba y desaparecer antes de que todo explotase. No había más, en el mundo de corrupción y traición que era la Stasi, sólo quedaba tratar de retirarse con algunas ganancias antes de que la casa se llevase todo. Porque la casa siempre gana, ese es el Juego.
Así que, asintiendo, cogió el maletín y, con un gesto, esperó a que el americano abandonase el lugar. Que se creyese un ganador no importaba, él no jugaba para ganar, sólo para sobrevivir. Una semana más, una noche más, una hora más, un minuto más... lo que pudiese arañar a la muerte que, en estos momentos, respiraba demasiado cerca de su nuca. Su jefe, tendría que engañarlo con lo que hiciese falta para ganar ese tiempo antes de que lo sustituyesen... definitivamente.
Cuando Jones hubo abandonado el bar y se hubo adentrado en la noche, Albrecth se puso e pie y le indicó a Brady que le acompañase. Era hora de que conociese el lado oculto de Berlín Este.

Brady se puso en pie y siguió a Albrecht hacia la puerta. Todo había salido según lo previsto, tenía las armas para desestabilizar Gran Bretaña y la posición privilegiada para defender la Patria. Porque para Tovarich Igor Anayev, todo siempre había sido por política: por la única que importaba, el avance de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Era joven, si, pero jugaba mejor que el alemán y había engañado durante meses a los irlandeses para que creyesen que era uno de ellos. Bailaba mejor que el americano, consiguiendo que creyese que era estúpido y manipulable.

Pero un agente del KGB raramente es ni lo uno ni lo otro, un agente del KGB sólo es un espejo donde ves lo que quieres ver y tras el cual sólo hay humo en el viento.

Costán Sequeiros Bruna